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martes, 18 de marzo de 2025

Jesús quiere para nuestra vida y para nuestro mundo un nuevo estilo y sentido de vida hecho de cercanía y fraternidad, ternura y generosidad, señales del nuevo Reino de Dios

 


Jesús quiere para nuestra vida y para nuestro mundo un nuevo estilo y sentido de vida hecho de cercanía y fraternidad, ternura y generosidad, señales del nuevo Reino de Dios

Isaías 1, 10. 16-20; Salmo 49; Mateo 23, 1-12

¿A quien le amarga un dulce?, solemos decir. Y es cierto. Claro que nos sentimos halagados cuando somos reconocidos en lo que hacemos, cuando escuchamos una alabanza sobre nosotros, sentirnos apreciados, valorados, queridos. Son buenos deseos, buenas sensaciones, pero que no han de permitir que se nos suba el gallo. Un aprecio y una valoración será también un estímulo para nuestra vida que nos impulsa a seguir haciendo lo bueno, y de la misma manera nosotros mostrar nuestro aprecio por los demás.

Bueno es que no solo lo miremos como lo que nosotros podamos recibir de los demás, sino la buena actitud que tendría que haber en nuestra relación con los demás, cómo una palabra oportuna les hará subir su propia estima, y así con esa buena actitud nuestra hacia los demás de alguna manera nos estamos mostrando también agradecidos por lo ellos son de estímulo para nosotros.

Podría parecer que con esta primera reflexión que me estoy haciendo pretendo enmendar la página del evangelio que acabamos de escuchar. Ni mucho menos, sería una osadía por mi parte. Pero lo que nos está diciendo Jesús no es que no queramos aceptar la valoración de lo bueno que los demás hacen de nuestros actos, porque Jesús nos está enseñando por otro lado que eso es lo que tenemos que hacer nosotros, sino que lo bueno que hagamos no lo hacemos con la intención, por ejemplo, de buscar esas alabanzas o reconocimiento de los demás. Lo que quiere es que alejemos la vanidad y el orgullo de nuestra vida.

Nos enseña Jesús a andar en la rectitud, pero también en la sencillez; a ser responsables con lo que hacemos, pero que no vayamos buscando las ganancias que engordan nuestro orgullo; que es la sencillez y la humildad el estilo que hemos de dar a nuestra vida y a lo que hacemos, que es el espíritu de servicio el que nos tiene que impulsar siempre a hacer lo bueno o a ayudar a los demás y en consecuencia no nos podemos presentar desde la autosuficiencia y la soberbia de unos títulos que en si mismos son papel mojado no subidos en unos pedestales con los que nos presentemos con un grado de superioridad. Nos dice que no nos dejemos llamar maestros ni siquiera padres, porque otros son los roles de cercanía que tienen que haber entre nosotros.

Si tenemos que enseñar  porque esas son las cualidades y valores de los que estamos dotados, enseñamos; si tenemos la función de padre desde el cariño de nuestro corazón nos mostramos caminantes que acompañamos con nuestra cercanía para el crecimiento de la persona; si nos sentimos enriquecidos por lo que hemos recibido de la vida o como fruto también de nuestro esfuerzo compartimos porque eso bueno que tengamos no lo tenemos que guardar solo para nosotros mismos.

Es la riqueza del mundo que Dios ha creado y puesto en nuestras manos, que tenemos que hacer crecer, pero que tenemos que ayudar a los demás a que también se desarrollen a si mismos. Siempre desde la actitud de servicio, siempre con la generosidad de un corazón abierto a los otros, siempre con la ternura que da el amor y que tiene que envolver nuestra vida, siempre regalando todo aquello que pueda hacer más felices a los demás con lo que yo también seré feliz.

Es el estilo del mundo nuevo que Jesús quiere que construyamos; son las señales del Reino de Dios que Jesús viene a constituir; es la muestra de una fraternidad llena de amor porque todos en verdad nos sentimos hermanos; es lo que hacía que la presencia de Jesús en medio de las gentes creará esa sensación de algo nuevo que estaba surgiendo con la palabra de Jesús y los gestos de Jesús que nosotros ahora hemos de copiar y realizar en nuestra vida. Es ese nuevo sabor que damos a la vida con la sal y con la dulzura del evangelio.

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