No hacen falta muchas cosas sino mucho amor. ¿Seremos capaces
de ponerlo para que se realicen también hoy las señales del Reino?
Isaías 25, 6-10ª; Sal 22; Mateo 15,
29-37
Comer, alimentarnos es una de las
necesidades básicas de la vida. Necesitamos del alimento porque es la energía
que nos hace mantenernos vivos. Y no vamos a abundar aquí y ahora en lo de la
alimentación adecuada y equilibrada que tanto se nos repite por todas partes,
pero aquel que tiene carencias en su vida en sus necesidades básicas buscará el
alimento que sea donde pueda encontrarlo. Poder alimentarnos es una
satisfacción importante de la que todos tendríamos que poder disfrutar.
Pero bien sabemos que la comida puede
significar mucho más, porque es ocasión de encuentro con los otros y algo que
nos motiva y nos lleva a la unión y a la comunión cuando hacemos la comida en común
y puede ser signo de alegría y de fiesta; cuando celebramos algo que nos llena
de alegría y queremos compartir esa alegría con los demás comemos juntos y la
comida se convierte en fiesta. Muchas más cosas podríamos reflexionar siguiendo
por ese camino.
Entre los anuncios que se hacen para los
tiempos mesiánicos están precisamente los signos del festín, de la comida de
fiesta a la que todos están invitados, como nos habla hoy el profeta. ‘En aquel día, preparará el Señor del universo para todos
los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de
vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados’. Se acabarán los lutos y los sufrimientos, todo será alegría
y fiesta en una vida nueva. Es el encuentro, es la nueva comunión entre todos,
es el signo de ese mundo nuevo que se llamará el Reino de Dios.
Y Jesús realiza esos signos
con todo su sentido profético, pero también como señal de que ese mundo nuevo
ha llegado. Hoy el evangelio habla de las multitudes hambrientas que siguen a Jesús;
hambrientas de su Palabra, acuden a escucharle de todas partes porque en Jesús
renace la esperanza en los corazones; hambrientos con sus necesidades y
problemas, siempre vemos en esas multitudes corazones atormentados, cuerpos
rotos, sufrimiento y dolor desde sus imposibilidades físicas, pero también
desde la insatisfacción que hay en sus corazones.
‘Acudió
a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos
otros; los ponían a sus pies, y él los curaba. La gente se admiraba al ver
hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a
los ciegos, y daban gloria al Dios de Israel’, nos dice el evangelio.
Pero Jesús
realiza un nuevo signo también de profundo sentido mesiánico. La multitud está
hambrienta porque llevan muchos días con Jesús, están en descampado, no tienen
que comer. ‘Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo
y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que
desfallezcan en el camino’.
Allí en
despoblado no hay donde buscar panes para tantos, como dicen sus discípulos
ante el comentario de Jesús pero aparecerá alguien que tiene cinco panes y dos
peces y que los pone a disposición. ‘¿Qué es eso para tantos?’ Cuando
hay amor no importa lo pequeño sino la disponibilidad que nace de ese amor. Y
el milagro se realiza. Comerán todos y sobrará.
Es la
señal del Reino. Es el encuentro y el compartir que al final se convertirá en
fiesta. Ojalá supiéramos irlo haciendo por la vida. No hace falta mucho, no
hacen falta muchas cosas sino lo que hace falta es mucho amor. ¿Seremos capaces
nosotros de ponerlo para que se realicen también entre nosotros las señales del
Reino? Un buen pensamiento que nos puede ir acompañando en este camino de
Adviento que estamos haciendo. Y la vida será un festín.
¡Bravo! ¡Bravo! ¡Hermosa reflexión! Le doy gracias al Señor por permitirme leerla y que me llegue a lo profundo de mi corazón. Cuando era pequeña y a lo largo de mi vida sufrí mucho maltrato, mucha angustia, y buscaba desesperadamente amor, y fueron muchas las decepciones, muchos mis errores también. Pero lo que no me daba cuenta en la desesperación, es que el Señor siempre me estuvo enviando amor, amor a través de los animales que se cruzaban en mi camino con espontáneo y sincero cariño, amor de las plantas que me deleitaban con su belleza, su aroma, su compañía. De la gente que pasó por mi camino dándome una mano, y así. Después fui comprendiendo que el ser humano tiene sus complejidades, y así como yo me equivoqué otras personas también se equivocaban, pero el perdón, qué cosa maravillosa del Señor, es la oportunidad para corregirse, para sanar. Ahora siento abundancia de amor, y es que antes también la tenía y no me daba cuenta. El Señor me fue abriendo los ojos y le estoy muy agradecida. Le doy gracias también porque personas como usted van repartiendo su pan. ¡Gracias! Nos da fuerzas para continuar, perseverando en el camino, el camino donde nos guía Jesús para llegar al Cielo para estar en la eternidad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Mucho amor! ¡Abrazos!
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