Seamos
capaces de reconocer las señales de la presencia de Dios en nuestra vida como
buenos administradores atentos a discernir las señales que Dios pone a nuestro
paso
Efesios 3, 2-12; Sal.: Is. 12, 2-6; Lucas
12, 39-48
¿Va a venir alguien importante a visitarnos?
Podemos pensar en el ámbito de nuestra sociedad, ya sea una autoridad que
quizás no es tan habitual verlo por nuestras cercanías, ya sea algún personaje
de la vida social de nuestro tiempo, ya sea un cantante famoso, un artista de
reconocido prestigio, un deportista que por su brillantez en su mundo se ha
ganado una merecida fama, como podemos pensar en un entorno más cercano como
pueda ser nuestra familia donde se nos anuncia la visita de una persona muy
querida, que ha mantenido siempre una buena relación con la familia, sea un
caso u otro – podíamos pensar también en más cosas – los preparativos que
hagamos queremos que sean lo más exhaustivos posibles.
En el ámbito social incluso hay unos
protocolos de lo que hacer, unas exigencias de guión podríamos decir, a lo que
estaremos muy atentos para que esa visita sea memorable; si es en el plano de
la familia, ya procuraremos que todo lo que hagamos en nuestra casa sea lo más
acogedor y cariñoso posible para mostrar también la felicidad que sentimos con
dicha visita.
Preparativos con muchas exigencias, de
eso nos está hablando también el evangelio. Es la imagen de la llegada del Hijo
del Hombre, con la acogida que por nuestra parte hemos de ofrecer. Es la tensión
y atención con que hemos de vivir nuestra vida para llegar a sentir y vivir en
plenitud esa presencia del Señor. Y Dios llega a nosotros y no siempre somos
capaces de vivir con intensidad su presencia.
Quizás pensamos o nos imaginamos cosas
extraordinarias, porque parece que esas son las que nos llaman la atención y en
cierto modo estamos pensando en cosas portentosas. Qué prontos estamos para
correr allí donde hemos oído que ha habido un milagro, algo extraordinario. Y
corremos el mundo tras apariciones ya sean de nuestra época o donde haya tradición
de cosas extraordinarias más antiguas. Y hemos sembrado el mundo de santuarios
milagrosos, como si solo allí se nos va a manifestar la gloria del Señor.
No quiero negar que quizás haya lugares
que de manera especial nos puedan ayudar y que también pueden ser signos de esa
presencia de Dios en medio del mundo, pero sí tenemos que aprender que en el
día a día de nuestra vida, en ese recorrido de fe que tenemos que saber ir
realizando cada día Dios también va poniendo señales y signos de presencia que
hemos de saber descubrir. Es necesario estar atentos y vigilantes, es cierto,
porque esos signos de Dios pueden ser como un susurro que no sabremos ni
podremos escuchar si solo estamos expectantes a cosas grandiosas.
Nos habla el evangelio de aquel que en
casa ha de estar atento para discernir en cada momento lo mejor que hay que
hacer y que de alguna manera nos dará la orientación del camino que hemos de
recorrer. El administrador de la casa, como lo llama Jesús en el evangelio.
Saber administrar es saber discernir el momento, lo que sucede, la
circunstancia, lo que puede ser una llamada o un toque de atención, lo que
puede ser una señal en cada momento concreto de algo que hemos de comenzar a
hacer. No de cualquier manera podemos hacer ese discernimiento, de alguna
manera tenemos que entrenarnos, aprender, sintonizar los oídos de la vida para
poder escuchar.
Y no podemos olvidar ni dejar a un lado
esa presencia de Dios que se nos manifiesta en los demás. Es aquello que en
otro momento Jesús nos dirá que lo que hicimos a cualquiera de esos pequeños
que vamos encontrando en la vida a El se lo hicimos. Esos pequeños son
presencia de Dios para nosotros, esas personas humildes y sencillas con las que
nos vamos encontrando, ese que quizás porque desconocemos nos mostramos ante él
con tanta precaución, ese que no nos parece digno porque tras de sí nosotros
solo estamos viendo un historial que no es de nuestro agrado; esos pequeños son
presencia de Dios en nuestra vida que tenemos que saber descubrir. De eso nos
quiere hablar hoy el Evangelio.
Y terminará diciéndonos Jesús que ‘al
que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún
se le pedirá’. Es a nosotros a quien Jesús se está refiriendo, porque
tenemos que reconocer cuanto hemos recibido del Señor, recordemos cada uno
nuestra historia reconociendo que ha sido una historia de amor de Dios para
nosotros. ¿Sabremos reconocerlo? ¿Sabremos dar respuesta? ¿Cuál es la exigencia
del amor de Dios para nuestra vida?
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