Que
salga a flote nuestra fe para tener la confianza de que el Señor que viene
renueva nuestra vida y nos hace salir de nuestras limitaciones y debilidades
Isaías 29, 17-24; Sal 26; Mateo
9, 27-31
Afrontar las dificultades de la vida es
algo que en muchas ocasiones nos cuesta y casi preferiríamos evadirnos, no
querer ver ni saber para no tener que pasar por ese esfuerzo, repito, muchas
veces costoso y que nos podría acarrear también en ocasiones muchos
sufrimientos. Huimos de aquello que nos hace ver la realidad, que nos puede
hacer sufrir, preferimos, repito, cerrar los ojos.
Pero no quiero pensar en este momento
en las dificultades que podamos encontrar, por así decirlo, enfrente, sino
quiero pensar en lo que encontramos en nosotros mismos, nuestras limitaciones,
o las malas costumbres que se convierten en vicio y que tenemos que esforzarnos
por superar. No queremos reconocer nuestras limitaciones, o los errores que
hayamos podido cometer en la vida; queremos creernos perfectos, fuertes y
poderosos e incluso cuando la enfermedad nos toca por algún lado no queremos
pensar en ello o tardamos en ocasiones en dar pasos por superar esa situación.
Enfermedades que se vuelven crónicas con todos sus inconvenientes, o malas
costumbres que se convierten no solo en rutinas sino también en vicios en
nuestra vida.
Pero bien sabemos que la solución no
pasa por cerrar los ojos, sino por afrontar la realidad, reconocer eso que nos
limita o que nos hace daño, para encontrar caminos luego de solución, de reparación
o de encuentro con una vida renovada. No es la actitud pasiva, de esperar a ver
si por si mismo se solucionan las cosas la que nos puede ayudar sino una
actitud positiva de caminar y de dar pasos hacia delante buscando camino y solución.
Creo que es el estilo de esperanza
activa que hemos de vivir en este tiempo de Adviento. No podemos simplemente
dejar pasar el tiempo. No es decir, viene la navidad y ya vivimos en esos
momentos la alegría de la fiesta o nos llenaremos de nostalgias y tristezas
como les sucede a muchos. Es otra la manera de celebrar el nacimiento del
Señor, pero haciendo de verdad que el Señor venga a nuestra vida con su
salvación. Claro que necesitamos reconocer que estamos necesitados de esa
salvación. Y para ello tenemos que mirarnos frente a frente a nosotros mismos
para reconocer cómo somos, qué es lo que hay en nuestra vida que necesita la
renovación de esa salvación que nos trae el Señor.
Hoy vemos a dos ciegos en búsqueda de
Jesús. Le siguen aunque pueda parecer que Jesús no los escucha, insisten y
llegan incluso a las puertas de la casa donde está Jesús. Reconocen su ceguera
y esperan la compasión y el amor del Señor. Seguramente se habrán valido
incluso de alguien que les lleve y les conduzca hasta Jesús porque en su
ceguera les sería difícil seguir el camino. Pero allí están.
¿Puede Jesús curarles? ¿Puede el Señor
renovar de verdad nuestra vida tan llena de limitaciones, de errores, de
pecados? Ahí tiene que estar nuestra fe que nos da seguridad. Ahí tiene que
estar nuestra fe para dejarnos curar por Jesús. Porque algunas veces no nos
dejamos curar, preferimos quizá seguir cómo estamos o sean otros los remedios
que se nos ofrezcan. Pero dejar que el Señor llegue a nuestra vida tiene que
ser algo radical, en una disponibilidad total para recibir y aceptar la gracia
que el Señor nos ofrece y comenzar luego a vivir con un sentido nuevo, con una
vida nueva. Que no queramos seguir como antes, como tantas veces hacemos.
¡Pues claro! El Señor es el Señor de los valientes. Estamos llamados a serlos. Confianza en que Él nos ayudará para que sigamos firmes hacia adelante en el camino que nos traza Jesús. Sí. ¡Que nos levantemos, que no lloremos más! Que andemos. Que no pequemos más. Que vayamos anunciando el Reino de Dios. Ciertamente a veces nos decimos: ahh podré? y cómo haré? Qué lindo que es el Evangelio porque nos va dando ejemplos para ir resolviendo estas cuestiones. Qué interesante el profundo deseo de ser sanado. Ahora que vamos viendo, ¿qué vemos? ¿qué hacemos con lo que vemos? Qué lindo poder ir ayudando a otros seres a ir abriendo los ojos.
ResponderEliminarCaballero, le mando un ramillete de flores de alegría, sí sí, puede usted repartir muchas de ellas con quienes se vaya encontrando. Saludos cordiales.