Dar
la cara por Jesús y el evangelio es algo más que no hacer daño a nadie, es un
compromiso positivo por hacer lo necesario para lograr un mundo mejor, el Reino
de Dios
Efesios 1, 15-23; Salmo 8; Lucas 12, 8-12
No siempre es fácil; y no lo digo como
excusa al comienzo de esta reflexión, pero si es la excusa que siempre nos
estamos poniendo; todo lo queremos calibrar muy bien, ver claramente los pros y
los contras, lo que aquello pudiera llevarme al conflicto, lo que podría
complicarme la vida si tomo una decisión arriesgada, los peligros que conlleva
determinadas posturas y compromisos, y nos vamos echando para detrás, miramos
para otro lado, nos hacemos los ‘tontos’ y pasamos de largo. Con cosas que
hacemos ya con demasiada naturalidad con tal de no complicarnos.
Vamos por la calle y vemos a alguien
que está tratando de forma violenta a una persona, ¿Qué hacemos? ¿Cambiamos de
acera? ¿Seguimos como si aquello no
fuera con nosotros y que cada uno se las arregle? Nos ponemos por delante todas
esas consideraciones y riesgos que aquello podría significar para nosotros. Y
quien dice en una cosa tan sencilla nos puede suceder en otras de mayor
gravedad. Nos cuesta dar la cara, tenemos que reconocerlo. Nos falta coraje y
valentía para defender lo justo.
Me estoy haciendo esta consideración
que podríamos llevarla a muchos más terrenos a partir de lo que hoy Jesús nos
pide en el evangelio. Que demos la cara por el evangelio, que demos la cara por
nuestra fe. Jesús nos está hablando de negarle ante los hombres, y de muchas
maneras nos sucede eso. Nos falta el coraje de tener la seguridad de que el Espíritu
del Señor no nos faltará. ¿Dónde está nuestra fe en la presencia del Espíritu
Santo como hoy Jesús nos está prometiendo?
Dar la cara es salir en defensa de lo
que consideramos justo; dar la cara es manifestar lo que somos, la fe que
llevamos en nuestra vida, que no es una cosa postiza que podemos poner y quitar
a nuestro antojo o a nuestra conveniencia. Muchas veces en estas reflexiones
que nos hacemos a partir del evangelio nos preguntamos cómo estamos contagiando
nuestra fe al mundo que nos rodea. Es una pregunta seria de la que no podemos
salirnos por la puerta de atrás. Por ósmosis, tendríamos que decir, que hemos
de contagiar la fe que tenemos a los que nos rodean; pero claro, necesitamos
estar de verdad nosotros empapados, porque de lo contrario poco se podrá
desprender de nosotros.
Nos decimos cristianos de siempre, pero
algunas veces damos la impresión que no estamos muy convencidos de la fe que
tiene que envolver nuestra vida. Y de ahí nacen nuestros miedos y cobardías.
Necesitamos, en verdad, fundamentar bien nuestra fe, que eche verdaderas raíces
en nuestra vida porque será de la manera que podrá florecer en todo ese
compromiso de la fe y del amor. Tenemos que salirnos de esa pendiente de la
tibieza por la que nos vamos resbalando, porque de lo contrario al final
quedaremos bien fríos como el hielo.
Ya en otros momentos hemos escuchado
decir a Jesús que ha venido a traer fuego a nuestro mundo y lo que quiere es
que arda, pero no es la imagen que damos los cristianos; nos contentamos con
nuestras rutinas de siempre, decimos que somos buenos porque no hacemos daño a
nadie, pero no se nota el compromiso que por los demás tendríamos que tener. No
es solo cuestión de que no hagamos daño, sino que el compromiso de nuestra fe
nos tiene que llevar a acciones positivas y comprometidas por los demás, por
nuestra sociedad.
No olvidemos que aunque no siempre sea fácil
sin embargo con nosotros siempre estará el Espíritu Santo que nos da la
fortaleza que necesitamos. Con la conciencia clara sobre ello entonces sí que
daremos la cara por nuestra fe y por los demás. Y soy yo el primero que tiene
que mirarse a sí mismo para descubrir dónde están mis flaquezas y cobardías.