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jueves, 24 de octubre de 2024

Jesús quiere poner fuego en el corazón para que tras el paso del Espíritu por nosotros surja una nueva y fecunda vida de generosos frutos de amor

 


Jesús quiere poner fuego en el corazón para que tras el paso del Espíritu por nosotros surja una nueva y fecunda vida de generosos frutos de amor

Efesios 3, 14-21; Salmo 32; Lucas 12, 49-53

Oímos hablar de fuego y se nos ponen los pelos de punta. Es una sensación desagradable que percibimos porque lo primero que pensamos es en destrucción. Nosotros en nuestra isla tenemos malas experiencias de los incendios de nuestros montes y bosques dejando tras de si desolación y muchas tristezas; pensamos en el incendio de un edificio, de unos lugares devorados por el fuego; tenemos ante nosotros las imágenes recientes del volcán que con su lava ardiente iba arrasando territorios y poblaciones. Nos quedamos fácilmente es una imagen negativa.

Pero es en el fuego donde cocinamos y elaboramos nuestros alimentos o en el horno ardiente elaboramos el pan que comemos cada día, con fuego de fundidor se purifican las materias primas extraídas de la naturaleza para la producción de los metales y no digamos cuanto nos admira el brillo del oro purificado en el crisol, en el horno ardiente introducimos la arcilla que hemos trabajado con nuestras manos para producirnos hermosas vasijas, así podemos pensar también entonces en ese lado positivo que purifica y que crea, que es camino de vida y puede hacer surgir toda la creatividad de nuestro arte. Pero ¿no hablamos también de cómo nos arde de amor el corazón cuando estamos enamorados llenando de pasión nuestra vida? No es entonces tan negativa la imagen que del fuego habíamos de tener.

Hoy nos habla Jesús en el evangelio del fuego que ha venido a traer a la tierra y lo que quiere es que arda; ya Juan bautista había hablado también de un fuego purificador con que el que habíamos de aquilatar nuestra vida para recibir al Mesías Salvador. He escuchado una frase, creo que de un santo chileno recientemente canonizado, san Alberto Hurtado, que en sus escritos y enseñanzas decía que educar no es solo arrojar conocimientos en un recipiente vacío, sino más bien encender un fuego en el corazón de aquel a quien estamos educando.

Quiere Jesús encender fuego en nuestro corazón, ese fuego de la búsqueda, ese fuego que nos pone en camino, ese fuego que enciende la pasión más hermosa en nuestro corazón porque nos despierta al amor, ese fuego que produce inquietud en el alma para sacarnos de la pasividad, ese fuego que nos ayuda a descubrir donde están las arideces y los eriales de nuestra vida para limpiarlos de malezas para que las buenas semillas puedan germinar para nueva vida.

Tengo en mi mente una imagen que se repite en nuestros montes y en nuestros bosques tras las incendios que en ocasiones se producen y es el resurgir de nuevo la vida con nuevos brotes en nuestros pinos – es una característica de nuestro pino canario que se regenera después de un tiempo tras un incendio que lo haya desolado – comenzando a aparecer de nuevo el verdor de la vida, y como aquellos terrenos de los que desaparecieron con el fuego zarzales y hojarascas pronto con las lluvias se ven alfombradas con la hierba y las nuevas plantas que vuelven a brotar.

Necesitamos de ese fuego del Espíritu que regenere nuestra vida, que muchas veces hemos convertido en un erial o en la que habíamos dejado prosperar tantos espinos que había ahogado lo mejor de nosotros mismos. Es necesario un nuevo resurgir. Y lo decimos en nuestra vida personal porque somos conscientes de cuantas cosas inservibles nos habíamos envuelto ahogando los buenos valores que habíamos tenido que hacer florecer, y lo decimos también en la vida de nuestras comunidades, de la misma Iglesia envuelta muchas veces en vanidades del mundo que le hayan podido quitar su brillo.

Un crisol necesitamos que nos purifique y haga brillar el oro de los mejores valores de nuestra vida. Un fuego purificador que lime aristas en nuestras mutuas relaciones que en lugar de acercarnos muchas veces nos hieren o crean distancias entre nosotros.

Que nos riegue de nuevo el Espíritu del Señor para que brote la mejor fecundidad de nuestra vida porque hagamos resplandecer de nuevo el auténtico amor. Muchos más pensamientos hermosos pueden brotar en nuestra vida en la reflexión sobre este evangelio si en verdad nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor.

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