Vistas de página en total

sábado, 14 de septiembre de 2024

La exaltación de la cruz tiene que ser la exaltación del amor desde el compromiso de nuestra vida

 


La exaltación de la cruz tiene que ser la exaltación del amor desde el compromiso de nuestra vida

Números 21, 4b-9; Salmo 77; Juan 3, 13-17

¿A quien le gusta sufrir? ¿Quién busca el sufrimiento por el sufrimiento? Diríamos que eso sería un sentido masoquista. Pero el dolor y el sufrimiento están presentes en la vida, aunque no lo busquemos. Pensando en dolor ahí tenemos las múltiples enfermedades que nos aparecen en todos los ámbitos de la vida y de los que nos cuesta tanto liberarnos. Nos duele cualquier parte de nuestro cuerpo y pronto buscamos remedio, buscamos el analgésico que lo calma, o la medicina que cure aquel mal que está afectando a algún órgano de nuestro cuerpo; pero hay otros sufrimientos que nos afectan hondamente y de alguna manera desestabilizan nuestra vida, bien conocemos los diversos problemas de la vida. Y queremos liberarnos, queremos solucionar tales situaciones porque no queremos andar en esa amargura, en eso que podíamos llamar un sin sentido.

Sin embargo hay cosas que asumimos aunque nos cuesten o aunque nos duelan y buscamos un camino o una razón, algo que le dé sentido y que nos dé fuerza. Pienso, por ejemplo, en la madre que sufre por su hijo, porque está enfermo o porque tiene problemas, pero la madre ama a su hijo y sufre por él y con él; no le importa pasar por lo que sea por ver liberado a su hijo de aquella situación o de aquel problema, no le importarán las horas de sueño perdidas, los sacrificios realizados, la lucha y el esfuerzo por hacerlo salir adelante; ¿qué le mueve? El amor. Por el amor que le tiene pasará lo que haya que pasar y sufrirá lo que tenga que sufrir, no lo busca pero lo asume, tiene para ella un valor, un sentido, el amor. Podríamos poner más ejemplos de situaciones en la vida en que por amor hemos tenido que enfrentarnos a momentos duros y difíciles, pero por ese amor hemos llegado a encontrar un sentido y un valor.

He querido comenzar mi reflexión con este hecho humano porque para algunos podría parecer un sin sentido el que nosotros celebremos una fiesta como la de este día, la Exaltación de la Santa Cruz. ¿Es la exaltación del sufrimiento, porque eso en primer término podría parecer esta Exaltación de la Santa Cruz? Ni mucho menos, es el signo de la exaltación y de la victoria del amor.

Algunas veces en nuestras consideraciones más llenas de piedad que de un verdadero sentido teológico parece como si Jesús hubiera estado buscando el sufrimiento, la pasión y la muerte. Sabe Jesús que está en un camino que le va a llevar a ello, por un lado el abandono o la traición incluso de los suyos, pero sobre todo aquella inquina de los que no aceptaban el plan del Reino de Dios que nos presentaba y no querían reconocer la verdad de su palabra; le llevaría a la muerte, pues querían quitárselo de encima – cuantas cosas semejantes seguimos viendo en el mundo de hoy – pero a Jesús le costaba enfrentarse a aquella Hora.

En Getsemaní veremos aquella angustia humana que le hace pedir al Padre que pase de El aquel cáliz, y el sudor de su miedo en esos momentos será incluso de sangre. Pero es consciente que ha llegado su hora y por eso dejará a un lado su voluntad humana para sobreponerse con el amor que es lo que le ha traído al mundo. Para eso ha venido. Es la entrega de amor porque quiere que en el mundo reine el amor, nunca más la violencia y el egoísmo sean los que se impongan y nos destruyan, y por eso está dispuesto a dar su vida.

El camino todo del evangelio ha sido todo él un queremos ponernos en camino de ese mundo nuevo, de ese sentido nuevo de la vida, de la humanidad. Es lo que El ha ido realizando y es lo que nos ha enseñado y tanto nos ha costado comprender. Algunas veces juzgamos de mala manera a los discípulos cercanos a Jesús porque no entendían lo que El les estaba enseñando, pero pensemos que nosotros no somos mejores porque después de tantos siglos seguimos haciendo lo mismo, seguimos llenando de cruces nuestro mundo.

A pesar de llevarlas orgullosos colgadas de nuestros pechos o ponerlas en lugares destacados de nuestra sociedad, seguimos crucificando con nuestro egoísmo y con nuestras violencias, seguimos siendo injustos los unos con los otros y seguimos dejando que predominen nuestros orgullos y nuestras vanidades, seguimos discriminando a los que están a nuestro lado y no nos caen bien algunas veces simplemente por el color de su piel, seguimos peleándonos en nuestras ambiciones y queriendo ponernos por encima y por delante de todos. ¿Somos nosotros los que actuamos así lo que a pesar de todo seguimos adornando y celebrando la cruz? ¿No habrá algún sin sentido en lo que hacemos?

Celebrar esta fiesta de la exaltación de la Cruz ha de ser algo que nos tiene que hacer reflexionar. Si Jesús fue levantado en lo alto de la cruz fue por amor; si nosotros queremos celebrar esta fiesta de la cruz es porque queremos optar también por el amor. La fiesta de la cruz no puede ser otra cosa que una fiesta de exaltación del amor, pero no lo vamos a hacer con cosas que se queden en lo externo, lo ritual o lo formal, sino que tenemos que hacerlo desde lo más profundo de nuestra vida, y eso nos exige que algo tengamos que cambiar.

viernes, 13 de septiembre de 2024

El Reino de Dios no es que seamos como ángeles, el Reino de Dios es que seamos verdaderamente humanos y con humanidad nos tratemos los unos a los otros

 


El Reino de Dios no es que seamos como ángeles, el Reino de Dios es que seamos verdaderamente humanos y con humanidad nos tratemos los unos a los otros

1 Corintios 9, 16-19. 22b-27; Salmo 83; Lucas 6, 39-42

Dicen que vemos las cosas según el color del cristal a través del cual miramos. Siempre recuerdo el comentario de aquella vecina que siempre andaba criticando a la vecina porque viéndola desde la ventana de la cocina de su casa decía que no sabia lavar la ropa y que la tendía llena de suciedad; pero un día que su marido escuchó su comentario quiso el ver por si mismo lo que decía su mujer observándolo desde la misma ventana; entonces se dio cuenta y le dijo a su mujer que mejor lavara los cristales de su ventana que eran los que estaban llenos de suciedad y lo que desde allí se veía no era la suciedad de las sábanas de la vecina, sino la de sus propios cristales.

Nos pasa con demasiada frecuencia, solo vemos lo que nos parece que le sucede a los demás sin saber cual es la situación de los otros, el momento por el que estén pasando o las luchas personales que están realizando en si mismos. Pero vemos lo de fuera en los otros – porque además no tenemos por qué atrevernos a hacer juicio de sus interioridades – pero no vemos lo que nos sucede en nosotros. Y en nosotros, si no fuéramos tan ciegos, podemos ver también lo que hay dentro de nuestro corazón.

Son los juicios temerarios que están a la orden del día, siempre tenemos algo que opinar, pero lo que es peor juzgar y condenar, son las murmuraciones tema de nuestras conversaciones, son las criticas furibundas con las que pretendemos destruir, nunca construir, porque además queremos que las cosas sean a nuestro gusto, según nuestro parecer u opinión, y cuando son distintas lo más fácil que aparece es el rechazo, porque además suele terminar aun peor.

En una actitud y postura madura tendríamos que comenzar por mirarnos a nosotros mismos, ser los que nos tracemos un plan de crecimiento y maduración porque nos revisamos y nos corregimos, enderezamos nuestros entuertos y renovamos el camino cuantas veces sean necesario para llegar a vivir con esa dignidad. Y eso entraña al tiempo que exigencia para nosotros mismos, respeto hacia los demás, al menos, en la medida en que queremos que a nosotros nos respeten.

Es valorarnos a nosotros mismos por el esfuerzo que estamos realizando, no sentirnos hundidos por los tropiezos que vayamos teniendo, porque reconocemos nuestra humanidad y nuestra debilidad, pero también hacemos renacer esa fortaleza que necesitamos para reemprender cuantas veces sea necesario ese camino de superación porque es la manera de alcanzar esa plenitud a la que aspiramos. Pero al mismo tiempo valoramos el camino de los demás, seremos estímulo para sus esfuerzos, y tenderemos siempre nuestra mano para levantar y para ayudar a caminar, como también nosotros nos dejamos tomar de la mano para hacer el nuestro.

Qué distinta sería la vida y nuestras mutuas relaciones; cómo desaparecerían las descalificaciones y la envidias; cómo desde el respeto aportamos lo mejor de nosotros mismos para el camino de los demás; cómo seriamos estímulo los unos para los otros logrando que nuestro mundo sea mejor.

Es el camino que nos propone Jesús, es el Reino de Dios que nos anuncia y que se va haciendo realidad en el día a día de nuestra vida porque vamos realizando en nosotros y en nuestro mundo lo que Dios quiere. Que seamos una hermosa humanidad, que resplandezcan esos valores que nos hacen más humanos y que nos hacen querernos los unos a los otros.

El Reino de Dios no es que seamos como ángeles, el Reino de Dios es que seamos verdaderamente humanos y con humanidad nos tratemos los unos a los otros. Y eso entraña respeto y cercanía, tendernos la mano los unos a los otros y buscar siempre lo mejor para el otro, amarnos de verdad desde lo más hondo del corazón, porque hemos aprendido del amor que Dios nos tiene. Es el camino que Jesús está abriendo ante nosotros; son esas pequeñas cosas de cada día que El nos va señalando para que busquemos siempre la manera de realizarlas de la mejor forma posible.

Miremos con el color de la humanidad.

jueves, 12 de septiembre de 2024

La experiencia del perdón es una experiencia insuperable porque es una experiencia de amor sin lo cual nunca lo entenderíamos ni lo asumiríamos

 


La experiencia del perdón es una experiencia insuperable porque es una experiencia de amor sin lo cual nunca lo entenderíamos ni lo asumiríamos

1 Corintios 8, 1b-7. 11-13; Salmo 138; Lucas 6, 27-38

La experiencia del perdón es una experiencia insuperable porque es una experiencia de amor. Sin el amor no lo entenderíamos, porque aflorarían otras tensiones y pasiones que nos obnubilarían de tal manera que no lo llegaríamos a entender ni poder vivir.

Claro que cuando comenzamos hablando del perdón enseguida nos vienen a la mente experiencias dolorosas que hayamos tenido alguna vez en la vida y en lo primero que pensamos es el perdón que tendríamos que otorgar a los demás; y claro, eso se nos atraganta y no siempre es fácil de asumir, tenemos que reconocer.

Pero cuando ahora estamos hablando de perdón ¿por qué no empezamos por otro camino? ¿Por qué no pensamos en la experiencia que hayamos tenido nosotros de ser perdonados? Porque todos alguna vez en la vida hemos necesitado de ser perdonados, porque sabemos que cometemos errores, hacemos algo que puede molestar o dañar a los demás, podemos ofender aunque tengamos las mejores intenciones del mundo en lo que hacemos. 

Alguna vez nos hemos visto apesadumbrados por algo que hemos hecho, y casi nos sentimos incapaces de acercarnos a aquel a quien hemos molestado con algo; y quizás cuando por fin nos hemos acercado nos encontramos que aquella persona llena de generosidad nos dice que todo eso para ella está cancelado, en una palabra que nos ha perdonado y quizás sin exigirnos nada. ¿Cómo nos hemos sentido? Seguro que habremos sentido una liberación interior difícil de explicar.

En mi reflexión he querido ir dando estos pasos, pero creo que el paso primero que hemos de dar es en nuestra relación con Dios; y experimentar en nosotros todo lo que es el amor de Dios que se derrama en nuestra vida y que también se hace perdón para nosotros. Nos sentimos amados, y porque nos sentimos amados sabemos que somos perdonados, y somos perdonados con la generosidad del  amor de Dios que siempre va a superar la mejor generosidad que nosotros podamos ofrecer.

Es desde esa experiencia de la que tenemos que partir y obrar en consecuencia. Si Dios así me ama y me perdona, ¿Quién soy yo para negar ese amor y ese perdón a quien me haya ofendido? ¿No es precisamente el mandamiento del amor lo que se nos ha puesto como distintivo a los que seguimos a Jesús, a los que nos llamamos cristianos? Y nos dice que nos amemos al prójimo como nos amamos a nosotros mismos. ¿Y si nos amamos no queremos que sean también buenos con nosotros, que sean misericordiosos con nosotros? De la misma manera tenemos que ser misericordiosos con los demás. Es que estamos entrando en la dinámica del amor. Y ese perdonar, porque también nosotros nos sentimos perdonados, como decíamos, es una experiencia insuperable, es una experiencia de amor.

Hoy nos habla Jesús del amor a los enemigos, del amor también a los que no nos aman, porque nuestro amor tiene que ser siempre generoso y universal. ¿En que nos vamos a distinguir si somos seguidores de Jesús? ¿En hacer lo que hace todo el mundo? Como nos dice Jesús saludar a los que nos saludan eso lo hacen también los que no creen en Jesús, como ayudar solo a los que los ayudan. Entonces no habría nada diferente en nuestra vida desde esa fe que tenemos en Jesús y desde esa experiencia del amor de Dios que experimentamos en nuestra vida.

Es el camino que nos distingue a los seguidores de Jesús.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Busquemos lo que llena de verdad el corazón del hombre y aunque nos cueste alcanzarlo caminamos con esperanza porque en el Señor tenemos nuestra recompensa

 


Busquemos lo que llena de verdad el corazón del hombre y aunque nos cueste alcanzarlo caminamos con esperanza porque en el Señor tenemos nuestra recompensa

1Corintios 7, 25-31; Salmo 44; Lucas 6, 20-26

Si la satisfacción y la felicidad del hombre, de la persona está solo en las riquezas que posea o la alegría que le dan las cosas pobre es el sentido de la vida de esa persona y no ha llegado a comprender que es lo que da verdadera felicidad. En esa pobreza de vida vemos caminar a muchos aunque muchas sean las riquezas que posean y las posibilidades que les da su dinero para encontrar esas cosas que desde fuera dicen que los hacen felices. Tengo todo lo que quiero y deseo, se dicen, porque pueden comprarlo, pero la verdadera felicidad no se compra con esos medios, porque su fiesta y su alegría serán caducas y durará lo poco que le pueden elevar el ánimo esos sustitutivos.

¿En qué se queda nuestra fiesta y alegría cuando solo la buscamos desde el alcohol, la droga, el sexo como pasión carnal por citar algunas cosas? Aquella euforia pronto pasará cuando esos aditivos dejen de producir sus efectos y a la larga lo que parece que es que nos quedamos con más hambre y más insatisfechos; por eso cuando entramos en esa dinámica de la vida todo es como rodar por una pendiente en la que parece que no podemos parar.

Nos cuesta entenderlo. Como nos cuesta entender el mensaje que hoy quiere darnos el evangelio con las bienaventuranzas que nos trae san Lucas. Habla de los pobres para quienes es el reino de los cielos, de los hambrientos que serán saciados o de los que lloran y encontrarán consuelo; por el contrario hablará de los ricos que se quedarán en el vacío porque todo su consuelo consistía simplemente en la posesión de cosas, o de los que en su opulencia parece sin embargo que nunca estarán saciados.

¿Qué es lo que llena de verdad el corazón del hombre? Esa es, podríamos decir, la piedra filosofal, lo que realmente tenemos que buscar. Y habrá muchas mas cosas que esas materialidades de la vida que nos darán hondas satisfacciones. Será, empezando por algo, la rectitud con que hemos de vivir la vida, una rectitud que nos lleva a buscar lo bueno y lo mejor, una rectitud que nos hará tener una mirada nueva y distinta a cuanto nos rodea porque también eso material que está en nuestras manos es un don de Dios pero que nos tiene que llevar a construir un mundo en el que todos nos sintamos beneficiados de esa riqueza de la vida; una rectitud para comprender el valor de la vida y de toda vida, y en consecuencia nos hará maravillarnos ante la dignidad de toda persona a la que siempre mostraremos nuestro respeto y para quien siempre buscaremos lo mejor. Y desde ahí cuantas consecuencias tendríamos que sacar para nuestros actos y para nuestra forma de vivir.

¿Y no nos sentiremos verdaderamente felices cuando actuamos así y sentiremos igualmente la satisfacción de ver felices a cuantos están a nuestro lado? No serán las cosas materiales las que nos hagan brotar una sonrisa desde el alma sino todo eso bueno que seremos capaces de hacer. Y cuando vemos a nuestro crecer en esos valores, y cuando vemos que hay mayor unidad y cercanía en el trato entre unos y otros, y cuando contemplemos ese buen trato que aprendemos a tenernos, nos sentiremos profundamente felices.

Y no nos importa que haya quien no nos comprenda o incluso pretenda ponernos trabas en ese camino que intentamos vivir; somos fieles a la rectitud que llevamos en el corazón y viviremos con la esperanza de la victoria del bien y del amor haciendo un mundo mejor. Tendremos nuestra recompensa, como nos dice Jesús. Alcanzaremos la bienaventuranza que la sentiremos desde lo más hondo de nosotros mismos. Dios estará con nosotros en ese camino.

martes, 10 de septiembre de 2024

Necesitamos encontrar momentos de interiorización, de apertura del corazón a Dios para asumir la misión que Jesús también nos está confiando

 


Necesitamos encontrar momentos de interiorización, de apertura del corazón a Dios para asumir la misión que Jesús también nos está confiando

1Corintios 6, 1-11; Salmo 149; Lucas 6, 12-19

Cuando en la vida tenemos que tomar decisiones que consideramos importantes además de pensarlo y de reflexionarlo mucho normalmente pedimos consejo a personas que por su prudencia y sus conocimientos nos pudieran dar una opinión que nos ayudara en nuestra toma de decisiones; si se trata de escoger colaboradores para una tarea con los que hemos de trabajar codo con codo también nos lo pensamos mucho antes de elegirlos, viendo su experiencia y la práctica que hayan adquirido en otras actividades de sus vidas, sus conocimientos y su preparación, buscando también el consejo de personas expertas. No nos la podemos jugar.

Ha llegado el momento en el camino del anuncio del Reino de Dios que Jesús va realizando de ir escogiendo a personas que están cercanas a Jesús y al Evangelio que El nos está trasmitiendo para tenerlos como colaboradores directos suyos en esta tarea; estamos hablando quizás muy a lo humano, tal como se podría pensar en cualquier tarea que en la vida tengamos que realizar.

Pero aquí se trata de algo mas, es el anuncio del Reino de Dios, es la continuidad de la obra de Jesús, es la comunidad nueva que tiene que surgir desde la fe de aquellos que le siguen. ¿Jesús se aconseja, lo consulta con alguien? En un aspecto humano nada nos dice el evangelista, que además suele ser muy medido y escueto en el relato del Evangelio. Pero sí nos dice una cosa importante. Jesús se pasó a solas la noche en oración.

¿Dónde mejor podía acudir Jesús, hablando muy llanamente, cuando se trata de las obras de Dios y de la tarea del anuncio del Evangelio? Si nos fijamos bien en el evangelio tratando de hacer una análisis bien profundo de los gestos de Jesús, le veremos que en varios momentos que van a ser muy determinantes nos habla del evangelista de que Jesús se ha retirado a algún lugar apartado para orar.

Podemos pensar en el inicio de la predicación, que será a partir de aquella cuarentena de ayuno y oración que Jesús llevado por el Espíritu pasó en el desierto. Lo veremos igualmente en el momento en que va a vivir su Pascua, cuando van a comenzar los momentos de su entrega, de su pasión y muerte, se retira a Getsemaní. Ya al comienzo casi de su predicación por lo pueblos y ciudades de Galilea, tras aquellos primeros momentos allí en Cafarnaún, cuando toda la gente ya comenzaba a buscarlo, se retiró a solas a orar y cuando lo encuentran les dice que hay que ir a otro lugares para que allí también se anuncio la Buena Noticia del Reino de Dios. Ante de la resurrección de Lázaro, eleva también sus ojos al cielo dando gracias al Padre que le escucha por aquel signo de vida que va a realizar.

Podríamos seguir fijándonos en más momentos, pero nos quedamos en lo que hoy nos dice el Evangelio; va a escoger a aquellos discípulos que va a tener más cercanos a El para prepararlos para enviarlos como apóstoles en el anuncio del Evangelio y antes de pasa la noche en oración. Y de allí saldrán los hombres de los elegidos a los que llama por su nombre para tenerlos con El porque han de realizar su misma obra, su misma misión.

Con ellos bajará a la llanura y allí se encontrará con la multitud que le espera. Venían a escucharle, venían para ver liberados de sus dolencias y de sus males. Todos querían estar cerca de Jesús por en su presencia se sentían distintos, se sentían transformados y lanzados a algo nuevo, escuchándole renacían sus esperanzas y sentían que algo nuevo podía comenzar. No les importará venir de lejos o pasarse días en camino aunque se les acabaran sus provisiones.

Nos habla el evangelista que está en Galilea, pero allí hay gente de Jerusalén y de toda Judea; pero allí hay gentes venidas de lo que eran ya las fronteras de Israel porque vienen de la costa de Tiro y Sidón, aunque sean ciudades de gentiles. Por allá lo veremos un día marchar también porque curará a la hija de la Cananea, o al leproso de la región de la Decápolis, y también será en esa periferia donde un día pedirá la confesión de fe sus discípulos y prometerá que Pedro será la piedra sobre la que se edificará su Iglesia.

Una señal de la misión que ahora están recibiendo aquellos escogidos que habrán de ir al mundo entero para anunciar el evangelio de Jesús. Una señal de lo que es nuestra misión que también con el mismo espíritu de fe hemos de recibir de manos de Jesús. ¿No necesitaremos nosotros también encontrar esos momentos de interiorización, de reflexión, de oración, de apertura del corazón a Dios para escuchar allá en lo más hondo de nosotros mismos la misión que Jesús nos está confiando?

 

 

lunes, 9 de septiembre de 2024

Lo que no podemos hacer es cerrar los ojos para encerrarnos en nosotros mismos y no complicarnos porque tenemos que hacer el anuncio del mensaje de Jesús

 


Lo que no podemos hacer es cerrar los ojos para encerrarnos en nosotros mismos y no complicarnos porque tenemos que hacer el anuncio del mensaje de Jesús

1 Corintios 5, 1-8; Salmo 5; Lucas 6, 6-11

Tal como vamos por la vida muchas veces damos la impresión en que cada uno se preocupa de sus cosas, de lo que tiene en la mente, de lo que tiene que hacer, o simplemente de sus sueños o de sus recuerdos; vamos como insensibles, sin fijarnos en nada y nada vemos, sin preocuparnos por lo que sucede a nuestro alrededor y no nos enteramos de nada, obsesionados por nuestras ideas o algunas veces nuestras manías y sin capaz de abrir los ojos, no solo de la cara, sino también de la mente para ver más allá. ¿Tiene sentido que caminemos así por la vida? ¿Creemos que con eso al final seremos más felices? Algunos dirán que sí, porque no quieren preocuparse de nada que salga de sus cosas y no quieren implicarse en el sufrimiento de los demás.

Es bien significativo lo que nos dice hoy el evangelio. Jesús entró en la sinagoga un sábado, nadie se fijó en lo que había a su alrededor; por allá andaban los que se creían los dirigentes, solo obsesionados por lo que Jesús pudiera hacer, porque ya se le hacían sospechosas muchas de las cosas que Jesús hacía o decía. En medio de aquella pequeña asamblea había un hombre con sus sufrimientos, tenía una mano paralizada con todo lo que eso podía significar para su vida, para su trabajo, para su familia, para su subsistencia. Pero cada uno iba a lo suyo; a lo más la gente de buena voluntad iba a hacer sus oraciones o a escuchar la lectura de la ley y los profetas que era lo que ritualmente se hacía en aquellas asambleas de los sábados.

Y es Jesús el que se fija en aquel hombre con todos sus sufrimientos, por el que nadie hacía nada. Y Jesús lo llama y le pide que se ponga en pie en medio de la asamblea. Aquí estaba la ocasión para aquellos que estaban acechando a Jesús a ver lo que hacía un sábado y se ponía a curar saltándose el descanso sabático. Pero allí está la pregunta de Jesús que interroga y que interroga por dentro. Está el sufrimiento de aquel hombre ¿y no se le podía curar? ¿Qué sería lo más importante? ¿Dejarlo en su sufrimiento y en sus limitaciones con todas las consecuencias que aquello podía tener para él y para los suyos o hacer que aquel hombre tuviera una vida distinta y llena de dignidad?

Jesús, como escuchamos en el evangelio, al no tener ninguna respuesta de todos aquellos que estaban allí en la sinagoga - ¿se quedarían mudos? – le pidió al hombre que extendiera su mano. El hombre obedeció a Jesús y quedó curado. Algo tan sencillo, pero donde estaba por medio la fe. Los que se quedaron ciegos pero de rabia fueron todos aquellos que estaban al acecho de lo que hiciera Jesús, pero que no supieron dar respuesta a la pregunta de Jesús.

¿Nos estará pidiendo este evangelio que sepamos abrir los ojos ante el mundo que nos rodea? Vamos demasiado con los ojos cerrados porque no queremos ver, porque sabemos que si vemos y conocemos la realidad necesariamente tenemos que implicarnos aunque eso signifique también complicarnos. Pero no nos queremos complicar; nos pensamos que si comenzamos a implicarnos en algo bueno y en algo distinto ya luego no podremos parar, no podremos detenernos y cada día la vida se nos complicaría más. ¿Qué necesidad tenemos de eso?, nos pensamos.

Pero es que ese no puede ser el camino de los que vamos siguiendo los pasos de Jesús. Ya lo hemos reflexionado muchas veces y es que Jesús nos está siempre poniendo en camino, en camino y con los ojos abiertos, en camino y con unas posibilidades en nuestras manos que si las utilizáramos veríamos cómo hacemos maravillas. ¿No podemos decir también al que vemos a la orilla del camino que se levante y se ponga en medio, que levante su mano y que levante su vida, que recobre su dignidad y que sepa sentirse bien?

Nos dice Jesús que vayamos curando, que vayamos dando vida, que vayamos levantando la moral de los que se encuentran decaídos a nuestro lado, que vayamos tendiendo nuestras manos para levantar a tantos que siguen postrados en sus camillas de desolación, de desánimo, de aburrimiento de la vida, que vayamos llenando de luz los ojos de los que nos rodean para que reaparezcan las esperanzas… cuántas cosas podemos hacer, a cuantos podemos llenar de vida.

Es el verdadero anuncio que tenemos que hacer de Jesús y de nuestra fe en El. Lo que no podemos hacer es cerrar los ojos para encerrarnos en nosotros mismos y no complicarnos.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Les dio poder para curar, abrir oídos, devolver la luz a los ojos, liberar de opresiones, construir un mundo nuevo, ayudar a poner actitudes nuevas en el corazón y en la vida

 


Les dio poder para curar, abrir oídos, devolver la luz a los ojos, liberar de opresiones, construir un mundo nuevo, ayudar a poner actitudes nuevas en el corazón y en la vida

 Isaías 35, 4-7ª; Sal. 145; Santiago 2, 1-5; Marcos 7, 31-37

Los que nos sentimos, vamos a decirlo así, en plenitud de todas nuestras facultades no es difícil comprender a los que se sienten limitados de alguna manera en alguno de sus sentidos, por decirlo de alguna manera. Nosotros tenemos una buena visión, podemos oír con normalidad y expresarnos comunicándonos con nuestras palabras, podemos movernos libremente porque aun no nos fallan nuestras piernas y nos hemos creado un mundo en cierta manera solo válido para los que tienen esas capacidades, y de alguna manera olvidamos a quienes les fallan algunos de esos sentidos o tienen alguna dependencia por algún tipo de discapacidad física o sensorial.

Quizás cuando comienza a fallarnos alguna de esas cosas nos damos cuenta de que no nos es tan fácil comunicarnos, porque no escuchamos bien ni llegamos a entender lo que nos dicen, no vemos con claridad y estamos dependiendo de que nos digan lo que otros ven, y así podríamos pensar en muchas más cosas. Pero no nos podemos quedar en esas limitaciones físicas que quizás con el paso de los años nos van apareciendo, sino que hay muchas otras cosas en la vida que coartan y limitan esa mutua comunicación.

Algunas veces no queremos oír ni entender, no queremos saber y cerramos no solo los ojos de la cara sino más bien nuestro espíritu y nuestro corazón desde nuestra insensibilidad; nos vamos haciendo abismos que nos distancian, o ponemos barreras para que no haya acercamiento a los demás; y esto de muchas maneras, con la cerrazón de nuestra mente, con la apatía con que vivimos, con la comodidad que nos encierra en nosotros mismos, con la insolidaridad para no ver ni sentir el sufrimiento que pueda haber en las personas de nuestro entorno o los problemas de nuestro mundo, con el conformismo que nos paraliza o el fanatismo que nos hace perder la cabeza… las limitaciones nos las estamos poniendo nosotros mismos.

¿Nos podemos quedar tranquilos viviendo de esa manera? ¿Cuáles pueden ser las sorderas con que nos encontremos? ¿Tendremos curación? ¿Habrá algún tipo de audífono que nos salve y nos devuelva a una facilidad de comunicación o algún colirio para nuestros ojos? Es mucho lo que en nosotros ha de sanarse.

Nos habla hoy el evangelio de que Jesús andaba por caminos y lugares no precisamente judíos; anda por Tiro y Sidón, dos ciudades fenicias, en lo que sería hoy zona del Líbano, y está además atravesando la Decápolis, diez ciudades que precisamente no destacan por sus costumbres judíos; son lugares de los gentiles, gente ajena al pueblo de Israel, al pueblo de Dios. Pero Jesús no va ni ciego ni sordo, no va insensible a las necesidades o a la carencias que allí también podría encontrar; se había encontrado a una mujer fenicia de gran fe que con insistencia pedía por la liberación del mal de su hija enferma; ahora le salen al paso con un hombre sordo mucho, ni oía ni apenas podía hablar, que andaba en el silencio de sus oídos sordos y en la incomunicación que le imponían sus limitaciones, ‘apenas podía hablar’, dice el evangelista.

Jesús tiene también una mano de vida y de salvación para este hombre; se van a destruir todas sus barreras y podrá entrar en una nueva comunicación. No solo Jesús le está restableciendo de las limitaciones de sus sentidos, sino que aquel hombre pronto se va a convertir en un vocero de Dios. Y aunque Jesús no quiere ganarse la fama de un taumaturgo, por eso les dice que no lo digan a nadie, aquel hombre que ha recobrado el habla no parará de contar a todos las maravillas del Señor realizadas en su vida.  

‘Todo lo ha hecho bien, dicen asombrados, hace oír a los sordos y hablar a los mudos’. ¿Podremos decir eso nosotros también? Aquel hombre dejó que Jesús pusiera sus manos sobre él, ‘le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua’, dice el evangelista. ‘Effeta (ábrete)’, le dijo Jesús. Lo necesitamos nosotros que tan encerrados en nosotros mismos andamos tantas veces. No son solo las limitaciones de nuestros sentidos, sino las limitaciones que ponemos en nuestro espíritu, en nuestras actitudes y posturas, en nuestras maneras de hacer las cosas, en nuestras rutinas, en tantas cosas en que nos sentimos adormilados y no somos sensibles de verdad a lo que sucede a nuestro alrededor.

Pero Jesús cuando nos suelta y nos libera de esas ataduras nos está poniendo en camino. Es la tarea de liberación que tenemos que realizar, que nuestro mundo necesita. ¿No decimos que Jesús nos envía a anunciar la Buena Noticia – el Evangelio – del Reino de Dios? Nuestro anuncio son los signos de liberación que nosotros tenemos que ir realizando.

‘Les dio poder para curar’, nos dice el evangelio cuando envía a sus discípulos y a los apóstoles. Lo que tenemos que realizar nosotros, abrir oídos, devolver la luz a los ojos, liberar de cárceles y opresiones, construir un mundo nuevo, ayudar a poner actitudes nuevas en el corazón y en la vida, hacer que la gente encuentre la verdadera libertad. Y no habrá diferencia de territorios sino que el envío es de carácter universal. Son tantas las señales que tenemos que dar. No podemos callar, tenemos que proclamar también nosotros las maravillas del Señor.