Jesús
quiere para nuestra vida y para nuestro mundo un nuevo estilo y sentido de vida
hecho de cercanía y fraternidad, ternura y generosidad, señales del nuevo Reino
de Dios
Isaías 1, 10. 16-20; Salmo 49; Mateo 23,
1-12
¿A quien le amarga un dulce?, solemos
decir. Y es cierto. Claro que nos sentimos halagados cuando somos reconocidos
en lo que hacemos, cuando escuchamos una alabanza sobre nosotros, sentirnos
apreciados, valorados, queridos. Son buenos deseos, buenas sensaciones, pero
que no han de permitir que se nos suba el gallo. Un aprecio y una valoración
será también un estímulo para nuestra vida que nos impulsa a seguir haciendo lo
bueno, y de la misma manera nosotros mostrar nuestro aprecio por los demás.
Bueno es que no solo lo miremos como lo
que nosotros podamos recibir de los demás, sino la buena actitud que tendría
que haber en nuestra relación con los demás, cómo una palabra oportuna les hará
subir su propia estima, y así con esa buena actitud nuestra hacia los demás de
alguna manera nos estamos mostrando también agradecidos por lo ellos son de
estímulo para nosotros.
Podría parecer que con esta primera reflexión
que me estoy haciendo pretendo enmendar la página del evangelio que acabamos de
escuchar. Ni mucho menos, sería una osadía por mi parte. Pero lo que nos está
diciendo Jesús no es que no queramos aceptar la valoración de lo bueno que los
demás hacen de nuestros actos, porque Jesús nos está enseñando por otro lado
que eso es lo que tenemos que hacer nosotros, sino que lo bueno que hagamos no
lo hacemos con la intención, por ejemplo, de buscar esas alabanzas o
reconocimiento de los demás. Lo que quiere es que alejemos la vanidad y el
orgullo de nuestra vida.
Nos enseña Jesús a andar en la
rectitud, pero también en la sencillez; a ser responsables con lo que hacemos,
pero que no vayamos buscando las ganancias que engordan nuestro orgullo; que es
la sencillez y la humildad el estilo que hemos de dar a nuestra vida y a lo que
hacemos, que es el espíritu de servicio el que nos tiene que impulsar siempre a
hacer lo bueno o a ayudar a los demás y en consecuencia no nos podemos
presentar desde la autosuficiencia y la soberbia de unos títulos que en si
mismos son papel mojado no subidos en unos pedestales con los que nos
presentemos con un grado de superioridad. Nos dice que no nos dejemos llamar
maestros ni siquiera padres, porque otros son los roles de cercanía que tienen
que haber entre nosotros.
Si tenemos que enseñar porque esas son las cualidades y valores de
los que estamos dotados, enseñamos; si tenemos la función de padre desde el
cariño de nuestro corazón nos mostramos caminantes que acompañamos con nuestra
cercanía para el crecimiento de la persona; si nos sentimos enriquecidos por lo
que hemos recibido de la vida o como fruto también de nuestro esfuerzo
compartimos porque eso bueno que tengamos no lo tenemos que guardar solo para
nosotros mismos.
Es la riqueza del mundo que Dios ha
creado y puesto en nuestras manos, que tenemos que hacer crecer, pero que
tenemos que ayudar a los demás a que también se desarrollen a si mismos.
Siempre desde la actitud de servicio, siempre con la generosidad de un corazón
abierto a los otros, siempre con la ternura que da el amor y que tiene que
envolver nuestra vida, siempre regalando todo aquello que pueda hacer más
felices a los demás con lo que yo también seré feliz.
Es el estilo del mundo nuevo que Jesús
quiere que construyamos; son las señales del Reino de Dios que Jesús viene a
constituir; es la muestra de una fraternidad llena de amor porque todos en verdad
nos sentimos hermanos; es lo que hacía que la presencia de Jesús en medio de
las gentes creará esa sensación de algo nuevo que estaba surgiendo con la
palabra de Jesús y los gestos de Jesús que nosotros ahora hemos de copiar y
realizar en nuestra vida. Es ese nuevo sabor que damos a la vida con la sal y
con la dulzura del evangelio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario