Es
tiempo de gracia, tiempo de volver nuestra mirada y nuestro corazón a lo que es
el amor y la misericordia del Señor que siempre nos espera, tiempo de salvación
Génesis, 37, 3-4.12-13.17-28; Sal. 104;
Mateo 21, 33-46
Aunque cuando hacemos un favor, cuando
hacemos el bien a alguien lo queremos hacer desde nuestra buena voluntad y
nuestra generosidad, sin embargo, somos humanos, y aunque no busquemos
reconocimientos nos sentimos mal cuando vemos, por ejemplo, lo mal que
aprovechan lo que nosotros les ofrecimos para su bien, más bien lo malgastan o
lo destruyen aparte de no dar ninguna señal del bien que quisimos hacerles. No
buscamos gratitudes ni reconocimientos, queremos que les sirva para su bien,
pero no saben sacarle provecho, e incluso hasta que con quienes les quisimos
ayudar se ponen insolentes y exigentes. Y somos nosotros los primeros los que
nos sentimos mal con la tentación incluso de reaccionar contra ellos.
Estamos haciendo el planteamiento desde
nuestra perspectiva, desde el punto en que hemos sido nosotros los que hemos
ofrecido y no se ha dado por la otra parte la respuesta adecuada. Pero ¿y si
pensamos en nosotros mismos, pero desde el otro lado, desde el que no siempre
nosotros damos la respuesta adecuada a cuanto recibimos?
Es por donde quiere ir hoy el evangelio
con la parábola que Jesús nos ofrece.
Es cierto que en un primer comentario a
esta parábola, incluso desde la intención con que Jesús la dirigió en aquel
momento en que estaban presentes los dirigentes del pueblo, vemos en ella un reflejo
de lo que fue la historia de Israel, la historia de amor de Dios con su pueblo
hasta llegar a aquel momento presente en que rechazan a Jesús, el enviado de
Dios, como tantas veces habían rechazado a los profetas tal como nos refleja la
historia de Israel.
Una historia que tenía que ser una
historia de salvación porque era la historia del amor de Dios por su pueblo,
pero que se había transformado en una historia de infidelidad en la respuesta
que tanto le costaba a aquel pueblo de Dios al amor que se derramaba sobre
ellos.
Pero cuando hoy escuchamos nosotros
este evangelio como Palabra de Dios para nosotros hemos de saber hacer una
lectura de aquella historia en nuestra propia vida. No miramos la historia del
pasado, sino miramos nuestra propia historia, nuestra propia vida y en ella
tenemos que vernos reflejados.
Nos habla la parábola del propietario
que preparó su vida y se nos dan hermosos detalles del esmero con que la
preparó y la arrendó a unos agricultores para que la trabajaran, sacaran sus frutos
y rindieran cuenta al dueño por aquellos frutos. No eran los propietarios, pero
quisieron sentirse los propietarios, de manera que no quisieron rendir cuentas
de frutos y ganancias para el dueño. Envía a sus criados que son rechazados de
mala manera; rechazan al hijo porque quieren hacerse dueños de la viña y
terminan matándolo fuera de la viña.
¿Cómo nos vemos nosotros ante ese
regalo de Dios que es la vida misma pero también cuánto con su gracia ha
enriquecido nuestra vida? ¿Cuál es la actitud de acogida que nosotros mostramos
ante quienes Dios pone a nuestro lado para ayudarnos a hacer sus caminos?
¿Hasta dónde llega nuestra fe para aceptar y recibir esa gracia que Dios
continuamente de mil maneras nos regala?
¿Cuál es la vivencia de esa fe y de ese amor que tendríamos que reflejar
en nuestra vida, en nuestras actitudes y en nuestros comportamientos?
Tenemos que ser sinceros con nosotros
mismos, pero sinceros ante Dios que conoce bien nuestros corazones. No lo
podemos ocultar. Nuestra vida también está llena de infidelidades, de fracasos
de esa gracia de Dios en mí. Es ahora cuando no nos hemos de sentir tan mal por
lo que otros hagan con nosotros, sino mal con nosotros mismos cuando
reconocemos y contemplamos las oscuridades de nuestra vida.
Pero es tiempo de gracia, como escuchábamos
desde el primer día de la cuaresma en el miércoles de ceniza. Tiempo de volver
nuestra mirada y nuestro corazón a lo que es el amor y la misericordia del
Señor que siempre nos espera, que una vez más nos llama y nos regala su gracia,
es tiempo de salvación si respondemos a la llamada del Señor.
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