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lunes, 20 de mayo de 2024

Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que es el que mueve nuestros corazones y nos impulsa a nuevas actitudes y compromisos

 


Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que es el que mueve nuestros corazones y nos impulsa a nuevas actitudes y compromisos

Santiago 4,1-10; Salmo 54; Marcos 9,30-37

A veces nos sucede. Estamos hablando con alguien que quizás nos está queriendo presentar un proyecto, algo que tiene en su cabeza y que le parece oportuno contar con nosotros, pero probablemente escuchamos sus primeras palabras pero pronto nos ponemos nosotros a soñar, a sacar nuestra idea o nuestro pensamiento o manera de ver pero que a la larga es bien distinto de lo que realmente se nos está diciendo. Nosotros estamos con nuestros sueños, o con lo que nosotros habíamos pensado de ese tema, aunque ahora se nos presenta de distinta manera; pero en nuestra cabeza no está entrando eso nuevo que se nos quiere decir, sino que seguimos con nuestros sueños o con nuestra manera de ver las cosas de siempre. Parece que andamos por distintos caminos.

Les estaba sucediendo a los discípulos con el mensaje de Jesús. Ya se venían haciendo a la idea de que Jesús era un nuevo profeta o acaso podría ser el Mesías. Pero ellos tenían su idea. Los profetas para ellos eran lo que se habían imaginado siempre cuando escuchaban las Escrituras, o el Mesías había de ser un caudillo victorioso que lograra la liberación de Israel del yugo extranjero al que estaban sometidos, y pronto se crearía un reino nuevo que tendría sus ejes de poder con personas que podían ser influyentes y poderosas; ya se veían ellos en ese entorno de poder a pesar de lo que Jesús les anunciaba una y otra vez. Ahora andan discutiendo quien sería más poderoso en ese nuevo reino del Mesías.

Jesús hablaba de entrega, de sacrificio, incluso de muerte para dar vida. Les anunciaba claramente lo que habría de suceder cuando subieran a Jerusalén, cómo iba a ser rechazado y entregado en mano de los gentiles que le darían muerte; les anunciaba también que resucitaría al tercer día. Pero ellos no entendían nada, porque tenían sus ideas en la cabeza y eso no podría suceder cómo Jesús les estaba anunciando. Pero en su terquedad, a pesar de la confianza y cercanía que les manifestaba Jesús, no se atrevían a preguntar sobre el sentido de sus palabras.

Y mientras van de camino andan discutiendo por los primeros puestos. Pero se ven sorprendidos al llegar a casa y Jesús preguntarles de qué iban discutiendo por el camino. Más grave y profundo se hizo el silencio, porque se vieron sorprendidos por la pregunta de Jesús que, podíamos decir, les había cogido in fraganti.

Cuantas veces nos sucede que escuchamos literalmente el evangelio pero no llegamos a entrar en su sentido y deja de ser evangelio para nosotros. Siempre ha de ser buena noticia pero que nos impulso a algo nuevo y distinto. De lo contrario no sería noticia, porque repetirnos lo de siempre no es noticia. Pero ya tantas veces lo escuchamos como si oyéramos repetir una y otra vez lo mismo, lo de siempre.

Algo nos está fallando en nuestra manera de escuchar, en la actitud de nuestro corazón, y también, ¿por qué no?, en la manera como se nos está haciendo ese anuncio. Comencemos, pues, por esa actitud pasiva que llevamos tantas veces en nuestro corazón que hace que no nos dejemos sorprender. Y el evangelio cada vez que lo escuchamos tiene que sorprendernos, porque algo nuevo nos está ofreciendo siempre para nuestra vida, algo que siempre además tendría que llenarnos de gozo porque aun cuando siempre tenga las exigencias de la conversión despierta siempre en nosotros una esperanza nueva.

Jesús terminará hablándonos hoy del servicio, de la acogida, de la humildad, de la sencillez. Es lo que tiene que irnos abriendo el corazón, haciendo esos ajustes que algunas veces nos producen crujíos, logrando esa renovación de nuestras actitudes, esa apertura a una nueva vida, ese ponernos en camino de algo nuevo y gozoso para nuestra vida, de ir manifestando en actos concretos que hay una nueva vida en nosotros. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que es el que mueve nuestros corazones.

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