Actitudes
nuevas, valores nuevos, vestidura de hombre nuevo de la que tenemos que
revestirnos para conocer y vivir de verdad a Dios
Isaías 11, 1-10; Sal 71; Lucas 10, 21-24
Bueno es que cuando emprendemos un
camino sepamos cómo es el camino que vamos a recorrer y podamos hacer los
correspondientes preparativos para poder afrontarlo con alguna garantía de
éxito; así no cargaremos cosas innecesarias, nos liberaremos de pesos muertos
que van a ser un obstáculo en la dureza del camino y para poder llegar de la mejor
manera a la meta.
Cuantas cosas metemos tantas veces en
la mochila de la vida por aquellas precauciones por no saber lo que nos vamos a
encontrar ni lo que vamos a necesitar, como cuando hacemos un viaje y recargamos
y recargamos la maleta con pesos de cosas que no vamos a necesitar; que si
puedo necesitar aquel traje, si aquellos zapatos nos vendrán bien si vamos a
asistir a una gala en combinación con no sé que conjunto y al final pareciera
que vamos a un desfile donde vamos a lucirnos y no a hacer un camino que nos
conduce a una meta determinada. Lujos, vanidades, orgullos, apariencias que
realmente nos van a hacer tropezar e impedir alcanzar no solo lo bueno sino lo
mejor.
Alguno me podría preguntar y donde nos
habla Jesús hoy en el evangelio o en la palabra proclamada de todas esas cosas.
Mirémoslo desde otra perspectiva o perfil. ¿Por qué da gracias hoy Jesús en el
evangelio? Porque el Padre se ha revelado a los que son humildes y sencillos de
corazón. No se necesitaban tantas alforjas para escuchar y acoger la revelación
de Dios. Aquellos que iban cargados con sus orgullos y vanidades no fueron
capaces de entender el misterio de Dios, no comprendieron el misterio de Dios
que en Jesús se revelaba, solo aquellos que habían liberado su corazón porque a
nada se apegaban ni nada ambicionaban podían tener un corazón sensible para
sintonizar con el misterio de Dios.
Por eso decía que teníamos que
liberarnos de pesos muertos, de nuestras ideas preconcebidas que serán como un
velo que nos impide ver con nitidez el misterio del amor de Dios; liberarnos de
nuestras apetencias manipuladoras, de nuestros afanes de sobresalir, de los
deseos que aparecen tantas veces en el corazón de grandezas humanas que al
final se nos quedan en vanidades, de nuestros prejuicios porque son barreras
que ponemos y que nos impedirán descubrir donde se hace presente Dios, de los
castillos y las torres que nos edificamos que nos encierran en nosotros mismos
o nos elevan tanto que no llegaremos a ver como en lo pequeño y en lo que parece
insignificante Dios también se hace
presente.
Ya sabemos como tiene que ser el camino
que nos lleve a conocer a Dios. Da gracias Jesús al Padre que se ha querido
revelar a los pequeños y a los sencillos, a los que son humildes de corazón y a
los que quitan toda maldad de su corazón; serán los que en verdad verán a Dios.
Un camino como nos decía el profeta en que siempre tenemos que ser instrumentos
de paz, de concordia, de encuentro, de armonía de los unos con los otros.
Cuando estamos entretenidos en nuestras
guerras porque nuestras personales apetencias las hemos puesto por delante no
podremos sentir la paz de Dios en el corazón.
Tenemos que aprender a controlar esa
pequeña fiera que llevamos tantas veces en nuestro corazón que nos hace
violentos, que nos enfrenta los demás, que nos hace estar buscando siempre como
echar la zancadilla para que el otro no camine ni avance.
Parecen idílicas las imágenes que nos
ofrece el profeta pero es lo que nosotros tenemos que ser y que hacer. Por eso
nos habla del lobo, del carnero, del cabrito, de la oveja, de león que pacerán
juntos. Y sin embargo los hombres tantas veces nos convertimos en lobos para el
otro hombre. Qué bello el texto de Isaías que yo diría que inspiraría el
cántico de las criaturas de san Francisco de Asís.
Qué diferencia y qué cambio. Qué
actitudes nuevas tienen que haber en nuestro corazón. Cuántos valores tenemos
que desarrollar en nosotros, lealtad,
fidelidad, confianza, verdad, sinceridad, apertura, deseos de bien y de
justicia, autenticidad, cercanía… Qué distintas serian nuestras relaciones.
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