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miércoles, 5 de junio de 2024

Me he quedado pensando si realmente creemos en el Dios de la vida o nos hemos hecho un dios de muertos

 


Me he quedado pensando si realmente creemos en el Dios de la vida o nos hemos hecho un dios de muertos

2Timoteo 1, 1-3. 6-12; Salmo 122; Marcos 12, 18-27

Me he quedado pensando ante este pasaje que nos ofrece hoy el evangelio. Por allí andan las distintas corrientes de pensamiento religioso que daba ocasión a fuertes enfrentamientos entre unos y otros en el pueblo de Dios. Por un lado andaban los saduceos que no creían en la resurrección y en la vida eterna, por otra estaban no solo los fariseos con su mayor rigorismo con todas sus connotaciones sino también lo que era la fe habitual del pueblo creyente que creía en la vida que un día podían tener en Dios. Y en esto quieren meter por medio a Jesús y vienen con sus casuísticas, como suele suceder siempre, con planteamientos y preguntas, que no siempre eran fáciles de responder.

Pero en lo que me he quedado pensando es en la fe que realmente nosotros tenemos en Dios, en la manifestación de fe que habitualmente vive la generalidad de lo que decimos el pueblo cristiano. Y la pregunta que me ronda es si creemos realmente en un Dios de la vida o en un Dios de los muertos. No quiero entrar en generalizaciones que suelen ser complicadas y en cierto modo conflictivas porque hasta se pueden convertir en ofensivas para algunas personas. Pero viendo la relación que tienen muchos cristianos con la Iglesia o con las celebraciones religiosas, algunas veces puede uno llegar a pensar que para muchos Dios es el dios de la muerte.

Veamos, si no, para mucha gente venir a la Iglesia es porque venimos a acompañar un entierro, venimos a la Iglesia y lo que pedimos es misas para los difuntos, venimos a nuestras celebraciones y lo que hacemos muchas veces es echar una lagrimita porque recordamos ‘a los que se han ido’, como solemos decir, y todo se llena de llanto y de tristezas. ¿Dónde tenemos la esperanza? ¿Dónde sentimos que Dios viene para llenarnos de vida y no solo pensando en la vida eterna, en la vida futura, sino en el hoy de cada día de nuestra vida? ¿No habremos alineado demasiado la religión con la muerte?

Es cierto que la muerte nos hace plantearnos hondas preguntas en lo más profundo de la persona, nos puede hacernos plantear un sentido de vida y también un sentido de trascendencia para nuestra vida. ¿Cuál sería en verdad ese sentido de vida y de trascendencia del que tenemos que llenarnos? ¿Dónde está nuestra esperanza? En nuestra fe no nos quedamos en el umbral de la muerte, Jesús quiere para nosotros vida y vida en plenitud. No quiere que vivamos de cualquier manera, no quiere en nosotros superficialidades ni vanidades, quiere de verdad algo que nos dé hondura, profundidad a lo que vivimos. Porque además nos quiere felices, para eso nos ha creado.

No nos quiere angustiados por las tristezas, no quiere que simplemente vayamos echando días, como se suele decir, porque un día todo esto se termina y no va a quedar nada. Una vida así, con esas alas recortadas, claro que es triste, claro que no sabremos salir adelante con los problemas, claro que nos vamos a ahogar en un vaso de agua. Tenemos que pensar en otra plenitud, que ahora también hemos de vivir viviendo. Ahora también tenemos que ser felices, pero no con sucedáneos, sino porque le vayamos dando un sentido a todo lo que hacemos, porque sintamos el gozo de que podamos amarnos más, de que haya gente a nuestro alrededor que cada día pueda vivir con mayor dignidad, porque sintamos en verdad la alegría de la vida. Y por eso tenemos que luchar, para eso está Jesús junto a nosotros, ese es el evangelio que nos ha trasmitido cuando nos ha anunciado y comprometido con el Reino de Dios. Es por eso por lo que tenemos que trabajar y sentirnos felices en lo que cada día vamos logrando.

No es pensar en la muerte y vivimos agobiados por esa realidad. Es sentir que Dios quiere darnos vida y que la vivamos en plenitud, una plenitud que un día no dará sin fin, es lo que llamamos vida eterna. Y mirar para el más allá no es llenarnos de tristeza sino de esperanza, porque es donde queremos llegar para vivir para siempre en Dios. Como nos dice hoy Jesús, Dios es un Dios de vivos, es un Dios de la vida.

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