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viernes, 7 de junio de 2024

No nos extrañe que alguien derrame de mil manera su ternura con los demás, somos nosotros, a imagen del corazón traspasado de Cristo, los que hemos desparramarnos en amor

 




No nos extrañe que alguien derrame de mil maneras su ternura con los demás, somos nosotros, a imagen del corazón traspasado de Cristo, los que hemos desparramarnos en amor

Oseas 11, 1b. 3-4. 8c-9; Efesios 3, 8-12. 14-19; Juan 19, 31-37

En este mundo nuestro tan insensible para muchas cosas encontrarse con alguien en quien todo son muestras de ternura es algo que nos sorprende; alguien que siempre nos habla con suma delicadeza, comedido y parco en sus palabras, pero que sin embargo muestra cercanía por sus gestos, que se detiene a hablar contigo y con delicadeza muestra la preocupación por lo que son tus problemas, que sabe detenerse y abajarse para poner a su altura ante cualquier persona para escucharle, para tener siempre palabras de comprensión, para nunca recriminar, pero para sentirte levantado  porque parece que su mano puesta sencillamente sobre nuestro hombro nos da fuerza para sentirnos nuevos o para emprender algo nuevo, que mira a los ojos de un niño y le hace sonreír, que despierta en nosotros buenos sentimientos incluso cuando lo estamos pasando mal porque su presencia nos estimula. 

¡Qué hermoso encontrarnos algo así en la vida! Es una joya preciosa que no podemos dejar marchar, que no podemos perder. ¿Podremos encontrarnos alguien semejante?

He querido pensar en ello y detenerme a hacer esta descripción que quizás a alguien le parezca imposible, porque creo que es un camino que hemos de saber tomar para de una vez por todas romper esa espiritual de insensibilidad en donde tenemos el peligro y la tentación de meternos, porque es además lo que hoy podemos contemplar en Jesús, verdadero rostro de la misericordia y de la compasión de Dios.

Hoy, sobre todo el evangelio, terminará hablándonos de un corazón roto y traspasado del que ya parece imposible que pueda fluir más sangre y por eso contemplamos que se derrama también agua. Médicamente algunos nos explican que fue como una ruptura de los órganos internos del pecho y es de la pleura del pulmón de donde sale esa agua mezclada con la sangre. Dejamos a un lado esas humanas explicaciones para entrar en otros rasgos de humanidad que podemos ver en un corazón traspasado como el de Cristo, tal como nos narra hoy el evangelio.

Jesús se ha dado con todo el corazón, como solemos decir de quien ama y se entrega hasta dar todo de sí. Es lo que contemplamos en Cristo. ‘A mi nadie me arrebata la vida’, diría en otro momento, ‘sino que yo la entrega libremente’. Más allá de toda esa confubalación de escribas y fariseos y de todos los dirigentes de Israel que querían quitar de en medio a Jesús – que es cierta y no podemos negar porque ahí están también los datos históricos del evangelio – es Jesús el que ha subido libremente a Jerusalén sabiendo lo que eso iba a significar. ‘Yo soy’, dirá saliéndoles al encuentro cuando van a prenderle en Getsemaní y es Jesús quien se adelanta.

‘El Hijo del Hombre será entregado en manos de los gentiles’ había El mismo anunciado, pero por encima de todo eso estaba el amor infinito del Padre que tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo único. Y no venía Jesús a otra cosa sino como enviado del Padre para hacer su voluntad. No nos trasmite otra cosa sino lo que ha recibido del Padre, no es otro su alimento sino hacer la voluntad del Padre.

Será el momento supremo de la entrega y de su muerte en Cruz, tras la cual le veremos con el corazón traspasado, pero es el camino que Jesús ha ido recorriendo por los pueblos y aldeas de Galilea, de Palestina y más allá porque se acercará a donde curar a la hija de la cananea, o liberará al poseso en la región de los gerasenos. Pero es que le hemos visto derramando esa ternura de un corazón lleno de misericordia cuando cura a los enfermos y perdona a los pecadores, cuando levanta de la camilla al paralítico y pondrá luz en los ojos del ciego para decirnos que nos quiere llenos de luz, que no nos quiere paralíticos y anquilosados sino que nos quiere siempre en camino porque a todos hemos de anunciar su amor y su paz. Podríamos recorrer una a una las páginas del evangelio para contemplar esa ternura de Dios que nos viene a poner en caminos de una nueva humanidad.

Nos quiere levantar para hacernos hijos inundándonos de su vida divina, pero nos quiere hombres nuevos llenos de auténtica humanidad porque esas han de ser las señales del Reino de Dios que hemos de mostrar. Hemos de dejar también que nuestro corazón se traspase por esa lanza del amor para que de la misma manera se diluya en ternura y en verdadera humanidad con los demás.

Es lo que hoy estamos contemplando cuando estamos celebrando esta fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Tenemos que dejarnos traspasar por esa llama del amor divino, porque como nos dirá Jesús en otro momento ‘fuego ha venido a traer a la tierra y no quiere sino que arda’. Es el incendio de amor con que hemos prender a toda la humanidad para que en verdad surja algo nuevo. Que no nos extrañe que alguien derrame de mil manera su ternura con los demás, como decíamos al principio, porque somos nosotros los que a imagen del corazón de Cristo hemos derramarnos en amor por los demás.


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