Nos
hace falta más humildad para reconocer cual es en verdad nuestra personal
realidad, para que así aprendamos a ser comprensivos también con los demás
Tito 1,1-9; Salmo 23; Lucas 17,1-6
Algunas veces se pone uno a pensar y no
termina de ver por donde van los derroteros de nuestra sociedad. Es muy fácil
decir que queremos una sociedad nueva; todos de una manera o de otra lo dicen
sea cual sea la ideología o la manera de pensar que tengan; parece que nadie
está de acuerdo con las cosas como marchaban antes, salvo los nostálgicos, y
queremos hacer reformas por todas partes porque decimos que queremos una
sociedad mejor.
Pero ¿sobre qué bases o fundamentos
queremos construir esa sociedad? Por todas partes no vemos sino revanchas,
palabras agrias porque no se sabe hacer un debate si no buscamos
descalificaciones y enseguida salen a relucir los insultos, despertamos odios y
enfrentamientos que habíamos dejado ya por zanjados y volvemos a desenterrar
viejos enfrentamientos y divisiones; como alguien tenga un tropiezo, ya estamos
todos haciendo leña del árbol caído, tapamos lo que nos conviene o lo de lo que
está más cerca de nosotros buscando mil justificaciones, pero como podamos
enterramos vivo al que haya tenido un tropiezo.
Escándalos del tipo que sea, errores en
la realización de las cosas, cosas mal hechas o que han rayado con cosas
injustas, las ha habido en todos los tiempos, pero parece que ahora yo no somos
capaces de enmendar errores, no se da posibilidad a que haya una rehabilitación
de las personas, y por supuesto lo del perdón parece que está bien lejos del
pensamiento y del actuar. ¿Y de esa manera haremos que las cosas vayan mejor?
¿A dónde vamos a llegar?
Esto lo palpa uno en la vida de la
sociedad en la que estamos, donde parece a veces que falta una madurez humana y
unos valores que de verdad construyan a la persona. Y de esto todos podemos
contagiarnos, porque ya no es solo a los niveles que podríamos llamar altos de
la sociedad, sino que esto es lo que luego palpamos en las relaciones más a pie
de calle de unos y otros, entre vecinos, entre familias, y cuidado que los
cristianos y en el ámbito de la iglesia nos contagiemos de esa manera de
actuar.
Me surge toda esta reflexión desde el
evangelio que hoy se nos propone. Nos habla Jesús de los escándalos, y de
alguna manera nos dice que son inevitables (teniendo en cuenta claro nuestra
propia debilidad que fácilmente nos hace tropezar tantas veces y en tantas
cosas) y ya nos dice que ay del que provoca el escándalo, pero también nos dice
que tengamos cuidado. Tengamos cuidado ¿por qué? Porque, es cierto, nos podemos
contagiar de la manera de reaccionar y de actuar del mundo que nos rodea. Pero
Jesús a continuación nos ofrece todo un proceso, podríamos decir.
Nos habla Jesús de cómo tenemos que ser
comprensivos los unos con los otros, porque todos podemos de la misma manera
cometer errores - ¿No nos dirá en otro momento que el que esté sin pecado que
tire la primera piedra?, y muchos buscarán cómo justificarse para tirar esa
piedra – pero nos dice además como tenemos que corregirnos los unos a los
otros, cómo tenemos que buscar la manera de ayudarnos; y la comprensión exige
paciencia, y humildad, y mucho cariño y amor; la corrección nos lleva a
perseverar en esas palabras buenas que queremos decir para convencer y para
animar; y la corrección nos llevará al perdón, para que la persona se sienta en
verdad rehabilitada y considerada de nuevo para volver a comenzar. ¿Seremos capaces de hacer todo eso?
Muchas veces nos tomamos las palabras
de Jesús allí por donde mejor nos conviene, pero no terminamos de escuchar todo
lo que Jesús nos dice. Entiende Jesús que las personas tienen que realizar un
proceso, y somos humanos, y no siempre es fácil. Pero no sabemos acompañar al
que yerra y se quiere levantar; no sabemos valorar los esfuerzos que hace y que
tanto le cuestan para tropezar quizás una y otra vez. ¿Es que nosotros somos
tan perfectos y tenemos tanta fuerza para que a la primera cambiemos del todo y
nos podamos presentar de nuevo como santos? Nos hace falta más humildad para
reconocer cual es en verdad nuestra personal realidad, para que así aprendamos
a ser comprensivos también con los demás.
Si entre nosotros no somos capaces de
realizarlo, ¿como seremos capaces de verdad de contribuir a que la sociedad sea
mejor y destierre de una vez por todas esas revanchas y esos odios renacidos
que estamos viendo continuamente?
Los discípulos a todo esto que les
planteaba Jesús terminaron pidiéndole que les aumentara la fe. Les parecía, es
cierto, algo muy difícil. Pero Jesús nos habla del poder de la fe, de lo que
podemos hacer si en verdad ponemos toda nuestra fe y toda nuestra confianza en
Dios, de la fortaleza que nos va a acompañar. ‘Si tuvierais fe como un granito
de mostaza…’ nos dice.
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