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lunes, 21 de octubre de 2024

Guardaos de toda clase de codicia, nos dice Jesús, que nos ofrece un camino de liberación de todo cuanto nos pueda oprimir o esclavizar

 


Guardaos de toda clase de codicia, nos dice Jesús, que nos ofrece un camino de liberación de todo cuanto nos pueda oprimir o esclavizar

Efesios 2, 1-10; Salmo 99; Lucas 12, 13-21

Cuando se meten por medio los intereses materiales o económicos pronto todo comienza a ir mal; somos muy amigos hasta que me pides un préstamo porque estas apurado y pronto de olvidas de devolverlo; somos buena familia mientras no llega la hora de las herencias y comienzan los pleitos porque si tuviste la mejor parte, o a ti te tocó lo que yo quería y cosas así; cuando vamos interesados por la vida solo por lo material aparecen las envidias, las ambiciones que te llevan a lo que sea con tal de conseguir lo que querías, las trampas y las zancadillas, etc. etc. etc.

De situaciones así arranca el mensaje que hoy nos quiere trasmitir el evangelio. Uno que le viene a decir a Jesús que intervenga con su hermano para resolver el problema de la herencia de los padres. Es algo que se repite demasiado en la vida. Pero algo que denota en qué ponemos nuestros intereses, cuales son nuestros valores, por qué realmente luchamos y trabajamos. Vivimos ansiosos con lo material, con el dinero, con lo que tenemos o lo que ganamos, y por mucho que tengamos al final ¿en qué o con qué nos quedamos?

Nos propone Jesús una parábola para que aprendamos a liberar el corazón. Son muchos los apegos que se convierten en esclavitudes y aquello por lo que ansiamos tanto al final tampoco nos hace felices. El hombre que cogió una gran cosecha, nos propone Jesús en el evangelio. Tuvo que ampliar sus lagares y bodegas para almacenar todo lo que había conseguido con su buena cosecha. Cuando aquel hombre que ahora le parecía tener todo y ya era feliz con eso, nos dice la parábola, que aquella noche se murió. ¿De quien será todo lo que había acumulado?

Nos volvemos locos con nuestros trabajos porque siempre nos parece poco y queremos ganar más; ya no tenemos tiempo para nada, porque el afán de esas ganancias nos absorbe y ya ni amigos, ni hijos, ni familia, ni descanso, ni buen ambiente en casa y tampoco en el trabajo, ni disfrutar de las cosas que tiene, ni desarrollar aficiones que le darían relajación a su espíritu, ni contemplar el mundo en el que vive. Y al final, ¿qué? Hablamos hoy mucho de tensiones acumuladas en nuestro espíritu a causa del trabajo y del afán de tener más cosas que al final nos rompen por dentro; y nos encontramos gente que podía ser feliz si supiera disfrutar de lo que tiene pero que viven llenos de amarguras; gente que no sabe disfrutar de la vida y no sabe disfrutar con lo que hace; y se pierden los valores, y se pierde el sentido de la vida, y terminamos viviendo como máquinas que algún día se romperán, como zombis como ahora se dice; se nos rompe la vida.

‘Guardaos de toda clase de codicia’, nos dice hoy Jesús. Y hay tantas formas en que la codicia se adueña de nosotros. No son solo las cuentas que podamos tener en el banco, no son solo esos bienes que adquirimos y adquirimos simplemente por tenerlos, son esas ambiciones que nos van acopando nuestro espíritu y nos llenan de tantas ataduras. Cuántas cosas acumulamos de las que no sabemos disfrutar. Y al final lo sufrimos nosotros, pero lo van a sufrir también los que nos rodean, lo va a sufrir la familia, lo van a sufrir los hijos: al final nos vamos cayendo por una tremenda pendiente de la que no sabemos cómo salir. Perdemos el sentido más elevado de ser personas.

Jesús quiere que abramos caminos de liberación en nuestra vida. Lo que había dicho el profeta y se recordaba en la sinagoga de Nazaret, el que venía lleno del espíritu del Señor venía a liberar a los oprimidos, a los que de una manera o de otra nos sentimos esclavos aunque no queramos reconocerlo. Es la liberación que Jesús nos ofrece, que podemos vivir cuando nos dejamos empapar por los valores del evangelio.

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