Tenemos
que hacer que de nuevo lleguemos a dar esos frutos buenos desde una renovación
profunda para hacer resurgir un espíritu nuevo y joven en nuestra vida
2Reyes 22, 8-13; 23, 1-3; Salmo 118; Mateo
7, 15-20
Cuando salgo en mis paseos cada mañana
paso junto a unos terrenos que recuerdo haber visto en otros tiempos con
excelente producción; un buen terreno para viñedos, para árboles frutales, y
para el cultivo de otros frutos menores propios de nuestra huerta canaria. Sin
embargo en los últimos años siento una tremenda lástima, porque la producción
no es la que era, las frutas se caen de los árboles sin que se puedan
aprovechar, los racimos de uva no llegan a prosperar porque se dañan
tempranamente, y no contemplo aquellos otros frutos que allí se producían. En
una palabra, que no hay frutos. ¿Por qué se han dañado aquellas viñas y
aquellos árboles frutales? ¿Falta de cuidado y atención? La maleza va devorando
aquel terreno en otros tiempos productivo.
¿Puede ser una imagen de a donde
llegamos con nuestra vida? ¿Por qué derroteros camina hoy nuestra sociedad?
¿Qué le está pasando a nuestras comunidades cristianas? ¿Cuáles son los frutos
que ahora realmente estamos produciendo? Quizás también podrá haber habido en
nuestra vida un proceso que nos haya llevado a ese vacío que hoy notamos en
nuestra sociedad, que podemos notar también en nuestra vida.
Creo que podemos ser conscientes del
decaimiento que notamos en nuestra sociedad que muchas veces nos preguntamos
por donde va. ¿Desorientación? ¿Pérdida de valores? ¿Decaimiento que nos lleva
a una atonía ética donde parece que nos están haciendo perder el sentido de
todo? ¿Enfriamiento del espíritu religioso? No son muy brillantes los frutos
que percibimos en nuestra sociedad. Y miramos al seno de la Iglesia, de nuestras
comunidades cristianas y aparte de que cada día vemos más vacías nuestras
iglesias o nuestros templos, nos encontramos que los que aun quedamos somos
cada vez más los que peinamos canas y falta el vigor de la juventud.
Hoy nos dice Jesús que por sus frutos
los conoceréis, porque además un árbol viciado no podrá dar frutos buenos. Pero
también el evangelio no nos permite caer en el pesimismo para verlo todo negro,
porque igual que un árbol que no da fruto se le hace un tratamiento pasando por
la poda además de abonarlo debidamente para que de nuevo pueda producirnos
buenos frutos, así tenemos que pensar de nuestra vida, de nuestra sociedad y de
nuestras comunidades.
Cuando mencionaba la lástima que sentía
al contemplar aquel terreno por el que pasaba todos los días que había mermado
en su producción me preguntaba por el cultivo, el cuidado que se había tenido o
no para llegar a esa situación. ¿No tendríamos que preguntarnos por eso mismo
de cara a nuestra vida, a nuestra sociedad, a nuestras comunidades? ¿No hará
falta remover y renovar la tierra en la que están asentadas nuestras raíces
para recomenzar con una nueva vitalidad y podamos dar los frutos que son
necesarios?
Tenemos que pensárnoslo para dentro de
nosotros mismos; tienen que pensárselo lo dirigentes de nuestra sociedad para
promover todo lo que sea necesario para que haya un resurgimiento de vida en
nuestros pueblos haciéndole crecer en los mejores valores; tenemos que pensárnoslo
en el seno de nuestras comunidades cristianas que hemos dejado envejecer para
hacer reverdecer todo eso hermoso que podemos hacer crecer en medio de nuestra
Iglesia.
Necesitamos de un espíritu misionero,
de energía, de valentía para afrontar nuevos retos, de buscar la manera de
hacer una renovación desde lo más hondo, de hacer que nuestras comunidades,
nuestra iglesia resplandezca por ese espíritu joven que siempre tiene que
reinar en su seno, no solo por hagamos que de nuevo nuestros jóvenes descubran
la riqueza de la fe y de los valores cristianos, sino porque nadie se deje
envejecer en rutinas, en enfriamiento espiritual, en desgana, en conformismo.
¿Llegaremos de nuevo a dar esos frutos
buenos en nuestra Iglesia y en nuestro mundo? No olvidemos que el espíritu del
Señor está con nosotros y está tocando a las puertas de nuestro corazón para
esa necesaria renovación.
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