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sábado, 26 de julio de 2025

Rompamos esa espiral de intransigencias que nos llevan a los juicios y a las condenas, entremos en la órbita de la mansedumbre y de la misericordia

 


Rompamos esa espiral de intransigencias que nos llevan a los juicios y a las condenas, entremos en la órbita de la mansedumbre y de la misericordia

Éxodo, 24, 3-8; Sal. 49; Mateo, 13, 24-34

La imagen que nos propone hoy Jesús en la parábola del evangelio es bien significativa de lo que nos pasa en la vida y no solo porque miremos a nuestro alrededor y el mundo en el que vivimos, sino porque tenemos que mirarnos a nosotros mismos, pues es parábola que nos habla también de la realidad de nuestra propia vida. ‘¿No sembraste buena semilla en tu campo?’, es la pregunta que le hacen aquellos obreros a su dueño al ver que sus tierras no solo están rebosantes de trigo sino que en medio han crecido las malas hierbas, a cizaña que tanto daño hace a sus sembrados.

Es la realidad de la vida, de nuestra vida, de lo que a nosotros tantas veces nos sucede de una forma o de otra. Los padres que educaron con esmero a su hijo inculcándole buenos valores, pero que de la noche a la mañana se lo encuentran rebelde y que está haciendo con su vida todo lo contrario de lo que sus padres le inculcaron. Hablamos de esa realidad como en ese mismo sentido muchas cosas que vemos en nuestra sociedad; unas buenas costumbres que han sido la base del crecimiento de los pueblos, pero pronto se meten por medio los rencores y resentimientos, las ambiciones egoístas y vicios de todo tipo y se destroza aquella buena convivencia que en otros tiempos se tuvo.

Pero no tenemos que ir muy lejos sino mirarnos a nosotros mismos. Cuántos propósitos nos hemos hecho, cuantos planes nos hemos trazado, cuánta bondad y bien hacer hemos trasmitido en nuestra vida, cuantos consejos damos a los demás y a tantos que en muchas cosas hemos ayudado a salir adelante, a superarse y ser mejores, pero en un momento determinado tuvimos nuestras tropiezos, muchas cosas se nos han podido desestabilizan en nuestra vida y nos hemos visto envueltos en unas espirales de las que no sabemos salir. ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué hemos llegado a esta situación? ¿Rompemos todos los planes de nuestra vida porque un día cometimos unos errores? ¿Seguimos echando a rodar por la pendiente esa piedra porque no sabemos que hacer con ella?

La respuesta de aquel hombre de la parábola no fue mandar a arrancar aquella cizaña. ‘Dejadlas crecer juntas’, les dice. La motivación está en el peligro de arrancar las buenas plantas; al final será la solución. Pero lo que Jesús nos está dejando entrever en la parábola es algo muy hermoso. Sabemos que una mala hierba porque esté al lado de una buena no va a cambiar, no va a transformarse. Pero lo que Jesús nos está queriendo decir es que somos personas, y en las personas siempre está esa posibilidad del cambio. Nos deja traslucir la parábola lo que es la misericordia de Dios que siempre nos estará esperando para que demos ese paso de conversión a El, de vuelta a El, que eso viene a significar la palabra conversión.

Es lo que nosotros necesitamos aprender cuando en la vida nos volvemos tan intransigente con los demás y no somos capaces de sacar ese lado de la misericordia. La llamada de amor siempre tiene que estar presente, la comprensión con los errores de los demás es algo que hemos de tener en cuenta, porque además nos miramos a nosotros mismos y vemos cómo nosotros también cometemos errores, y siempre esperamos que sean comprensivos con nosotros, siempre haya una palabra de aliento y de ánimo, una actitud comprensiva que sea capaz de ofrecer el perdón como comienzo de un camino de restauración y de paz.

Es también la buena actitud que hemos de tener con nosotros mismos. No es que tratemos de disculparnos y justificarnos por lo que hacemos, pero sí hemos de creer que en el fondo del corazón siempre queda un rastro de bondad que hemos de saber hacer resucitar en nosotros; por eso aunque luchamos por nuestro cambio y superación somos comprensivos con nosotros mismos; nunca nos podemos sentir derrotados a causa de nuestros tropiezos y errores; siempre confiamos en la misericordia del Señor que estará a nuestro lado para ayudarnos a levantarnos.

Rompamos esa espiral de intransigencias que nos llevan tan fácilmente a los juicios y a las condenas; entremos en la órbita de la mansedumbre y de la misericordia; dejémonos contagiar por esa misericordia del Señor que tan abundantemente se derrama sobre nosotros y nuestro mundo y haremos un mundo mejor. ¿No somos nosotros los que creemos en la resurrección? Podemos, pues, hacer resucitar nuestras vidas.


viernes, 25 de julio de 2025

Celebramos a Santiago, pero al mismo tiempo miramos nuestra vida y damos gracias, porque a través de él descubrimos también esa acción de Dios en nosotros

 


Celebramos a Santiago, pero al mismo tiempo miramos nuestra vida y damos gracias, porque a través de él descubrimos también esa acción de Dios en nosotros

Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Salmo 66; 2 Corintios 4, 7-15; Mateo 20, 20-28

¿Desde donde edificamos nuestra vida? Desde lo que somos, con esa madera que tenemos, la nuestra, no la que otros quizás quieran imaginar o desear o quizás desde la que nosotros quisiéramos tener; es la rudeza y de nuestra vida en su propia realidad, la que somos con nuestras callosidades o nuestros nudos, con su parte de madera más blanca o más dúctil, pero también con nuestra fuerza interior, con nuestras ambiciones y nuestras pasiones, que no podemos dejar de lado porque forman parte de nosotros también; no se trata de descartar o destruir, sino de ser capaz de aprovechar lo que hay en nosotros para en ello tratar de esculpir la mejor figura, la mejor persona, que no se va en apariencias, sino que trata de sentir plenitud en si misma pero también de ser, podíamos decir, útil a los demás; por eso no pensamos solo en nosotros, sino también en ese lugar en el que estamos o donde seremos llamados a realizar nuestra vida, que tiene que ser también para los demás, y con esa barca que hemos hecho de nuestra vida nos conducimos, navegamos hacia el encuentro de los otros para llevar lo mejor que en ella llevamos, que en nosotros llevamos.

Mira tu vida en esta reflexión que te ofrezco y piensa en lo que eres y en lo que te puedes transformar, pero descubre también cuál es tu misión porque en cuanto te sucede también hay una llamada, como la que hizo un día Jesús a aquellos pescadores de Galilea.

Hoy estamos celebrando al Apóstol Santiago y he querido comenzar con esta reflexión, porque al escribirla y hacérmela he estado pensando precisamente también en el apóstol y en su vida. Un pescador y una barca, un oficio con toda su dureza que no era solo para sí mismo en unas ganancias que pudiera obtener, sino que tenía su función para los demás, portador de alimento en aquellos peces para muchos. Un día el lago se quedó corto porque a su lado pasó un profeta que iba reclutando pescadores para otros mares más amplios; no sería ya solo pescador de peces sino de hombres, no sería el lago de Tiberíades sino llegar hasta el fin del mundo conocido, llegó hasta el Finisterre, al fin de la tierra conocida entonces con la misión de pescador que había recibido. No se rehusaba a aquel oficio, muchas veces a lo largo del evangelio lo veremos cruzando una y otra vez aquel lago, sino que se transformaba.

Pero tuvo que hacer un camino, para pulir aquella madera a pesar de las callosidades de sus ambiciones y sus sueños; muchas veces seguían discutiendo entre ellos sobre quien sería el más grande o importante y Jesús seguía señalándoles el camino; su madre intervendría también en aquellos sueños de sus hijos y se convertiría en mediadora – lo que hacen siempre las madres – pero aprenderían de un bautismo y bautismo de sangre por el que habían de pasar, de a pesar de sus impulsos por correr y querer transformarlo todo de una vez, habían de aprender a quedarse los últimos, porque ahí está el mejor servicio que pudieran realizar ayudando a los que menos podían caminar.

Tendría sus momentos de luz, que alimentaban mejor sus impulsos como en el Tabor, estaría también allí donde desde lo que parecía un sueño de muerte renacía la vida como en la casa de Jairo, pero también sabría de lo que era el dolor más intenso que hace sudar sangre en la cercanía de Jesús en Getsemaní. Así se fue tallando aquella madera, así podría ponerse en marcha aquella barca hasta lejanas tierras porque allí también tenían que enseñar todo aquello que habían aprendido de lo que era el amor y el amor hasta el final. Pero estaría también en el momento oportuno, donde se convirtiera en el primer testigo, en el primero de los del grupo de los apóstoles que derramara su sangre, que diera su vida.

Y hoy nosotros contemplamos su figura, esa madera tan variada en su composición que tenía sus nudosidades pero que tenía el mejor material y podemos así celebrar la obra de Dios en él. Nos creemos muchas veces en nuestros orgullos que lo que somos o lo que hemos conseguido solo es fruto de nosotros mismos y de nuestros particulares esfuerzos y nos olvidamos de la obra de Dios en nosotros; es El quien nos ha ido tallando, puliendo, haciendo brillar lo mejor que ha puesto en nosotros, porque esos acontecimientos, muchas veces quizás duros, por los que hemos pasado, esas personas que han estado cerca de nosotros y nos han echado una mano con su palabra y su consejo, con su presencia que nos daba ánimos o nos hacía ver las cosas de otra manera, todo cuando ha ido sucediendo en nuestro derredor tenemos que reconocer que ha sido un don de Dios para nuestra vida, que nos manifestaba su amor, que nos acompañaba en nuestro camino, que nos daba esa fortaleza que necesitábamos, que nos impulsaba a algo nuevo y mejor, que nos hacía mirar a lo alto. Es la obra de Dios en nosotros, misteriosa muchas veces porque nos ha costado leerla, pero grandiosa siempre porque grande es su amor que así ha derrochado su gracia sobre nosotros.

Celebramos a Santiago, pero al mismo tiempo miramos nuestra vida y damos gracias, porque a través de él descubrimos también esa acción de Dios en nosotros. Trajo la fe a nuestras tierras españolas, pero sobre todo nos hizo descubrir, nos sigue haciendo descubrir ese amor de Dios que se derrama abundantemente en nuestra vida. Y todo eso tiene que tener unas consecuencias para nosotros. Tenemos que descubrirlas.

 

jueves, 24 de julio de 2025

Necesitamos entrar en una sintonía nueva para escuchar todo lo que Jesús se hace Palabra de Dios para nosotros desde sus gestos y sus signos

 


Necesitamos entrar en una sintonía nueva para escuchar todo lo que Jesús se hace Palabra de Dios para nosotros desde sus gestos y sus signos

Éxodo 19,1-2.9-11.16-20b; Dn 3,52.53.54.55.56; Mateo 13,10-17

Es muy variada y rica en sus diversas expresiones la cantidad de lenguajes que utilizamos en la vida para entrar en comunicación y hasta en comunión los unos con los otros; y no me estoy refiriendo a la diversos idiomas con todas sus variantes que utilizamos los diferentes pueblos del mundo; estoy hablando de un lenguaje que muchas veces va más allá de las palabras pues nos manifestamos por signos y por gestos, nos expresamos con nuestra presencia corporal, pero también hemos de saber descifrar el lenguaje de los acontecimientos que también nos hablan y hasta en cierto modo pueden ser portavoces de otra voz superior, que nos llega de la naturaleza pero más aún nos trasciende y sentimos que nos viene también de Dios.

Claro que es necesario saber entrar en sintonía, captar la onda, escuchar con el corazón, leer más allá de unos sonidos o de unos signos, saber captar esa voz misteriosa que nos llega pero para lo que hemos de tener el corazón preparado. Obtusos muchas veces nos quedamos en la materialidad de lo que vemos o de lo que nos llega por los sentidos, pero tiene que haber otra afinación, para lo que ciertamente hemos de hacer también un aprendizaje, para saber interpretar, para no quedarnos por las ramas, para no sostenernos en la literalidad de unas palabras o unos hechos que para nosotros han de ser signos de algo más, de algo nuevo para nuestra vidas.

Ahí está el camino de sabiduría que tenemos que emprender, aprendiendo a saborear que es algo más que tragar. Y muchas veces nos tragamos las cosas pero no saboreamos la vida, no entramos en ese camino de nueva sabiduría. Cuando lo encontremos nos sentiremos dichosos porque es entrar en un camino de plenitud para nuestra vida.

Hoy escuchamos en el evangelio que los discípulos más cercanos a Jesús le preguntan por qué cuando le habla a la gente lo hace con parábolas. Jesús en sí mismo, podríamos decir, es la Parábola viva de Dios, porque es a través de quien Dios nos habla; así se manifestado Jesús con la gente a la que enseña, pero a la que está hablando también a través de los signos que realiza; a los milagros los evangelistas los llaman signos, porque hay que ir más allá del milagro en sí mismo que ya también es voz de Dios en lo que Jesús quiere significar para nosotros con lo que realiza; pero es la cercanía de Jesús, son sus gestos y sus detalles, es el detenerse junto al camino, o dejarse acariciar por los niños, es la mano que pone sobre el enfermo o el que se siente caído, o es el gesto de dejar que abran un boquete en el techo para que quien está impedido por otras cosas pueda llegar hasta Él y en encontrar salud y encontrar salvación.

Las palabras algunas veces nos son difícil de interpretar, porque cada uno podemos darle un sentido a lo que oímos según lo que tengamos en el corazón por eso Jesús se hace entender con un lenguaje sencillo como un buen pedagogo pero también irá directamente al corazón de quien le escucha señalándole incluso con crudeza lo que es su vida, como a la mujer que se acercó a buscar agua al pozo de Jacob en Samaría. Habla Jesús del agua y aquella mujer en principio querrá de esa agua que calma la sed para no tener que ir cada día a aquel pozo a buscarla, pero Jesús está queriendo ofrecer esa agua cuando con la fe le aceptamos y abrimos no solo los oídos sino sobre todo el corazón.

Son los lenguajes de Jesús que así en sus palabras pero sobre todo en su vida es Palabra de Dios para nosotros. Pero hemos de querer escucharle, quitarnos las vendas de los ojos o alejar de nosotros los prejuicios o las ideas preconcebidas; por eso nos hablará igual del samaritano que es de otra zona y de quien se tiene unos conceptos preconcebidos, como se mezclará con los pecadores y con los publicanos que todos desprecian, escogiendo a alguno de ellos, Leví, para formar parte incluso del grupo de los doce; se dejará lavar los pies por la mujer pecadora aunque todos la rechacen igual que por el corazón agradecido de María de Betania que previamente se había sentado a los pies de Jesús para escucharle.

¿Seremos capaces de entrar en esa sintonía nueva que Jesús nos ofrece con su Palabra para escucharle?


miércoles, 23 de julio de 2025

Que no se apague la esperanza en nuestro corazón, que no olvidemos nunca la necesidad de estar bien injertados en la vid para que podamos dar fruto

 


Que no se apague la esperanza en nuestro corazón, que no olvidemos nunca la necesidad de estar bien injertados en la vid para que podamos dar fruto

Gálatas 2, 19-20; Salmo 33; Juan 15, 1-8

Muchas veces cuando queremos hacer una valoración de nuestra vida, algo así como definirla según lo que hemos hecho en la vida, aunque quizás mantengamos las apariencias porque nunca queremos decir en voz alta todo lo que pensamos de nosotros mismos, tenemos la tentación de pensar en nuestros fracasos, en nuestras debilidades, en los tropiezos que hemos ido teniendo en la vida y tenemos el peligro de cargar con demasiados tintes oscuros lo que ha sido nuestra vida; por eso, como decía, guardamos las apariencias y son cosas que no siempre decimos en voz alta.

Pero sin embargo creo que hay algo, y que no es eso, que es lo que en verdad tendría que definir nuestra vida. A pesar de las sombras que podamos ver en nosotros hay una luz que brilla, y es que en todo siempre se ha desbordado el amor de Dios con nosotros y en nosotros. Al vivir por la fe descubrimos la maravilla de que somos hijos de Dios y el amor de Dios siempre es fiel y sigue contando con nosotros, es más, ha contado con nosotros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades.

Este pensamiento tiene que hacer renacer la esperanza en nuestro corazón, es una inyección muy fuerte de entusiasmo y de vida, que nos ayuda a superar nuestras limitaciones y nos llena de confianza porque Dios sigue contando con nosotros y sigue amándonos a pesar de todos los errores nuestros. Es algo que nos hace caminar, levantarnos de esas zonas oscuras, poner un optimismo nuevo en la vida, confiar más en nosotros porque si Dios que nos conoce bien confía, ¿por qué no podemos seguir sembrando semillas, contribuyendo incluso desde nuestros fracasos a hacer ese mundo nuevo y mejor?

Solo nos está pidiendo una cosa Jesús, como nos dice hoy en el evangelio, que como sarmientos sigamos unidos a la vida. Podrán estar ajadas las hojas o ramas de nuestra vida, pero puede seguir saliendo un racimo hermoso, siempre podemos hacer que broten los frutos, porque la vida no viene de nosotros, la vida nos viene de Dios, la savia de su gracia sigue alimentando las ramas de nuestra vida, sigue haciendo que a pesar de todos los pesares siguen surgiendo brotes que pueden darnos frutos buenos.

Si somos sinceros con nosotros mismos nos damos cuenta de ese regalo de Dios que es su amor y como han ido surgiendo esos nuevos brotes en nuestra vida llamados a dar frutos. No nos podemos sentir fracasados a pesar de los fracasos, no nos podemos echar para atrás aunque quizás muchos a nuestro lado no quieran creer en nosotros, piensen que a causa de nuestros fracasos tendríamos que estar relegados a otros lugares, pero hay algo dentro de nosotros que podemos compartir, que podemos sembrar en los corazones y en las vida de los demás, y es esa certeza que tenemos de que Dios nos ama.

Con esa seguridad seguimos adelante, con esa confianza seguimos sembrando la semilla en aquel campo que la providencia de Dios va poniendo a nuestro alcance, a nuestra mano para que en él sembremos. Muchas veces quizás nos hemos sentido tentados a tirar la toalla, pero cuando hacemos un pequeño recuento de nuestra vida y vemos cómo aún estamos ahí, como aun se siguen manifestando en nosotros los signos del amor de Dios, como nos hemos visto liberados de tantos peligros y acechanzas en tantos momentos, todo eso nos da ánimo para seguir adelante, y sembrar allí donde podemos hacerlo.

Que no se apague esa esperanza en nuestro corazón, que no olvidemos nunca la necesidad de estar bien injertados en la vid para que podamos dar fruto. Demos gracias a Dios por todo ello.


martes, 22 de julio de 2025

La experiencia del encuentro pone alas en el corazón y alegría en el alma para hacernos evangelizadores de la Buena Noticia

 


La experiencia del encuentro pone alas en el corazón y alegría en el alma para hacernos evangelizadores de la Buena Noticia

Cantar de los Cantares 3, 1-4b; Salmo 62; Juan 20, 1-2. 11-18

Qué gozo y alegría sentimos en nosotros y cómo pronto buscamos la manera de contárselo a alguien cuando una persona querida y apreciada, un amigo por la razón que sea no lo hemos podido ver en mucho tiempo, y ya parecía que habíamos perdido todo contacto con él, de pronto nos lo hemos encontrado. El abrazo de amistad no puede faltar y todas las manifestaciones de afecto que nos salen del corazón; pronto comenzaremos a contarnos cosas, las experiencias que hayamos tenido en esa ausencia, buscaremos la forma de no perder contacto, es más, nos prometemos volver a vernos pronto. Y como decíamos, casi de inmediato le llevaremos la noticia a la gente de nuestro entorno, que sabían de nuestro desasosiego por la pérdida o la ausencia ahora recuperada, todos participarán de nuestra alegría.

Aunque habían sido pocas horas María Magdalena estaba viviendo esa angustia desde la pasión de Jesús y su muerte de la que ella había sido testigo pues al pie de la cruz también estaba con aquel pequeño grupo que con María y con Juan habían podido llegar hasta el calvario. Ella fue de las mujeres que estaban atentas en los detalles de la sepultura hecha con prisas en la tarde de las vísperas de la pascua para pasado el descanso sabático suplir los ritos funerarios que no habían podido realizar. Con las otras mujeres había venido aquel primer día de la semana desde el amanecer, pero se habían encontrado la piedra de la entrada del sepulcro corrida y allí no estaba el cuerpo de Jesús.

Yo llamo a ese amanecer la mañana de las carreras en el ir y venid a comunicar en principio la mala noticia de la desaparición del cuerpo de Jesús, la venida de algunos discípulos, Pedro y Juan, para comprobar la veracidad de lo que contaban, mientras algunas de ellas por su parte se habían visto a Jesús que les había salido a su encuentro.

Pero María Magdalena no se lo podía creer. Lloraba y se preguntaba donde estaba el cuerpo de Jesús entrando incluso con aquellos Ángeles que eran los que ahora le daban esperanzadoras noticias.

Una oportunidad es preguntar a cualquiera que aparezca por el lugar y si es el encargado del huerto mejores noticias les puede traer. Es el diálogo de Magdalena con la que ella creía era el hortelano ofreciéndose a si le decían donde estaba ella por si mismo lo traería para darle digna sepultura.

Sus lágrimas cegaban sus ojos, sus lágrimas le hacían perder perspectivas de vida, sus lagrimas la encerraban en si misma para no ver más allá, para no saber encontrar la luz. Cuántas veces nos pasa cuando estamos envueltos por las oscuridades de nuestros problemas; parece que una loza con el peso del mundo entero ha caído sobre nosotros. La vida se nos vuelve un laberinto del que parece que no sabemos salir, caminamos sin rumbo y ciegos y sordos a todas las buenas noticias que nos pudieran traer, la confusión se adueña de nuestra vida, qué difícil es encontrar serenidad y mantener la paz en el corazón.

Allí estaba el Señor, fue necesaria solo una palabra para que ella lo reconociera y se desataran todas las alegrías. Era el Señor. ‘Rabbonni’- Maestro -, es ahora la exclamación de María Magdalena. Vendrían los besos y los abrazos, ella se echa a sus pies para abrazarlos, ¿para que no se escapara? ¿Para que no se volviera a marchar? ¿Para que estuviera siempre con ella?

Pero para ella Jesús tiene una misión. ‘Ve a decir a mis hermanos’. Y las carreras continúan porque es ahora ella la que corre de nuevo al encuentro con los demás discípulos, que aún siguen incrédulos y con sus miedos y dudas, para decirles ‘He visto al Señor, esto me ha dicho el Señor’. Es la alegría compartida, es la Buena Noticia transmitida; a María Magdalena la llamamos por eso la primera misionera, es la que viene a comunicarnos la alegría de la Pascua del Señor.

La experiencia del encuentro con el Señor la transformó; se acabaron los miedos y las dudas, se acabaron las lágrimas y las angustias, se abrió el alma con una nueva alegría, a los pies se les pusieron alas no solo para que corrieran sino para que volaran a llevar la buena noticia. ¿Es la experiencia que nosotros vivimos? ¿Es la carrera evangelizadora que nosotros hacemos?

lunes, 21 de julio de 2025

El signo somos nosotros, nuestra vida, nuestras actitudes, nuestro compromiso, nuestro amor, la valentía y autenticidad de nuestra fe

 


El signo somos nosotros, nuestra vida, nuestras actitudes, nuestro compromiso, nuestro amor, la valentía y autenticidad de nuestra fe

Éxodo 14,5-18; Sal. Ex 15,1-2.3-4.5-6; Mateo 12,38-42

Hay un dicho que algunas veces habremos escuchado o también nosotros mismos hemos empleado que es aquello de ‘ver para creer’; aunque nos digan y nos demuestren, si no lo veo no lo creo, pero es que además andamos hoy en un mundo tan confuso que ni aunque veamos las cosas nos las creemos. Algunas veces uno siente lástima cuando ve tal increencia, tal desconocimiento muchas veces que nos habla de una cultura con muchas lagunas, tal desconfianza que se ha ido sembrando porque todo se quiere poner en duda, porque aun los hechos históricos que ahí están más que comprobados por quienes con toda seriedad los han estudiado, ahora nos vienen con tantas interpretaciones confusas, muchas veces nacidas de intereses con los que de alguna manera se quiere marcha a la sociedad de hoy. Nos afecta a la historia, al sentido de la sociedad, a lo que queremos ser o lo que queremos construir según los intereses de cada uno.

Hoy en el evangelio vemos que algunos se acercan a Jesús pidiendo signos, pidiendo pruebas. No les basta lo que están contemplando en lo que Jesús enseña y en lo que Jesús hace y vive El mismo, sino que aun siguen pidiendo unos signos. ¿Y todos los milagros que estaban contemplando? ¿Y toda la sabiduría que se destilaba de los labios de Jesús? Claro que quienes estaban pidiendo aquellos signos no era porque quisieran creer, sino porque realmente querían sembrar esa desconfianza en los que rodeaban a Jesús. No accede Jesús a lo que le piden porque simplemente Jesús no es un mago milagrero; les habla de una señales antiguas como fue la sabiduría de Salomón, la acción del profeta Jonás con todo lo que le sucedió además, y desde ahí tienen que descubrir la gran señal que será su propia pascua, su muerte y resurrección; pero hay siempre quienes quieren poner en duda las palabras de Jesús.

Unas actitudes desconcertantes que vemos en muchos que rodean a Jesús, pero ¿no serán también las actitudes desconcertantes que podemos estar contemplando en nuestro mundo de hoy? No se cree en los signos de Dios, se sigue poniendo en duda el ser de la iglesia, se hacen mil interpretaciones diferentes para querer explicar las cosas a su manera y quieren darnos esas explicaciones quienes quizás menos conocimiento tienen de lo que hablan. Cuántas cosas disparatadas escuchamos en los medios de comunicación cuando se trata de hablar de la Iglesia; cuanta falta de cultura de lo más elemental descubrimos en quienes quieren ser precisamente unos comunicadores fiables para nuestra sociedad. Y todo eso va llevando a la gente a una confusión cada vez mayor.

¿Qué tenemos que hacer nosotros los cristianos? ¿Cruzarnos de brazos y dejar las cosas como están porque nos parece imposible remediarlo o darle una buena explicación? ¿No estará en juego el anuncio del evangelio en el mundo de hoy y la credibilidad de ese anuncio para las generaciones que nos rodean?

Queremos un signo, parece que nos están pidiendo y exigiendo. ¿Qué signo le daremos? ¿Qué es lo que podemos ofrecer que haga en verdad creíble nuestro mensaje?

Pues el signo somos nosotros, nuestra vida, nuestras actitudes, nuestro compromiso, nuestro amor, la valentía de nuestra fe. Tenemos que manifestarnos convencidos y auténticos y congruentes entre lo que decimos y lo que hacemos, para que en verdad nos hagamos signos creíbles. No son cosas las que tenemos que presentar, son nuestras vidas que en verdad están reflejando eso en que creemos. Quitémonos de máscaras y tapujos, manifestémonos a cara descubierta, hablemos con claridad de aquello en lo que creemos, de ese Dios del que nos sentimos amados, expresemos la autenticidad de nuestras vidas. Y nos manifestamos tal como somos también con nuestras debilidades porque nuestro deseo de superación hará que merece la pena de verdad por lo que luchamos y de lo que hablamos.

El mundo necesita testigos. La Iglesia tiene que manifestarse como el gran testigo. Los cristianos tenemos que ser testigos de esa fe aunque nos costara sangre.

domingo, 20 de julio de 2025

Mientras nos sentamos a los pies de Jesús tengamos abiertas las puertas de nuestro patio para vivir lo maravilloso de la acogida que nos hace sentir también a Dios

 


Mientras nos sentamos a los pies de Jesús tengamos abiertas las puertas de nuestro patio para vivir lo maravilloso de la acogida que nos hace sentir también a Dios

Génesis 18, 1-10; Sal. 14; Colosenses 1, 24-28; Lucas, 10, 38-42

Un hogar es algo más que una estancia con unas puertas cerradas para vivir encerrados dentro de unos límites. Un hogar tiene patio y unas puertas que se abren y depende de nosotros si siempre las tenemos abiertas. Es cierto que un hogar es como ese nido de la familia donde nacimos, crecimos, nos desarrollamos y podemos vivir una hermosa experiencia de que nos introduce en caminos de plenitud.

Pero el hogar no es para mirarse solo a si mismo, sino que en cierto modo podemos decir que es también, que debe ser también una pista de despeje. En él, es cierto, hemos encontrado lo mejor para el aprendizaje de ese desarrollo de uno mismo, desde el amor de unos padres, pero desde la convivencia amorosa de todos los miembros de la familia que nos hace crecer.

Pero el hogar no nos aísla, por eso decíamos que tiene patio y puertas que se abren para salir y para entrar, nosotros y también a los que vienen a nosotros con nuestra mejor acogida por nuestra parte. Cuanto han aprendido los que han tenido un hogar así, abierto y acogedor, y como luego su vida se va a desarrollar también en esa acogida pero también en esa ida hacia los otros. Si ha sido de verdad ese nido de amor y de vida para nosotros, hemos estado inundados y contagiados de tal manera por ese amor que se hace difusivo y contagioso a través de nosotros para los demás. No podemos tener las puertas cerradas porque el amor resuma desde ese lugar.

Lo estamos viendo en la palabra de Dios que se nos ofrece en este domingo. Abrahán sentado a la sombra de la encina de Mambré y a la puerta de su tienda acoge en aquellos caminantes a Dios mismo que le visita y a los que ofrece lo mejor de su casa, agua para que laven sus pies y un bocado para recobrar fuerzas para proseguir el camino, como signos hermosos de la hospitalidad. Dios que llega hasta su tienda – imagen del misterio de Dios y de la misma Santísima Trinidad han visto desde siempre los santos padres de la Iglesia en este episodio – que mantiene sus promesas de alianza con Abrahán anunciándole el nacimiento de un hijo, el hijo de la promesa.

En ese mismo sentido escuchamos el relato del evangelio. Jesús de camino hacia Jerusalén se detiene en aquel hogar de Betania, en casa de Marta y María; pronto se pone en juego igualmente la ley de la hospitalidad en la forma que una y otra aquellas mujeres acogen a Jesús con sus puertas abiertas. Es sí la disponibilidad pronta para el servicio de Marta que se afana en hacer todos los preparativos necesarios para la acogida de aquellos huéspedes, pero es también la actitud de María sentada a los pies de Jesús y no perdiéndose ni una de sus palabras.

Siempre nos hacemos nuestras interpretaciones como si hubiera una oposición en la actitud de aquellas hermanas, primero por la queja de Marta que se ve sola para todas las tareas, porque le parece que su hermana no le ayuda, y también por las palabras de Jesús a las que siempre le hemos dado muchas vueltas. ‘María ha escogido la mejor parte’. ¿No era una parte importante también el servicio de los preparativos?

Podríamos preguntarnos si nos parece bien dejar a nuestro invitado solo y encerrado en la sala mientras nos vamos para la cocina pensando solo en hacer café para ofrecerle o preparar unas tortitas... ¿Dónde está la compañía y la presencia? Jesús no dice que no fuera importante y no está queriendo contraponer una cosa a la otra. Jesús nos quiere a ayudar a hacer una verdadera escala de valores para estar a su tiempo en casa lugar.

Creo que esto nos puede ayudar para muchas cosas empezando por lo que es nuestra vida ordinaria de relación con los demás. Damos cosas pero no damos amor; hacemos regalos, pero no regalamos presencia y compañía. Somos capaces de dar algo de nuestro dinero – y mira que nos cuesta desprendernos de nuestro dinero – pero no nos detenemos a mirar a los ojos y hablar con esa persona que nos ha tendido la mano pidiendo una limosna. Nos quejamos de la inhumanidad en la que vivimos a causa de tantos conflictos que hay en nuestro mundo, y miramos con desdén o por encima del hombre para mantener las distancias al inmigrante con el que nos cruzamos por la calle.

Y aquí podemos pensar también en todo lo que significa nuestra relación con Dios y el fondo de nuestra vida cristiana. Resumiendo podríamos decir que sin escuchar a Jesús difícil nos va a ser mantener de forma auténtica todo lo que es nuestro compromiso cristiano. No se trata solo de hacer cosas, podemos caer desde nuestra buena voluntad en el activismo cuando vemos cuanto hay que hacer, pero necesitamos saber encontrar esa fuerza interior para poder realizarlo. Y cuando hablamos de esa fuerza interior no es cuestión solo de nuestra voluntad, de lo que nosotros queremos y por lo que nos esforzamos, sin la fuerza que viene de Dios nada somos y nada podremos.

¿No nos dirá Jesús que sin El nada podemos hacer? Para que el sarmiento dé fruto tiene que estar bien enraizado en la cepa de la viña, si lo desgajamos para nada nos sirve porque se seca. ¿No nos pasará muchas veces así a los cristianos? Vivimos enfervorizados queriendo tragarnos el mundo en dos días, pero al cuarto día nuestras fuerzas se acabaron, aquella fiebre de entusiasmo se enfrió y comenzamos a resbalar por la pendiente de la tibieza espiritual que terminará apagándose del todo.

Sepamos sentarnos a los pies de Jesús para que podamos tener las puertas de nuestro patio abiertas; acogiendo a Jesús aprenderemos a acoger a los demás, porque cuando acogemos a los demás nos daremos cuenta que estamos acogiendo a Jesús. Pero sin ese hilo de amistad con Jesús no lo podremos ver ni lo podremos lograr.