Hemos
de tener en cuenta la advertencia que hoy desde el amor de Dios se nos hace,
‘¡Escucha!’, no lo olvides, tenlo siempre presente en tu vida, recomendación de
quien nos ama
Deuteronomio 6, 2-6; Sal. 17; Hebreos 7,
23-28; Marcos 12, 28b-34
Alguna vez cuando alguien ha querido
recalcarnos algo, para que lo tengamos en cuenta, para que no lo olvidemos, nos
repite una y otra vez, ‘escucha lo que te estoy diciendo, escucha bien…’ y
nos dice lo que tiene que decirnos. Es la recomendación de un padre o de una madre
con su hijo cuando se pone serio ante algo que no está haciendo bien, es la
explicación del profesor cuando nos pone una norma de disciplina para la clase,
son las palabras serias del amigo que nos está recordando algo que parece que
hemos olvidado para mantener viva nuestra amistad. ‘Tenlo bien presente, que
no te lo repito’, nos dicen algo así.
Es lo que nos está diciendo y
recalcando la Palabra de Dios que hoy se nos proclama. Pero nos está diciendo o
preguntando si es que estamos buscando una sabiduría para la vida, algo en lo
que encontremos sentido para nuestras cosas y para lo que vivimos, si en verdad
queremos hacer un camino recto y un camino de fidelidad. Y nos dice y nos
repite ‘escucha, Israel… escucha, Israel’ por dos veces nos lo repite en
el libro del Deuteronomio.
Eran como las recomendaciones finales
que Moisés les hacía al pueblo cuando ya estaban casi terminando el camino de
desierto y estaban a las puertas de la tierra prometida. Y les recuerda que lo
tengan bien presente, porque cuando lleguen a una vida más fácil donde puedan
recoger cosechas, donde puedan obtener el fruto de una tierra que trabajen y
vengan días de prosperidad, será algo que fácilmente pueden olvidar. Mientras
iban por el desierto con sus sacrificios y dificultades parece que les era más fácil
acudir a Dios para que les ayudara salir un día de aquel duro desierto, pero
cuando se valieran por si mismos en la prosperidad podía olvidarlo todo. Por
eso les dice que tienen que tener estas palabras bien grabadas en el corazón.
Y ahora les recuerda que el Señor su
Dios es solamente uno, al que adorarán y al que amarán sobre todas las cosas. ‘Escucha,
Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas
palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón’. Es el mandamiento del
Señor que nunca podrán olvidar y del cual se deducirán todos los
comportamientos que han de tener los unos con los otros.
Y para cumplir este mandato de guardar
estas palabras en su corazón se inventarán las filacterias, aquellas franjas de
tela en las que trascribían estas palabras para atarlas al puño o en la cabeza
para decir que las tenían siempre presentes, aunque luego no se destacaran por
ese amor a Dios sobre todas las cosas. ¿Serán las medallitas o cruces que nos
colgamos como adorno al pecho o donde sea sin que nuestra vida en verdad esté
adornada de unos valores cristianos?
El evangelio nos relata el que un
maestro de la ley viene a preguntarle a Jesús por el mandamiento que tenia que
ser fundamental y principal en la vida. Era en cierto modo normal en sus
escuelas rabínicas que tuvieran sus discusiones teológicas que les ayudaran a
profundizar en lo que verdaderamente era la ley del Señor, después sobre todo
de la cantidad de normas y preceptos que se habían multiplicado en sus
interpretaciones de la ley mosaica. Como en nuestras escuelas de teología, en
nuestros círculos de estudio, en nuestras lecturas y reflexiones en tantas y
tantas reuniones que nos hacemos también nosotros. Creo que no tendríamos que
ver maldad en la pregunta de este escriba sino un deseo, ¿por qué no sincero?,
de querer profundizar en lo que era la ley del Señor. ‘Un escriba se acercó
a Jesús y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?’
Ya escuchamos la respuesta de Jesús que
no hace otra cosa que recordar lo escrito en la ley y que todos conocían muy
bien porque hasta repetían a la manera de oración en muchos momentos del día, o
al entrar o salir de casa. ‘El primero es: Escucha, Israel, el Señor,
nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Pero Jesús añade
algo más. ‘El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay
mandamiento mayor que estos’. A lo que aquel escriba acepta, por así
decirlo, su concordancia, porque nada más tenía que añadir. ‘Muy bien,
Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay
otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y
con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los
holocaustos y sacrificios’.
‘No estás lejos del Reino de Dios’,
le dirá Jesús. El amor a Dios y el amor al prójimo que no podemos de ninguna
manera separar. No puede haber amor a Dios verdadero si no amamos también al
hermano. Porque en ese amor al hermano estamos reflejando el amor de Dios,
porque es con la mirada de Dios con la que tenemos que mirar al hermano.
Siempre ese prójimo, sea quien sea, venga de donde venga, será para mí un
hermano porque también está siendo amado con el amor de Dios, en él se
manifiesta el amor de Dios que a él también lo tiene como hijo. ¿Pretenderemos,
acaso, enmendarle la plana a Dios y decir que el otro no merece ese amor? Con
nuestras discriminaciones lo estamos haciendo. Esto tiene muchas consecuencias.
Claro que tenemos que tener bien en cuenta esa advertencia. ‘¡Escucha!’, no lo olvides, tenlo siempre presente en tu vida. Es la recomendación de quien nos ama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario