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viernes, 13 de septiembre de 2024

El Reino de Dios no es que seamos como ángeles, el Reino de Dios es que seamos verdaderamente humanos y con humanidad nos tratemos los unos a los otros

 


El Reino de Dios no es que seamos como ángeles, el Reino de Dios es que seamos verdaderamente humanos y con humanidad nos tratemos los unos a los otros

1 Corintios 9, 16-19. 22b-27; Salmo 83; Lucas 6, 39-42

Dicen que vemos las cosas según el color del cristal a través del cual miramos. Siempre recuerdo el comentario de aquella vecina que siempre andaba criticando a la vecina porque viéndola desde la ventana de la cocina de su casa decía que no sabia lavar la ropa y que la tendía llena de suciedad; pero un día que su marido escuchó su comentario quiso el ver por si mismo lo que decía su mujer observándolo desde la misma ventana; entonces se dio cuenta y le dijo a su mujer que mejor lavara los cristales de su ventana que eran los que estaban llenos de suciedad y lo que desde allí se veía no era la suciedad de las sábanas de la vecina, sino la de sus propios cristales.

Nos pasa con demasiada frecuencia, solo vemos lo que nos parece que le sucede a los demás sin saber cual es la situación de los otros, el momento por el que estén pasando o las luchas personales que están realizando en si mismos. Pero vemos lo de fuera en los otros – porque además no tenemos por qué atrevernos a hacer juicio de sus interioridades – pero no vemos lo que nos sucede en nosotros. Y en nosotros, si no fuéramos tan ciegos, podemos ver también lo que hay dentro de nuestro corazón.

Son los juicios temerarios que están a la orden del día, siempre tenemos algo que opinar, pero lo que es peor juzgar y condenar, son las murmuraciones tema de nuestras conversaciones, son las criticas furibundas con las que pretendemos destruir, nunca construir, porque además queremos que las cosas sean a nuestro gusto, según nuestro parecer u opinión, y cuando son distintas lo más fácil que aparece es el rechazo, porque además suele terminar aun peor.

En una actitud y postura madura tendríamos que comenzar por mirarnos a nosotros mismos, ser los que nos tracemos un plan de crecimiento y maduración porque nos revisamos y nos corregimos, enderezamos nuestros entuertos y renovamos el camino cuantas veces sean necesario para llegar a vivir con esa dignidad. Y eso entraña al tiempo que exigencia para nosotros mismos, respeto hacia los demás, al menos, en la medida en que queremos que a nosotros nos respeten.

Es valorarnos a nosotros mismos por el esfuerzo que estamos realizando, no sentirnos hundidos por los tropiezos que vayamos teniendo, porque reconocemos nuestra humanidad y nuestra debilidad, pero también hacemos renacer esa fortaleza que necesitamos para reemprender cuantas veces sea necesario ese camino de superación porque es la manera de alcanzar esa plenitud a la que aspiramos. Pero al mismo tiempo valoramos el camino de los demás, seremos estímulo para sus esfuerzos, y tenderemos siempre nuestra mano para levantar y para ayudar a caminar, como también nosotros nos dejamos tomar de la mano para hacer el nuestro.

Qué distinta sería la vida y nuestras mutuas relaciones; cómo desaparecerían las descalificaciones y la envidias; cómo desde el respeto aportamos lo mejor de nosotros mismos para el camino de los demás; cómo seriamos estímulo los unos para los otros logrando que nuestro mundo sea mejor.

Es el camino que nos propone Jesús, es el Reino de Dios que nos anuncia y que se va haciendo realidad en el día a día de nuestra vida porque vamos realizando en nosotros y en nuestro mundo lo que Dios quiere. Que seamos una hermosa humanidad, que resplandezcan esos valores que nos hacen más humanos y que nos hacen querernos los unos a los otros.

El Reino de Dios no es que seamos como ángeles, el Reino de Dios es que seamos verdaderamente humanos y con humanidad nos tratemos los unos a los otros. Y eso entraña respeto y cercanía, tendernos la mano los unos a los otros y buscar siempre lo mejor para el otro, amarnos de verdad desde lo más hondo del corazón, porque hemos aprendido del amor que Dios nos tiene. Es el camino que Jesús está abriendo ante nosotros; son esas pequeñas cosas de cada día que El nos va señalando para que busquemos siempre la manera de realizarlas de la mejor forma posible.

Miremos con el color de la humanidad.

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