Necesitamos
ser cristianos maduros, reflexivos, abiertos siempre a la escucha de la
Palabra, que siembra en su corazón para tener buenas raíces como cimientos de
vida
Isaías 26, 1-6; Sal 117; Mateo 7, 21. 24-27
Es duro y es triste que continuamente
estemos oyendo sonidos que llegan a nuestros oídos, pero poco escuchemos y poco
entendamos de lo que se nos dice. Es uno de los problemas que van apareciendo
en aquellos cuyos oídos van perdiendo la sensibilidad para escuchar. No pueden
estar en un ambiente ruidoso porque los sonidos se confunden en sus oídos y en
su mente y poco podrán entender de lo que se les dice. Por eso diferenciamos
entre oír y escuchar, porque la escucha necesita una mayor atención y una mejor
sensibilidad.
Pero si estamos hablando de uno de esos
problemas, llamémoslo fisiológicos, que nos van apareciendo en la vida, por el
contrario tenemos que reconocer que aunque tengamos los oídos con la
sensibilidad suficiente, sin embargo en la vida vamos muchas veces como sordos;
vamos a lo nuestro y no prestamos atención, escuchamos aquello que nos
interesa, vamos descartando pensamientos e ideas que pudieran ser una interpelación
dentro de nosotros para llevarnos a cosas de mayor profundidad. Muchas veces
vamos por la vida con mucha superficialidad y nos vamos haciendo un mundo
ficticio, irreal, superficial, lleno de sueños y de pocas realidades que
centren de verdad nuestra vida.
Nos sucede en nuestras mutuas
relaciones en que poco nos escuchamos y quizá demasiado nos enfrentamos sin
conocer realmente el pensamiento del que tenemos enfrente o a nuestro lado. Nos
dejamos seducir y arrastrar por prejuicios que tengamos nosotros mismos, que
nacen la mayoría de las veces de un desconocimiento, o por lo que puedan
influir otros en nosotros. Vamos de flor en flor seducidos por colores
llamativos pero no buscando aquella flor que nos puede dar un fruto hermoso
para la vida.
De eso se vale la publicidad para
inducirnos a coger unos productos o para llevarnos según unos intereses
determinados, pero también muchas veces dirigentes interesados para hacernos
ver sus ideas o su política llena de falacias y de tópicos. Así nos va en la
vida, así van los derroteros de nuestra sociedad.
Necesitamos ser más críticos, pero para
eso tenemos que darle una mayor profundidad a la vida, para eso tenemos que
aprender también a escuchar y escuchar con deseos de aprender pero también con
un sentido critico ante lo que se nos pueda ofrecer.
La persona madura ha sabido ir
cultivando estos valores en si mismo. La persona madura es reflexiva, sabe
escuchar y sabe discernir, tiene la curiosidad de la búsqueda porque siempre
aspira a algo más y mejor, pero tiene el valor de ir rumiando todo cuanto va
llegando a su mente o a su corazón para encontrar el jugo bueno que puede
alimentar bien su vida.
Necesitamos ser cristianos maduros,
reflexivos, abiertos siempre a la escucha de la Palabra de Dios, que quiere ir
sembrando de forma honda en su corazón para que tenga buenas raíces como
cimientos de su vida. Un árbol bien enraizado es más difícil que el viento lo
arranque o se lo lleve, se verá zarandeado por las tormentas, pero permanece
firme y pronto reverdece después de la pérdida de sus hojas o sus ramas. Es lo
que necesitamos ser los cristianos que nos vemos sometidos a muchas tormentas
en la vida y que no nos queremos quedar en palabras bonitas o palabras de una
emoción pasajera que serán flor de un día. Es el cristiano que da frutos y que
contagia con su vida a cuantos le rodean porque siempre será un interrogante y
una interpelación para los demás.
Hoy nos habla Jesús de edificar la casa
sobre roca, no sobre arena. Ya sabemos cómo tenemos que hacer.
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