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sábado, 26 de octubre de 2024

Sigamos cultivando nuestra vida, la humilde higuera nos dará sabrosos y dulces frutos, aunque nos sintamos pequeños podemos enriquecer nuestro mundo con hermosos frutos

 


Sigamos cultivando nuestra vida, la humilde higuera nos dará sabrosos y dulces frutos, aunque nos sintamos pequeños podemos enriquecer nuestro mundo con hermosos frutos

Efesios 4, 7-16; Salmo 121; Lucas 13, 1-9

Confieso que la imagen que tengo en mi mente de la higuera es la de un árbol humilde. Reconozco que me gusta saborear unos higos recién cogidos de la higuera, como también soy un goloso de los higos pasados, con su dulce sabor además de lo nutritivos que son. Pero mirar o pensar en una higuera me hace pensar, sin embargo, en un árbol humilde, que no sobresale en nada, ni siquiera con flores, por así decirlo frente a otros árboles frutales de nuestros campos. Sin embargo por otra parte bien significativo cuando de sus ramas aparentemente secas comienzan a aparecer en sus yemas los brotes que nos anuncian una cercana primavera. Que sabroso es por otra parte detenernos en el camino a su sombra y poder saborear uno de sus frutos que además nos dan energía para el camino.

Nos aparece en el evangelio en varias ocasiones su imagen, en ellas sin embargo mientras se busca sus frutos y no se encuentran. En una ocasión mientras Jesús caminaba hacia Jerusalén, y hoy, también en su camino de subida a Jerusalén aparece esta imagen en la parábola que Jesús nos ofrece. El hombre que se acerca a su heredad y busca frutos en la higuera que tiene en su huerta; pero no hay fruto y le pide al labrador que la arranque pues no sirve ni para dar fruto. Pero el labrador pide paciencia, promete cuidarla con esmero, abonarla debidamente y cavar la tierra en su derredor, esperando que al año pueda llegar a dar fruto.

¿Seremos acaso nosotros esa higuera que no da fruto y nos escudamos en nuestra infructuosidad en lo humilde y lo pequeño que somos? Cuántas veces lo decimos, yo no valgo nada, yo soy poca cosa y quizás estamos enterrando la riqueza que guardamos en nuestro interior porque quizá nos sea más fácil vivir una vida cómoda y sin esfuerzo. Quizás sea tanta la pobreza de nuestra vida que no somos capaces de ver y reconocer lo que valemos; nos encerramos en una yema que se quiere quedar encerrada en si misma y no tenemos la valentía de hacerla brotar. Pero la yema está en el tallo de la planta para brotar, para que surjan nuevas ramas, para dejar que aparezcan las flores, para madurar los frutos que están como encerrados en ese germen, para que podamos obtener al final hermosos frutos que llenen de buen sabor la vida.

En nosotros siempre hay unos valores, unas cualidades, unas capacidades que tenemos que saber descubrir. Algunas veces, es cierto, tardamos en descubrirlas porque no hemos sabido revolver en nuestro interior esforzándonos en encontrar esa riqueza que llevamos por dentro, a veces quizás porque no recibimos esa ayuda que necesitamos para abrir los ojos y descubrir lo que valemos, pero nunca es tarde.

Recordamos la parábola que tantas veces hemos escuchado que el amo de la viña va llamando trabajadores para trabajar en su viña a distintas horas del día. Nos puede suceder a nosotros y porque quizás pensemos que ya estamos en las últimas horas de nuestro día no merece la pena comenzar; merece la pena, pueden salir cosas hermosas, además llevamos una virtualidad acumulada que puede ser una hermosa riqueza que se desparrame a nuestro alrededor beneficiando a muchos.

No podemos nunca cruzarnos de brazos y dar por terminado el camino; siempre hay un nuevo paso que podemos dar, siempre hay algo bueno que podemos hacer, siempre habrá quien esté esperando de nosotros también lo que le podamos ofrecer, siempre nuestra comunidad se puede ver enriquecida con nuestro trabajo, nuestra sabiduría acumulada, con todas las posibilidades que seguimos llevando dentro de nosotros mismos.

Sigamos cuidando y cultivando nuestra vida, sigamos queriendo darle profundidad y sentido a todo lo que hacemos, aunque nos parezca que somos pequeños y nada valemos; la humilde higuera nos da sabrosos y dulces frutos, el mundo que nos rodea estará esperando esos sabrosos frutos que nosotros podemos ofrecerle.

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