No
perdamos esa fuerza interior que nos da la propia palabra de Dios, guiados y
fortalecidos por el Espíritu que nos pone en camino y anima nuestra vida aunque
haya vientos en contra
2 Reyes 5, 1-15ª; Salmo 41; Lucas 4, 24-30
Cuando tenemos los vientos en contra
nos paralizamos. No nos gusta el viento en contra, no nos gustan las tormentas.
Ahora cuando nos anuncian una alerta por alguna tormenta que se acerca
enseguida nos ponemos a buen recaudo evitando los peligros. Pero siempre ha
habido tiempos malos y nos hemos visto obligados a afrontarlos para seguir
viviendo.
Pero es una imagen de lo que es la
vida. Quisiéramos que todo sea placidez, tranquilidad, que las cosas marchen
bien siempre, que no nos encontremos obstáculos en el camino. Pero no es fácil.
Nos encontramos fácilmente vientos en contra, porque las cosas no nos salen
como nosotros queremos, porque nos encontramos con gente que piensa distinto y
algunas veces por eso nos hacen la guerra, porque habrá quienes nos
malinterpreten en lo que decimos o en lo que hacemos, porque tenemos nuestras
debilidades y tropiezos y nos cuesta superarnos, porque muchas veces nos
guiamos demasiado por nuestro amor propio y nuestro orgullo, porque esperamos
reconocimientos y honores que no siempre nos dan o nos quitan los méritos.
Muchas todo se nos hace pendiente, o nos cuesta subir, o nos resbalamos y
deslizamos sin parar en la bajada. ¿Seremos capaces de seguir adelante a pesar
de todo?
El evangelio de Jesús siempre es luz en
nuestro camino. Y el anuncio del evangelio no fue fácil, ni para Jesús
entonces, ni a sus seguidores a lo largo de los siglos. El evangelio que por
supuesto siempre es una buena noticia, una buena noticia de algo nuevo que
Jesús nos ofrece que nos obliga a confrontar nuestra vida; nuestra vida con
nuestras rutinas, con nuestras costumbres envejecidas, con tantos apegos que se
nos van acumulando en el corazón de los que tenemos que desprendernos, con
nuestras apetencias y con nuestros orgullos que muchas veces crean una cerrazón
en nuestra vida. Esa confrontación cuesta, porque si creemos en esa buena
noticia que nos trae Jesús muchas cosas tendrán que cambiar en nuestra vida,
algo nuevo tenemos que vivir, de muchas cosas, como decíamos, tenemos que
desprendernos, y eso produce desgarro y crea una incomodidad en nuestra manera
de ser y de vivir.
Hoy en el evangelio vemos que aunque en
principio se llenaron de orgullo cuando Jesús en la sinagoga salió a hacer la
lectura de la Palabra, porque era uno de ellos, alguien que habían conocido de
niño, que allí estaban aun sus parientes, como hasta ellos habían llegado
noticias de los signos que Jesús iba realizando por aquellos pueblos de
Galilea, ahora están esperando milagros y cosas extraordinarias porque para eso
era su pueblo. Pero ese no es el estilo de Jesús, ese no es el sentido del
evangelio, no nos podemos apropiar de esa buena noticia para hacer de ella algo
que favorezca nuestros intereses o nuestros orgullos. Como nos sucede a
nosotros tantas veces que nos volvemos manipuladores siempre en dirección a
nuestros intereses u orgullos personales; y somos capaces de manipular hasta la
religión y hacer nuestras interpretaciones interesadas.
Jesús les recuerda que los profetas no
fueron simplemente satisfaciendo los intereses de la gente, sino que su palabra
o los signos que realizaban tenían un sentido y un valor superior. Mucha gente
hambrienta había en Israel pero el profeta Elías a quien atendió fue a aquella
viuda de Sarepta de Sidón, que no era judía; muchos leprosos había en Israel y
a quien curó el profeta Eliseo fue a Naamán el sirio.
Y las gentes de Nazaret entendieron las
palabras de Jesús pero por eso se rebelaron contra El y hasta querían arrojarlo
por un barranco. No fue aceptado por sus gentes. Las tinieblas no quisieron dar
paso a la luz. Pero Jesús se fue a otra parte porque su misión tenía que
seguirse realizando.
Todo esto tiene que tener lectura para
nuestra vida; con esos vientos en contra, como decíamos al principio; todo esto
tiene que ver con nuestra fe y la manera de expresarla y de vivirla; todo tiene
que ver con nuestro compromiso cristiano de ser luz en medio de nuestro mundo,
aunque las tinieblas rechacen la luz. Tenemos que seguir siendo luz, tenemos
que seguir dando nuestro testimonio, haciendo nuestro anuncio, sembrando semillas
que transformen nuestro mundo aunque haya pedruscos y haya zarzales, aunque no
siempre el terreno esté bien preparado o los pájaros se coman las semillas
caídas en el camino.
No perdamos esa fuerza interior que nos
da la propia palabra de Dios; sintámonos guiados y fortalecidos por el Espíritu
que nos pone en camino y anima nuestra vida.
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