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jueves, 27 de marzo de 2025

Liberémonos de las malicias que nos dañan, tendamos más puentes que nos acerquen, aprendamos a caminar juntos y colaborar para hacer entre todos nuestro mundo mejor

 


Liberémonos de las malicias que nos dañan, tendamos más puentes que nos acerquen, aprendamos a caminar juntos y colaborar para hacer entre todos nuestro mundo mejor

Jeremías 7,23-28; Salmo 94; Lucas 11,14-23

No sé por qué seremos así como nos manifestamos tantas veces, desconfiados, con suspicacias, siempre sospechando, viendo intenciones ocultas cuando no las hay; nuestros orgullos nos hacen desconfiados, nos molesta el bien que puedan hacer o que puedan tener los otros, estamos viendo canales ocultos donde no los hay, nos corroe la envidia y terminamos deseando mal.

Con lo bonito que es caminar en la vida sin malas intenciones, con el corazón en la mano, con ojos limpios y llenos de luminosidad para ver lo bueno, para resaltar el bien que puedan hacer los demás sin que por eso nosotros tengamos que sentirnos mal, sin tener malicia en nuestro corazón que tanto daño nos hace a nosotros mismos porque nos sentimos enfermos por dentro sin querer buscar una sanción, y tanto daño hacemos a los demás sembrando odios y resentimientos.

Es una cruda realidad en la que nos vemos envueltos y por la que nosotros resbalamos tantas veces cayendo en un abismo que no nos permitirá ser felices.

Jesús se encontró también con un mundo así al que quería liberar de su mal, pero que no todos quisieron aceptar esa sanción y esa liberación de Jesús. Hoy nos habla el evangelio cómo Jesús había curado a un hombre liberándolo de un espíritu inmundo, en la forma de hablar del evangelio y de aquellos tiempos. Curó a un endemoniado, como se solía decir.

Hay gente sencilla que se admira, se siente feliz con las obras que Jesús realiza, son capaces de ver la mano de Dios que les visita y les cura y les sana. Pero por allí siempre andan los desconfiados, los que tienen lleno de su corazón de maldad, los que no saben reconocer el bien aunque lo tengan delante de los ojos. Si tenemos los ojos turbios es normal que no veamos claridad, que todo lo veamos turbio. Es lo que le sucedía a algunos en torno a Jesús. En su maldad son capaces de decir que Jesús no actúa con el poder de Dios sino con el poder de Satanás. A tanto llegaba su malicia.

Qué difícil es convencer a personas que tienen esa malicia en el corazón. Lo estamos viendo a nuestro alrededor cada día en el mal entendimiento que reina en todos los sectores de la vida y de la sociedad; nunca los que consideramos adversarios de nuestras ideas podrán hacer algo bueno, porque siempre los contrarios vendrán a destruir; nunca se es capaz de continuar edificando sobre lo que otro haya construido, sino que todo lo destruiremos para comenzar de nuevo y no dejar rastro de lo bueno que hayan hecho los otros. Así nos vamos destruyendo en nuestra sociedad, así no lograremos nunca un avance a mejor porque sepamos aprovechar lo bueno que los otros hayan realizado como base de lo que seguiremos construyendo.

Jesús les decía a las gentes de su tiempo que un reino dividido no puede subsistir porque terminará haciéndose la guerra a si mismo y destruyéndose. Jesús quería hacerles comprender que el dedo de Dios estaba en aquello que estaba realizando; Jesús quería que tuviéramos ojos limpios, como decíamos antes, ojos llenos de luz para poder ver con claridad.

Hoy nosotros al escuchar este evangelio nos sentimos admirados como aquellas gentes de la obra de Dios y damos gracias, pero también recibimos la lección para nuestra mirada, para la limpieza de nuestro corazón, para las malicias de las que tenemos que liberarnos, para aprender a valorarnos más los unos a los otros respetando y exaltando lo bueno que realizan, para que logremos ese mundo del que desterremos la malicia, donde tendamos más puentes que nos acerquen, donde aprendamos a caminar juntos y colaborar entre todos para hacer nuestro mundo mejor.

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