Planta
de mostaza que nos acoge bajo sus ramas y levadura que se diluye en la masa del
mundo para fermentarlo para algo nuevo que es el Reino de Dios
Efesios 5, 21-33; Salmo 127; Lucas 13, 18-21
Cuando soñamos con un proyecto en
nuestra imaginación, pero también fruto de nuestros deseos, aspiramos a
realizar algo grande e importante; ya nos estamos viendo en medio de la
grandiosidad de lo que hemos soñado y cuando pensamos que lo tenemos realizado
llenos de orgullo por aquello que hemos logrado y que pudiera ser quizás
beneficio para tantos. Pero quizás nos olvidamos de una cosa, de los pasos que
hemos de dar para lograrlo, de cómo tienen que ser sus comienzos y nos
olvidamos de aquellos primeros granos de arena de aquellos primeros trazos que
hicimos y que fue el cimiento de lo conseguido al final. Tenemos que aprender a
valorar esas pequeñas cosas que nos podrían parecer insignificantes, pero que
nos hicieron soñar cuando humildemente pusimos aquellos sencillos cimientos.
Creo que es pensamiento que nos puede
ayudar mucho en la vida, empezando por ser humildes y valorar esas pequeñas
cosas que vamos realizando en la vida, o que vemos realizar a los demás. No lo
podemos realizar sin esos pequeños granos de arena, que tan insignificantes son
que se los puede llevar el viento.
Hoy Jesús se pregunta en su diálogo con
la gente con que puede comparar el Reino de Dios que está anunciando y
queriendo construir, con qué puede ser semejante. Había salido Jesús por
aquellos caminos y aldeas de Galilea anunciando la llegada del Reino de Dios;
en las gentes se despertaba la esperanza, porque además en la idea que tenían
del Mesías ese Reino parecía que tenía que ser algo muy material, porque sería
reconstruir la soberanía de Israel frente al dominio que estaban sufriendo de
pueblos extranjeros, en este caso de Roma. Quizás la gente que en principio
parecía tan entusiasmada con el anuncio de Jesús podía desinflarse, porque no
veían cumplir sus esperanzas como ellos soñaban. Lo mismo le podía suceder a
aquel grupo de discípulos más cercanos que siempre estaban con Jesús y a los
que nos faltaban también sus ambiciones, a pesar de todo lo que Jesús les iba
enseñando.
Y ahora nos dice que la semejanza está
en ese pequeño arbusto que podría pasar desapercibido incluso entre árboles más
grandes a su alrededor, la mostaza en la insignificancia de su semilla, y en la
humildad de su planta. Pero Jesús les dice que será algo grande, porque los pájaros
del cielo vendrán a anidarse en ella. Entre los sueños de grandeza que se
habían ido elaborando en sus cabezas, parece que aquella imagen no terminaba de
convencerles.
Pero habla también Jesús de la
levadura. Un polvillo que podría deslizarse entre los dedos y hasta perderse
llevado por el viento. Pero Jesús les habla de lo importante de la levadura;
sin ella no puede fermentar la masa, es así cómo podrán elaborar el pan que los
alimente, haciéndolo fermentar y crecer para darnos unas hermosas y jugosas
hogazas de pan para el alimento de cada día. Pero qué hace la levadura, tiene
que mezclarse bien entre la masa, hasta de alguna manera desaparecer o
confundirse con la masa; pero tendrá su efectividad.
Y nos está diciendo Jesús cómo tenemos
que ser esa planta, que aunque nos parece pequeña tiene que ser acogedora, o
ser como esa levadura que se mezcla con la masa para hacerla fermentar. Algo
que nos parece humilde, pequeño, incluso insignificante, pero que no es nada
insignificante porque nos va a producir unos grandes efectos.
Y es aquí cuando en nuestra reflexión
tenemos que preguntarnos, por ejemplo, en qué medida estamos nosotros siendo
esa levadura en medio de nuestro mundo. Es el paso importante que tenemos que
dar en lo que es nuestra vida cristiana; no somos cristianos para nosotros
mismos, como la levadura no es para sí misma. Tenemos que ser cristianos para
los demás, tenemos que ser cristianos en medio de los demás, tenemos que ser
cristianos que seamos en verdad levadura en medio del mundo.
¿Lo estaremos siendo? ¿Se nota la
presencia de los cristianos en medio de la sociedad influyendo desde nuestros
valores, desde nuestros principios, o acaso nos hemos diluido tanto que más
bien hemos sido absorbidos por la masa de ese mundo? No quiero ser pesimista ni
derrotista, pero algunas veces tendríamos que pensar si en nuestra sociedad somos
tantos los cristianos ¿cómo es que no influimos en los valores de esa sociedad
que por otra parte vemos como se van perdiendo principios y valores cristianos,
cada vez es una sociedad más descristianizada, se ha ido perdiendo el sentido
de Dios y de lo religioso?
Tenemos que despertar los cristianos. Y
no es que tengamos que hacer ostentosas representaciones del hecho religioso,
no es que tengamos que presentar a los ojos del mundo unas liturgias muy
solemnes y esplendorosas, no es que tengamos que cargar a nuestras imágenes
religiosas de tanta ostentación y rodearlas de tantos oropeles, sino que cada
uno de los cristianos tiene que ser un testigo en medio del mundo de esos
valores que nos enseña Jesús en el Evangelio, de lo que de verdad es el Reino de
Dios.
Creo que son cosas que nos tienen que
hacer pensar. Pensemos en lo que soñamos de cómo nos gustaría la presencia de
la Iglesia en medio del mundo, muchas veces más pensando en prestigios y
vanidades humanas, y si está en consonancia con lo que Jesús nos enseña en el
evangelio.
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