Es
necesario que sepamos interiorizar para encontrar las verdaderas señales del
Reino de Dios y podamos luego llevarlas al mundo que tanto lo necesita
Filemón 7-20; Salmo 145; Lucas 17, 20-25
En la vida muchas veces nos vamos
creando expectativas que no siempre son reales; son nuestros sueños o nuestra
imaginación, muchas veces, cómo nos gustaría que fueran las cosas o lo que
tendría que suceder, pero muchas veces no son realistas. Es bueno soñar, es
bueno desear cosas mejores que las que tenemos y muchas veces esos sueños nos
hacen caminar, nos hacen esforzarnos, nos hacen buscar; no es tan malo soñar,
pero sabiendo diferenciar lo que es un sueño de lo que en verdad podemos
conseguir, estamos capacitados para conseguir. Así hacemos camino, así
avanzamos, así buscamos nuevas metas que queremos cada vez más altas, así en
cierto modo nos vamos programando la vida.
Pero bien sabemos que tenemos que
cuidar que no nos confundan; puede haber alguien que quiera aprovecharse de
nuestra ilusión y nos traza planes, pero
que no son los nuestros, ni están adaptados a nuestras condiciones, que son las
metas que de verdad tenemos en la vida, los principios por los que nos guiamos,
y que no podemos dejar que se tergiversen, que se aprovechen de nosotros quizás
desde otros intereses que no tienen que ver nada con nuestra vida. Por eso
hemos de tener cuidado con las invitaciones o llamadas que nos puedan llegar de
aquí o de allá y que no sabemos por qué vienen a nosotros. Otra cosa, claro, es
que seamos capaces de dejarnos sorprender por Dios. Es aquí donde tenemos que
discernir, sopesar las cosas, descubrir de verdad lo que Dios quiere de
nosotros.
¿Sabremos nosotros discernir los signos
que Dios va poniendo en nuestro camino de su presencia y de su amor y de la
respuesta que nosotros hemos de dar? Atentos tenemos que estar; atentos para no
dejarnos ni engañar ni confundir. De eso nos quiere hoy prevenir Jesús en el
evangelio.
Por allá andan preguntándole sobre la
inminencia de la llegada del Reino de Dios. Tenemos, es cierto, que
entenderlos. Se habían creado también unas expectativas de lo que iba a ser y a
hacer el Mesías. Confiaban en la inminencia de la llegada del Mesías, pero
pensaban más en un Mesías caudillo, en un Mesías guerrero. La situación que
vivían como pueblo que se pedía sometido a poderes extranjeros, por una parte,
la situación de pobreza en que vivía el pueblo y la desorientación de sus
vidas, les hacía soñar también.
Y Jesús había anunciado la llegada del
Reino de Dios. Se habían hecho una idea, era el tiempo de la liberación de
Israel, de unos tiempos nuevos de libertad, y poco menos que se veían como
aquellos antepasados suyos que habían atravesado un desierto para llegar a una
tierra prometida. ¿Serían ahora los tiempos de una nueva tierra prometida?
Jesús les hablaba y se los decía
claramente que el Reino de Dios no era como los reinos de este mundo. Cuando
incluso los apóstoles soñaban con poderes en ese Reino de Dios, Jesús les decía
que entre ellos no podía ser como en los reyes del mundo. Otro era el sentido,
otra era la manera de servir a ese nuevo pueblo de Dios. Pero les costaba
entender, incluso a los discípulos más cercanos y que estaban siempre con
Jesús, que seguían buscando puestos a la derecha y a la izquierda.
Por eso les dice que tengan cuidado con
los tiempos de confusión que pueden venir, de si tienen que buscarlo aquí o
allá. Jesús les están diciendo que se miren al interior, que el Reino de Dios
tenemos que sentirlo en el interior de nosotros mismos. Había pedido
conversión, cambio profundo desde el interior con nuevas actitudes, con nuevas
manera de ser y de vivir, con nuevas manera de actuar. Y les costaba entender.
Como nos sigue costando a nosotros hoy que también nos hacemos algunas veces
una iglesia a la manera de los reinos de este mundo. Y a la gente le cuesta
entender.
Es necesario que vayamos a lo más hondo
de nosotros, que sepamos interiorizar, que sepamos buscar en el corazón esas
señales del Reino de Dios que luego tendremos que manifestar en lo que hacemos,
en nuestro trabajo o en el compromiso con los demás. No se trata solamente de
hacer cosas como no se trata de contentarnos con celebraciones bonitas.
Tenemos que abrir nuestro interior a
Dios y entonces lo encontraremos y lo podremos llevar también a los demás.
Seremos en verdad misioneros que llevemos el mensaje del evangelio al mundo que
nos rodea cuando en lo más hondo de nosotros mismos nos hayamos encontrado con
Dios y desde nuestro interior saboreemos el verdadero sentido del Reino de
Dios. Sin esa vivencia interior y profunda nada seremos ni nada podremos
ofrecer con sentido al mundo que esta necesitando de esa luz.
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