Jesús
quiere poner fuego en el corazón para que tras el paso del Espíritu por
nosotros surja una nueva y fecunda vida de generosos frutos de amor
Efesios 3, 14-21; Salmo 32; Lucas 12, 49-53
Oímos hablar de fuego y se nos ponen
los pelos de punta. Es una sensación desagradable que percibimos porque lo
primero que pensamos es en destrucción. Nosotros en nuestra isla tenemos malas
experiencias de los incendios de nuestros montes y bosques dejando tras de si
desolación y muchas tristezas; pensamos en el incendio de un edificio, de unos
lugares devorados por el fuego; tenemos ante nosotros las imágenes recientes
del volcán que con su lava ardiente iba arrasando territorios y poblaciones.
Nos quedamos fácilmente es una imagen negativa.
Pero es en el fuego donde cocinamos y
elaboramos nuestros alimentos o en el horno ardiente elaboramos el pan que
comemos cada día, con fuego de fundidor se purifican las materias primas extraídas
de la naturaleza para la producción de los metales y no digamos cuanto nos
admira el brillo del oro purificado en el crisol, en el horno ardiente
introducimos la arcilla que hemos trabajado con nuestras manos para producirnos
hermosas vasijas, así podemos pensar también entonces en ese lado positivo que
purifica y que crea, que es camino de vida y puede hacer surgir toda la
creatividad de nuestro arte. Pero ¿no hablamos también de cómo nos arde de amor
el corazón cuando estamos enamorados llenando de pasión nuestra vida? No es
entonces tan negativa la imagen que del fuego habíamos de tener.
Hoy nos habla Jesús en el evangelio del
fuego que ha venido a traer a la tierra y lo que quiere es que arda; ya Juan
bautista había hablado también de un fuego purificador con que el que habíamos
de aquilatar nuestra vida para recibir al Mesías Salvador. He escuchado una
frase, creo que de un santo chileno recientemente canonizado, san Alberto Hurtado, que en sus escritos y enseñanzas decía que educar no es solo arrojar
conocimientos en un recipiente vacío, sino más bien encender un fuego en el corazón
de aquel a quien estamos educando.
Quiere Jesús encender fuego en nuestro corazón,
ese fuego de la búsqueda, ese fuego que nos pone en camino, ese fuego que
enciende la pasión más hermosa en nuestro corazón porque nos despierta al amor,
ese fuego que produce inquietud en el alma para sacarnos de la pasividad, ese
fuego que nos ayuda a descubrir donde están las arideces y los eriales de
nuestra vida para limpiarlos de malezas para que las buenas semillas puedan
germinar para nueva vida.
Tengo en mi mente una imagen que se
repite en nuestros montes y en nuestros bosques tras las incendios que en
ocasiones se producen y es el resurgir de nuevo la vida con nuevos brotes en
nuestros pinos – es una característica de nuestro pino canario que se regenera
después de un tiempo tras un incendio que lo haya desolado – comenzando a
aparecer de nuevo el verdor de la vida, y como aquellos terrenos de los que
desaparecieron con el fuego zarzales y hojarascas pronto con las lluvias se ven
alfombradas con la hierba y las nuevas plantas que vuelven a brotar.
Necesitamos de ese fuego del Espíritu
que regenere nuestra vida, que muchas veces hemos convertido en un erial o en
la que habíamos dejado prosperar tantos espinos que había ahogado lo mejor de
nosotros mismos. Es necesario un nuevo resurgir. Y lo decimos en nuestra vida
personal porque somos conscientes de cuantas cosas inservibles nos habíamos
envuelto ahogando los buenos valores que habíamos tenido que hacer florecer, y
lo decimos también en la vida de nuestras comunidades, de la misma Iglesia
envuelta muchas veces en vanidades del mundo que le hayan podido quitar su
brillo.
Un crisol necesitamos que nos purifique
y haga brillar el oro de los mejores valores de nuestra vida. Un fuego
purificador que lime aristas en nuestras mutuas relaciones que en lugar de
acercarnos muchas veces nos hieren o crean distancias entre nosotros.
Que nos riegue de nuevo el Espíritu del
Señor para que brote la mejor fecundidad de nuestra vida porque hagamos
resplandecer de nuevo el auténtico amor. Muchos más pensamientos hermosos
pueden brotar en nuestra vida en la reflexión sobre este evangelio si en verdad
nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor.
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