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viernes, 11 de abril de 2025

La congruencia entre nuestra fe y nuestra vida nos pide que allí donde estemos los cristianos tenemos que ser fermento desde esa fe que profesamos de una sociedad nueva

 


La congruencia entre nuestra fe y nuestra vida nos pide que allí donde estemos los cristianos tenemos que ser fermento desde esa fe que profesamos de una sociedad nueva

Jeremías 20, 10-13; Salmo 17; Juan 10, 31-42

A fuer de sinceros muchas veces nos encontramos con muchas incongruencias en la vida, porque da la impresión que no están muy acordes las cosas que pensamos o que decimos con lo que luego realmente hacemos. Somos buenos para establecer principios y reglas pero a la hora de la verdad cuando llega el momento de ver lo que vivimos parece que hay mucha distancia entre eso que establecemos y lo que luego haremos. Nos escudamos quizás en nuestras propias debilidades, nos decimos que tampoco que tenemos que ir a rajatabla con lo que tenemos que hacer ni tenemos que ser tan radicales, nos procuramos algunas rebajas de manera que descafeinamos tanto el café que al final no será café, descafeinamos tanto nuestra vida religiosa y cristiana que al final se parece poco al evangelio. Aparecen las incongruencias, como decíamos.

En la hora en que Jesús les repartió pan para que pudieran comer todos en abundancia allá en el descampado cuando se habían acabado las provisiones, todos estaban entusiasmados queriendo proclamarlo rey; cuando daba la vista a los ciegos o curaba a los leprosos decían que Dios había visitado a su pueblo; cuando curaba a los que llamaban endemoniados o hacia caminar a los tullidos el poder de Dios estaba con El y todos se entusiasmaban porque era para ellos una señal de la venida del Mesías; pero cuando Jesús les decía que eran otras cosas las que tenían que pedir o buscar, que no todo estaba en el milagro fácil sino que había que comenzar a actuar de una manera nueva en las mutuas relaciones o en su relación con Dios, ya eso costaba entenderlo porque aquel estilo nuevo de vivir podía echar abajo muchas cosas que había que transformar, signo de ello fue la expulsión de los vendedores del templo.

Cuando Jesús en sus palabras y en su actuar estaba manifestando claramente el rostro de Dios que era algo muy distinto de lo que habían imaginado, como Jesús se presentaba como el enviado del Padre, se atrevía a llamar Padre a Dios además de enseñarnos que esa era la nueva relación que con Dios habíamos de tener porque El era el Hijo de Dios y porque a nosotros nos quería hacer también hijos de Dios, entonces ya Jesús eran un blasfemo al que había que apedrear.

Es lo que se nos presenta hoy en el evangelio. ‘Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?’ les pregunta Jesús. ‘No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios’, le dicen. No había terminado de conocer a Jesús, no habían querido entender sus palabras. ‘Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre’, les vuelve a insistir Jesús. Palabras solemnes de Jesús que nos vienen a manifestar claramente que es el Hijo de Dios. Como dirá en otro momento ‘el Padre y yo somos uno’.

Se escabulló de sus manos, porque aun seguían queriendo detenerlo y se fue a la otra orilla del Jordán, allá donde Juan había estado bautizando.  ‘Y muchos creyeron en El allí’, nos dice el evangelista.

Estamos ya a las puertas de la semana de Pasión que culminará con la celebración de la Pascua para lo que hemos venido preparándonos durante todo el camino cuaresmal. Momento ha sido todo este recorrido para repasar muchas cosas de nuestra vida, de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Jesús, de la autenticidad que tiene que haber en nuestra vida y de la necesaria renovación que hemos de hacer. Hoy se nos está preguntando por la congruencia de nuestra fe y nuestra vida.

¿Creemos para una procesión o para hacer grandes manifestaciones religiosas cargadas de mucha pomposidad o creemos como verdadero alimento de nuestra vida, como motor de una transformación de nuestras costumbres, como fermento de un nuevo sentido de iglesia que hemos de vivir, como un compromiso que tenemos también con la vida y con la sociedad que estamos construyendo?

¿Se notará allí donde estamos, donde desarrollamos nuestra vida diaria que en nosotros hay una fe y hay unos valores distintos aunque tengamos que ir a contracorriente del mundo y la sociedad en la que vivimos? ¿En qué se nota que hay unos cristianos que son fermento de una sociedad nueva?

jueves, 10 de abril de 2025

Nuestra fe es vivir a Cristo y esa vida en Dios se hace eterna, para siempre, algo que solo podemos entender, más bien vivir, solo desde la fe

 

Nuestra fe es vivir a Cristo y esa vida en Dios se hace eterna, para siempre, algo que solo podemos entender, más bien vivir, solo desde la fe

Génesis 17, 3-9; Salmo 104; Juan 8, 51-59

¿Es fácil creer? Pues la pregunta tampoco es fácil. Somos de los que queremos palpar todo con nuestras manos, buscamos razonamientos por todas partes, explicaciones que nos quepan en nuestro entendimiento y con la fe entramos en otros ámbitos. Y tenemos que reconocer que algunas veces se nos hace difícil y comenzamos a poner en duda muchas cosas, y comenzamos a hacernos preguntas. Sí, es bueno que nos hagamos preguntas; pero también tenemos que darnos cuenta que con la fe entramos en el ámbito de la vida, de lo que vivimos y de lo que sentimos, de la experiencia que sintamos en nuestro interior; y son cosas que cuando llegan a nosotros hay que vivirlas, no podemos ponernos a la distancia.

Cuando hoy leemos en el evangelio esa discusión de los judíos con Jesús, que no entienden las palabras que Jesús les dice o que ellos les dan sus explicaciones, que no terminan de comprender de la manera que se les presenta Jesús, quizás nosotros desde nuestra distancia nos preguntamos por qué eran así, por qué no lo querían aceptar; hoy nos parece tan naturales las palabras de Jesús, porque así siempre las hemos oído, pero quizás tampoco nosotros nos hemos puedo a reflexionarlas y a ahondar en ellas para comprender todo lo que Jesús quiere decirnos.

Por eso necesitamos a veces detenernos un poco y ponernos a analizar bien lo que decimos que creemos, lo que es la fe que tenemos para que no se quede en algo que nos puede parecer muy valioso pero lo tenemos ahí como muy guardado en el armario, pero no llegamos a tener una vivencia honda de nuestra fe. Aunque algunas veces se nos haga cuesta arriba, aunque a veces no sepamos que paso dar, pero tenemos que buscar la forma de darle hondura de verdad a nuestra fe.

Son las palabras que escuchamos en el evangelio, donde Jesús se nos está manifestando en toda su plenitud, aunque las palabras en algún momento nos parezcan confusas, pero es también lo que hemos escuchado en la primera lectura. Ahí contemplamos la fe de Abraham, todo ese misterio de ese encuentro profundo con Dios. En algún momento en las imágenes de la Biblia veremos a Abraham hablando con Dios como dos amigos que charlan paseando en la brisa fresca de la tarde.

Pero no había sido fácil para Abrahán todo el proceso de su fe, desde que Dios le llama a salir de su tierra y ponerse en camino a la tierra que le va a dar. Ponerse en camino porque se fía de una Palabra que siente en su corazón. No era fácil. No era fácil aceptar que siendo ya viejos como eran pudiera tener un hijo y desde ahí una numerosa descendencia como las arenas del mar o las estrellas del cielo. No le fue fácil aceptar el sacrificio que parecía que Dios le pedía de aquel hijo que le había dado. Pero Abrahán creyó, y creyó cuando parecía que no había nada que esperar, cuando no había esperanza y Dios se lo computó como justicia, como nos dirá san Pablo. La promesa de Dios se realizaba y se cumplía.

‘Mantendré mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como alianza perpetua. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua, y seré su Dios’.

¿Llegaremos nosotros a tener una fe así? ¿Es así como nos fiamos de Dios y de su Palabra? ¿Es así como sentimos su presencia en nuestra vida? ¿Lo estamos haciendo vida?

Hoy nos dirá Jesús en el evangelio que ‘quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre’. ¿Cómo entendemos estas palabras de Jesús? Porque no nos quedamos en la textualidad de las palabras; si nos ponemos a buscar razonamientos humanos ¿no nos damos cuenta de que todos morimos algún día?

Las palabras de Jesús tienen una trascendencia especial, van más allá de lo que las mismas palabras dicen cuando empleamos la palabra muerte o la palabra vida para siempre. Y eso de que porque seamos buenos se va a guardar de nosotros un recuerdo eterno, de alguna manera puede ser algo relativo. Ya sabemos que tenemos que dejar buenas huellas de nuestro paso por la vida, un buen recuerdo, pero que muchas veces no van más allá de una generación. Luego lo de ‘no morir para siempre’ que nos dice Jesús tiene otra trascendencia.

Y es que guardar su palabra, como nos dice, significa un identificarnos de tal manera con Cristo que ya sea Cristo quien vive en nosotros. Lo que decía san Pablo ‘es Cristo quien vive en mi’. Es vivir a Cristo y esa vida en Dios claro que sí se hace eterna, se vive para siempre. Algo que solo podemos entender, más bien vivir, solo desde la fe.

Que crezca, entonces, nuestra fe; que crezca nuestra configuración con Cristo; que crezca nuestra vivencia de Dios.

 

miércoles, 9 de abril de 2025

¿Somos esclavos o libres? En Jesús encontraremos un sentido nuevo y distinto de la vida, la Verdad que nos hará realmente libres

 


¿Somos esclavos o libres? En Jesús encontraremos un sentido nuevo y distinto de la vida, la Verdad que nos hará realmente libres

Daniel 3, 14-20. 91-92. 95; Sal.: Dn 3, 52-56; Juan 8, 31-42

Es difícil hablar de esclavitud y de libertad. Todos hoy nos sentimos libres, es un don bien apreciado, no queremos sentirnos esclavos de nadie y porque decimos que somos libres hablamos o decimos lo que se nos ocurre, hacemos solamente aquello que nos apetezca o nos parece que es un bien para nosotros. Esclavitud como sujeción a una persona es algo que no soportamos. No entendemos, decimos, las esclavitudes habidas en otros tiempos y que realmente en la historia no hace tanto tiempo que han sido abolidas del todo. Cuando vemos imágenes o leemos algo en la historia o la literatura de esto, nos cuesta quizás entender que alguien pudiera dominar a otra persona de la forma que lo hacia para hacerlo su esclavo. Pero cuidado que nos quedemos en una visión un tanto superficial.

Pero las esclavitudes y las libertades ¿solo van por esos caminos? ¿Eres capaz en un momento dado de decirte no a una cosa que apeteces o por lo que te sientes apasionado? ¿Estará faltando una libertad interior en ti mismo? Puede ser esto una manera de comenzar a pensar que esto es algo serio y no tan superficial.

Bueno algo así les estaba pasando a los judíos cuando escuchan las palabras de Jesús que hoy se nos ofrecen en el evangelio. Junto a Jesús había un pequeño grupo de los que comenzaban a creer en El a pesar de todo aquel movimiento en contra que se estaba desencadenando en Jerusalén y que terminarían en el prendimiento de Jesús. Y a aquellos que comienzan a creer en El Jesús viene a animarles y hacerlos comprender que con El iban a encontrar un verdadero sentido para sus vidas, iban a encontrarse con la Verdad y esa Verdad que Jesús les ofrecía les haría verdaderamente libres. ‘Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’, les dice Jesús.

Es lo que ahora les cuesta entender y le replican que ellos nunca han sido esclavos de nadie. ¿Algo así como lo que decimos nosotros, seguimos diciendo hoy? ‘En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo’, les replica Jesús. Es lo que les cuesta entender, lo que a nosotros nos cuesta entender.

Pecado, decimos, es una negación de Dios, pecado es hacer que otra cosa que no sea Dios lo convirtamos en dios de nuestra vida; y partimos de nosotros mismos cuando nos endiosamos con nuestro egoísmo e insolidaridad, o con nuestro orgullo y vanidad. ¿Nos creemos los más bonitos del mundo? ¿Nos creemos los únicos y los que nos sentimos por encima de todo y de todos? Es el pensar solo en nosotros mismos y cuando pensamos solo en nosotros mismos estamos destruyendo el amor en nuestra vida, no es capaz de abrirse a los demás, no es capaz de darse a los demás, no es capaz de pensar en el otro. ¿No será esto realmente una idolatría? Estamos negando a Dios, como decíamos, estamos sustituyendo a Dios por nuestro ego, nuestro capricho, nuestro orgullo, nuestra vanidad.

Y detrás vendrá como en una cascada una cantidad inmensa de cosas que convertimos en insustituibles en nuestra vida, en ídolos que nos esclavizan y nos dominan; pensemos en el materialismo de la vida y el dinero y la riqueza, pensemos en nuestros deseos de poder para desde nuestra superioridad dominar a los que nos rodean, pensemos en las pasiones que no podemos controlar sino que ellas nos controlan a nosotros empezando por la violencia o por los deseos de placer y de pasarlo bien cueste lo que cueste, sea como sea; mientras yo sea feliz, mientras yo me dé satisfacción a mi mismo, me dejo llevar por aquello que tira de mi y me está dominando porque no soy capaz de controlar y poner en orden.

Jesús viene a darnos un sentido nuevo y distinto de la vida, de lo que somos y de lo que tenemos, de nuestras relaciones con los demás y de lo que podemos hacer para que nuestro mundo sea mejor y entonces sí todos podamos ser más felices. Es la verdad que Jesús nos ofrece cuando nos habla del Reino de Dios, una verdad, como nos dice Jesús hoy, que nos hará libres.

Y esto, ya lo sabemos, es algo que nos cuesta entender y llevar a cabo. ¿Por qué? Porque no somos libres de verdad, porque no hemos llegado a entender lo que verdaderamente nos hace libres. ¿Tendríamos que pensar en el camino del amor?

martes, 8 de abril de 2025

Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado

 


Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado

Números 21, 4-9; Salmo 101; Juan 8, 21-30

Y tú, ¿quién te crees que eres?, quizás hemos reaccionado alguna vez ante alguien de quien pensábamos que se arrogaba unas atribuciones que no le correspondían. Nos cuesta aceptar a los demás, y nos cuesta aceptarlos cuando se manifiestan con autoridad o queriendo manifestarnos que saben lo que hacen. Son las desconfianzas podríamos decir normales que algunas veces surgen, en ocasiones porque estamos escarmentados de engaños y de vanidades, o porque queremos estar seguros de en quien confiamos.

¿Les costaba aceptar a Jesús como Mesías a sus contemporáneos? ¿Realmente entenderían lo que Jesús quería decirles dadas las prevenciones y los prejuicios que tenían sobre lo que tenía que significar el Mesías? La gente sencilla le seguía porque sentían que renacían sus esperanzas; los que se creían más entendidos y que quizás se habían rodeando de ciertos privilegios pasaban por una criba las palabras y los gestos de Jesús no queriendo entender ni aceptar lo que Jesús les decía que en cierta manera trastocaba muchas costumbres y rutinas sobre las que habían edificado su vida. Por eso le preguntaban ‘¿y quién eres tú?’ algo así como aquello que nos decíamos al principio ¿y quien te crees que eres tú?

Como nos cuenta entender a nosotros cuando nos sacan de nuestras rutinas de siempre, cuando se nos hacen planteamientos nuevos, cuando vemos con toda su crudeza la radicalidad del evangelio que nos exige cambios profundos en nuestra vida que nos den más autenticidad a lo que hacemos y vivimos, a nuestra manera de vivir nuestro sentido religioso. No queremos cambios, son revolucionarios para nosotros y siempre le tenemos miedo a las revoluciones porque parece que vienen cargadas de violencia. Pero lo que Jesús nos trae no es violencia que destruye, es fuego que nos transforma, es agua nueva que nos revitaliza cuando tan muertos estamos, cuando nos ilumina haciéndonos encontrar la verdadera luz porque muchas veces solo nos dejamos iluminar por luces ilusorias que se convierten en opacas. La violencia tenemos que hacérnosla a nosotros mismos para salir de esa vida anquilosada en que vivimos.

Les era difícil en ocasiones entender las palabras de Jesús. Ahora les habla de que se irá a donde ellos no pueden ir, de que lo buscarán y no lo encontrarán, palabras para las que hay que tener una sensibilidad especial para entenderlas, una sensibilidad nacida de la confianza y de la fe en El que les faltaba. Finalmente les dirá que cuando sea elevado en alto entonces comprenderán quien es.

Una referencia en cierto modo a lo que hemos escuchado en la primera lectura de aquel episodio acaecido en el desierto; en la reticencia con que muchas veces caminaban en aquellas largas jornadas de desierto se ven atacado por unas serpientes venenosas; acuden a Moisés, acuden a Yahvé, y Moisés levanta en algo aquella serpiente de bronce en medio del campamento como un signo o como señal; sienten sobre ellos la misericordia del Señor, no mueren como consecuencia de la mordedura de aquellas serpientes; todo ello va a ser un signo profético al que ahora hace referencia Jesús; será El quien va a ser levantado en algo, referencia a su muerte en Cruz, y entonces en verdad podrán comprender el sentido de su vida, podrán comenzar a creer en quien da su vida por nosotros aunque seamos pecadores.

‘Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada’.

Por eso nosotros levantamos nuestros ojos hacia lo alto del madero, porque sabemos bien quien es el que allí está crucificado. Ahí comprendemos todo el misterio de Dios que se manifiesta en Jesús, ahí comprendemos toda la autoridad de Jesús que dio su vida por nosotros, ahí comprendemos quien es Jesús que es nuestro Salvador. A los judíos les costaba entender estas palabras de Jesús pero el evangelista nos dice sin embargo que a partir de ese momento muchos creyeron en El. Una sintonía especial para creer en Jesús; como la tuvo aquel centurión romano que tras la muerte de Jesús en la Cruz proclama que quien ha muerto allí es el Justo, que viene a decir que es nuestro Salvador.

Tratemos de conocer más a Jesús, entremos en su sintonía, para dejarnos transformar por esa fe que en El ponemos.

lunes, 7 de abril de 2025

No solo tenemos que sentirnos liberados y consolados porque Jesús nos dice ‘yo tampoco te condeno’, sino que tiene que ser la actitud de perdón que ofrezcamos

 


No solo tenemos que sentirnos liberados y consolados porque Jesús nos dice ‘yo tampoco te condeno’, sino que tiene que ser la actitud de perdón que ofrezcamos

Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Salmo 22; Juan 8, 1-11

Alguna vez nos hemos encontrado a nosotros mismos haciendo dibujitos en lo que tengamos a mano, ‘pintando machanguitos’; estamos como distraídos de nuestro entorno más cercano, ensimismados en nuestros pensamientos, con la mente quizás muy lejos de donde físicamente estamos, pero son momentos de relax, de pensar, de darle vueltas a las cosas, de abstraernos de lo que nos rodea, de estar oyendo sí pero no escuchando, no prestando atención porque nosotros estamos en la nuestro. Hasta que en un punto despertamos, sí, como si saliéramos de un sueño tratamos de situarnos donde estamos.

¿Momentos quizás para tomar decisiones, para pensarnos las cosas, para emprender con empuje algo nuevo, para decir una palabra quizás llena de sabiduría que ni nosotros mismos habíamos pensado? Algo paradójico lo que nos puede suceder. Momentos y silencios que necesitamos en la vida.

¿Nos quedaremos así ante el evangelio? Hay ocasiones en que es tal la novedad que se nos presenta que de alguna manera nos quedamos paralizados hasta darnos cuenta de la profundidad del mensaje. Y es que el evangelio no nos lo podemos tomar a la ligera; no podemos decir nunca, eso ya lo sabía. Cada página del evangelio tiene el  olor y el sabor de lo nuevo cada vez que nos acercamos a ella, la leemos o la escuchamos. Y aunque un texto lo hayamos leído o escuchado en el día anterior e incluso lo hayamos meditado, cuando lo escuchamos de nuevo, si lo hacemos con fe, vamos a encontrar siempre la novedad que es el evangelio, porque siempre es noticia de algo para nosotros, siempre es buena noticia que quiere llegar al corazón, a lo más hondo de la vida y nos producirá interrogantes, nos abrirá caminos, nos dejará el sabor del vino nuevo.

Hoy estamos acercándonos de nuevo a una página que ya escuchamos ayer en el quinto domingo de la cuaresma. Hoy la liturgia nos la vuelve a presentar, pero para nosotros no puede representar una repetición que ya damos por sabida. Como hacíamos referencia en la introducción a este comentario Jesús parece que se queda como abstraído cuando en medio de la predicación le traen a aquella mujer con las acusaciones del adulterio y las condenas que a las mujeres adúlteras se les aplicaban; y Jesús no dice nada, se queda en silencio, como nos dice el evangelio haciendo dibujitos en el suelo. Le apremian aquellos que están pronto para la condena, pero Jesús está en silencio; parece que no tiene prisa. ¡Cuántas prisas nos damos sobre todo cuando queremos quedar por encima de los otros, cuando queremos ganar nuestra partida sea como sea!

Solo una palabra saldrá de la boca de Jesús en consonancia con lo que había venido haciendo siempre poniendo siempre la misericordia por encima de todo. No invoca directamente la misericordia aunque está en el trasfondo sino que interroga con su mirada. ¿Quién es el que no tiene pecado y se atreve a tirar la primera piedra? Y ahora el silencio se hace más denso, mientras uno a uno todos aquellos acusadores se van escabullendo empezando por los mayores, a los que se les pediría quizás mayor sensatez.

Y en ese silencio, solos la mujer aun tirada por los suelos y Jesús también agachado en el suelo con sus dibujitos, comienza a refulgir del todo la luz de la misericordia. ‘¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco… vete en paz y no peques más’.

Es el sabor del vino nuevo que ahora estamos saboreando. Ha aparecido sobre la tierra la misericordia del Señor. Es la esperanza de los pecadores que no siempre todos llegan a comprender. ‘Vuestro maestro come con publicanos y pecadores’, les decían los fariseos a los discípulos de Jesús. Tiene que sonar fuerte el evangelio de este día y esas palabras finales de Jesús.

Los hombres decimos tantas veces que perdonamos pero seguimos guardando el recuerdo del pecado de aquel pecador. Como si aun siguiéramos con la costumbre de poner un cartel sobre la cabeza del pecador aunque se hubiera arrepentido para seguirle recordando que cometió tal atrocidad. Es lo que seguimos haciendo en nuestra sociedad. Cuidado que los cristianos nos contagiemos de esas costumbres y posturas que seguirán produciendo dolor y amargura; cuidado el daño que podemos hacer, el daño que puede hacer la iglesia también cuando se deja contagiar por esas posturas.

No solo tenemos que sentirnos liberados y consolados porque Jesús nos dice ‘yo tampoco te condeno’, sino que tiene que ser la actitud con que nosotros nos acerquemos a los demás ofreciendo siempre generoso perdón.

domingo, 6 de abril de 2025

Es necesario hacer una nueva lectura luminosa de la historia de nuestra vida regalada con el amor de Dios y a unirlo todo a esta Pascua que nos disponemos a celebrar


Es necesario hacer una nueva lectura luminosa de la historia de nuestra vida regalada con el amor de Dios y a unirlo todo a esta Pascua que nos disponemos a celebrar

Isaías 43, 16–21; Salmo 125; Filipenses 3, 8-14; Juan 8, 1-11

Todos tenemos una historia que contar, aunque nos parezca que nuestra vida es insignificante y no tenemos acontecimientos reseñables que contar, siempre ha habido un momento especial, logros alcanzados, situaciones difíciles que nos hayan podido llenar de dolor, momentos de dicha y felicidad que merecen ser recordados y como creyentes que somos en esos acontecimientos hemos podido ver la mano de Dios, el actuar de Dios en nuestra vida que podemos llamar momentos de gracia para nosotros.

He querido comenzar mi reflexión sobre el evangelio de este quinto domingo de la cuaresma con esta referencia, porque la misma Palabra de Dios nos lo está recordando. La primera lectura que viene a ser como el credo del pueblo de Israel lo que hace es recordar su historia y como en esa historia ellos han sabido ver siempre el actuar de Dios, desde Abraham al que Dios llamó a salir de su tierra y ponerse en camino, la historia de los grandes patriarcas fundamentos de ese pueblo y sobre todo la liberación y salida de Egipto en camino hacia la libertad y la constitución de ese pueblo en la tierra que Dios le iba a dar.

San Pablo en la segunda lectura hará también memoria de su vida que se transformó totalmente a partir del momento del encuentro con Jesús en el camino de Damasco. Sabe reconocer el apóstol ese actuar de Dios en su vida de manera que como dice ‘Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor’. Es su vida y es su historia pero sobre la que se ha construido otra nueva desde su encuentro con Jesús, pero que se hace camino de superación y crecimiento en búsqueda de esa meta que espera alcanzar.

¿No tendría historia que contar aquella mujer que porque fue sorprendida en adulterio había tirado a los pies de Jesús esperando su condena? Hemos comentado muchas veces la escena del evangelio que todos conocemos bien. La implacable ley mosaica que condenaba a ser apedreada la mujer que fuera sorprendida en adulterio. Aunque fuera ley en Israel esos no eran los caminos de Dios. Si Jesús estaba presente entre los hombres, como signo de la presencia y de la misericordia de Dios, lo que venía a ofrecernos no era condenación sino salvación. Misericordia quiero y no sacrificios, recordaría precisamente con textos de los profetas. 

Tensos tuvieron que ser aquellos momentos para la mujer tirada en el suelo y condenada de antemano esperando ejecución de la sentencia, por así decirlo. Pero tensos fueron los momentos de silencio de Jesús antes de darnos la verdadera sentencia. ¿Quién no tiene pecado y puede tirar la primera piedra? Era la nueva historia que se estaba labrando de misericordia y de perdón. ¿No pediría perdón Jesús al ser crucificado por aquellos que le clavaban al madero, ‘porque no sabían lo que hacían’? ¿No sería también la voz que se escucharía desde lo alto de la cruz prometiendo el paraíso aquel mismo día al ladrón arrepentido?

¿Quién podría tirar la primera piedra? El que no tenía pecado allí lo que estaba ofreciéndonos un regalo de amor. Sería la historia que aquella mujer recordaría para siempre. ‘¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno, vete y no peques más’. Una nueva historia de vida se estaba comenzando a escribir a partir sí de una realidad pero sobre todo a partir del regalo de amor y de misericordia que Jesús estaba ofreciendo.

Es lo que ahora nos disponemos a celebrar, estamos ya a las puertas de la Semana que llamamos santa porque tiene su culminación en la Pascua del Señor. Es el memorial de su pasión y de su muerte y también de su resurrección lo que vamos a revivir y a celebrar; es para lo que nos hemos venido preparando en este camino cuaresmal donde hemos ido dejándonos conducir por la Palabra de Dios que día a día ha ido enriqueciendo e iluminando nuestra vida.

Nuestra vida con nuestra historia, que todos tenemos nuestra historia, que tiene que convertirse para nosotros también en historia de salvación. Tenemos la tendencia al recordar nuestra historia en hacer hincapié en nuestros momentos de sombra, ya sea por las situaciones de dificultad por las que hemos pasado o por los tropiezos que hemos tenido en la vida que nos llenan de culpabilidades.

Es necesario tener otra mirada, descubrir el lado de luz, sentir que no nos ha faltado la presencia y la gracia de Dios en nosotros que nos llama y nos ofrece continuamente su amor; si nos detenemos un poco podemos encontrar ese momento, esa llamada que ha convertido nuestra vida en historia de salvación, porque es la historia del amor que Dios nos ha tenido, es la historia que podemos relatar en muchos momentos, detalles, gestos, acontecimientos, personas a nuestro lado donde podemos y tenemos que descubrir ese amor de Dios, que llega a nosotros, como llegó a aquella mujer de la que nos habla hoy el evangelio.

No se trata de rescribir nuestra historia sino hacer una nueva lectura luminosa de la historia de nuestra vida regalada con el amor de Dios. Tendremos muchas cosas que recordar y que celebrar. Vamos a unirlo todo a esta Pascua que nos disponemos a celebrar este año.