La
autenticidad y congruencia con que vivimos nuestra fe manifieste la hondura de
nuestra vida para nunca ser un obstáculo en el camino de los demás
Efesios 1,1-10; Salmo 97; Lucas 11,47-54
Algunas veces nos encontramos piedras
en el camino que nos impiden el paso o que pueden ser un peligro para poder
transitar con seguridad por él; me vienen a la memoria años atrás, hace ya
bastante tiempo, que estaba en un lugar que era intransitable, sobre todo en
invierno; piedras caídas en el camino, ramos de árboles que obstaculizaban su
tránsito, quebradas que se veían abajo poniendo en peligro el tránsito por
aquellos lugares.
Pero eso pueden ser hoy anécdotas para
contar, aunque sabemos que aun hay lugares que tienen difícil el acceso o la
comunicación. Pero si traigo al recuerdo estas imágenes es porque quiero pensar
en otros obstáculos o dificultades que nos podamos encontrar en los caminos de
la vida; los obstáculos que en cierto modo nos ponemos los unos a los otros;
serán cosas que emprendemos pero que la envidia de los que están a nuestro lado
no nos dejan desarrollar; cuántos traspiés nos damos los unos a los otros desde
nuestro amor propio o nuestro orgullo, cuántas envidias que nos llevan a
destruir lo bueno que los otros puedan realizar, cuántas críticas que crean
desconcierto y desconfianza en aquellos por los que queremos quizás trabajar
pero que impedirán que llevemos a cabo lo que teníamos proyectado.
Desgraciadamente no nos falta la maldad en los corazones para crear vacíos en
torno a aquellos que quieren hacer algo bueno.
Me vienen a la mente estas situaciones
que con tanta frecuencia nos suceden en la vida, desde lo que hoy escuchamos en
el evangelio. Eran las posturas de algunos alrededor de Jesús, que como hemos
visto en otros momentos por ejemplo tratan de desprestigiarlo atribuyendo al
maligno aquellas cosas que Jesús realizaba; están aquellos que no aceptaban a
Jesús y siempre estaban al acecho de cuanto pudiera hacer o decir Jesús con sus
prejuicios o sus intereses que les parecía que podrían verse dañados con el
estilo nuevo que Jesús quería para la vida.
Pero son también las manipulaciones que realizaban en sus enseñanzas que
pareciera que lo que proponían era una carrera de obstáculos con tantas normas
y preceptos que se habían inventado.
Jesús viene a enseñarnos la
autenticidad con que hemos de obrar en la vida, dejando a un lado apariencias y
vanidades que a nada nos conducen, o que manifiestan el vacío interior con que
podemos ir caminando por la vida; cuando todo se queda en apariencia y vanidad
es porque tenemos un vacío por dentro que no hemos sabido llenar de cosas de
auténtico valor.
Y cuando eso se manifiesta de manera
especial en aquellos que están llamados a ir delante ayudando a caminar a los
demás, en lugar de ayuda se convierte en obstáculo. Son las piedras que nos
ponemos en el camino, porque no damos ese testimonio bueno que tendríamos que
dar, sino que más bien nuestra superficialidad es un escándalo y un obstáculo
para la vida de fe de los sencillos.
No quiero pensar ahora en esos grandes
escándalos en los que se quieren regodear hoy los medios de comunicación en una
campaña que a la larga se convierte en difamatoria; pero sí quiero pensar en
esas actitudes o en esos gestos que muchas veces aparecen en nuestra vida y que
están denotando ese vacío y esa superficialidad.
Porque no hemos de estar mirando con
tanta lupa la vida de los demás para hacer nuestros juicios, sino que es a
nosotros mismos a quienes tenemos que mirarnos. Y eso lo tenemos que pensar
cada uno de nosotros, porque no siempre somos auténticos en lo que hacemos,
muchas veces queremos mantener la apariencia pero en nuestro interior no nos
estamos esforzando lo suficiente, porque la imagen que como creyentes estamos
dando no siempre es bueno porque hay muchas incongruencias en nuestra vida.
¿Seremos nosotros piedra de tropezar
para los demás? ¿Seremos acaso como el perro del hortelano, en aquel dicho
popular de nuestros refranes, que ni come él ni deja comer al amo? Mucho
tenemos que revisarnos en nuestra vida para que haya más autenticidad, para que
nuestro testimonio sea claro y diáfano, para que siempre seamos ejemplo que
atraiga a los demás a vivir los caminos del evangelio. Es nuestra vida la que
tiene que evangelizar.
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