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jueves, 7 de noviembre de 2024

Con la fuerza del Espíritu del Señor el hombre puede siempre transformar su corazón, siempre tiene que resplandecer la misericordia y el amor

 


Con la fuerza del Espíritu del Señor el hombre puede siempre transformar su corazón, siempre tiene que resplandecer la misericordia y el amor

Filipenses 3, 3-8ª; Salmo 104; Lucas 15, 1-10

Siempre hemos oído decir, y además dicho con mucha seriedad y muchos razonamientos, que una manzana podrida en el cesto dañará a todas las manzanas, y lo mejor que podemos hacer es quitarla. Esta bien ese razonamiento, pero lo que ya no me parece tan claro, sobre todo después de escuchar el evangelio de hoy, es que eso lo apliquemos con la misma rigidez a las personas. Son los consejos que tantas veces hemos escuchado y dado nosotros también queriendo precaver la inocencia o el corazón limpio de los demás.

Y digo que no me parece tan claro después de escuchar el evangelio de hoy. También los fariseos consideraban como manzana podrida a los publicanos, que en fin de cuentas era una profesión, y a todos los que asimilaban a ellos como pecadores. Precisamente vemos las reservas, los comentarios que se tienen entre ellos porque Jesús como con publicanos y pecadores; quien se mezcla con esa clase de gente es que son como ellos, estarían pensando. Y ofrecen ese comentario en el descrédito que quieren sembrar sobre Jesús, su enseñanza y su vida.

Pero ¿qué nos está enseñando Jesús? Las personas no somos simplemente una manzana que cuando se pudre ya no hay nada que hacer con ella. Las personas tienen la posibilidad del cambio y de la conversión. Es precisamente lo que Jesús anuncia y pide para todos desde el comienzo de su predicación. Si en las personas no hubiera esa posibilidad del cambio, inútil sería la predicación de Jesús que está invitando siempre a la conversión y nos está manifestando continuamente lo que es la misericordia del Padre. Esto ya tendría que hacernos pensar y ver si de alguna manera nosotros no seguimos manteniendo la misma actitud que tenían los fariseos.

Por eso Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. Porque como nos dirá en otro momento El es el médico que ha venido para sanar a los que están enfermos, y los signos y milagros que realiza cuando cura a los paralíticos o a los leprosos, devuelve la vista a los ciegos o hace hablar a los mudos es el signo de esa sanción más profunda que Jesús quiere para el hombre, quiere para nosotros.

Por eso hoy nos habla de la oveja perdida que va a buscar por montes y barrancos hasta que la encuentra. O nos habla de la mujer que barre y revuelve toda la casa hasta que encuentre la moneda que se le había perdido. Son imágenes que nos están hablando de esa misericordia de Dios, que nos busca porque nos ama, que quiere el bien para nosotros y que seamos sanados en el amor.

No cuesta reconocer que somos esa oveja perdida, porque siempre nos consideramos buenos, nos cuesta reconocer que hay extravíos en nuestra vida, porque todos nos equivocamos, cometemos errores, nos llenamos de confusión y no sabemos siempre discernir lo que es lo bueno que tenemos que hacer, porque también hay malicia y maldad en el corazón para dejarnos llevar por ambiciones o fantasías, por vanidades o por resentimientos, porque somos débiles y perdemos la intensidad que tendría que tener nuestro amor y caemos en el egoísmo y en la insolidaridad.

Grande puede ser nuestro pecado, porque no somos santos, pero más grande siempre será la misericordia y la compasión infinita de Dios. Acaso tendríamos que reconocer esa ceguera que tantas veces se nos mete en la vida que nos hace creernos superiores y que no aceptamos la posibilidad de cambio también de los que a nuestro lado, igual que nosotros, también cometen errores. Con la fuerza del Espíritu del Señor el hombre puede siempre transformar su corazón. No somos nadie para apartar a un lado a nadie porque lo consideremos un pecador. Siempre tiene que resplandecer la misericordia y el amor.

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