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martes, 12 de noviembre de 2024

Seamos capaces de actuar desde la gratuidad, en la satisfacción que sentimos por nuestra responsabilidad y en la humanidad que vamos a poner en nuestras relaciones

 


Seamos capaces de actuar desde la gratuidad, en la satisfacción que sentimos por nuestra responsabilidad y en la humanidad que vamos a poner en nuestras relaciones

Tito 2, 1-8. 11-14; Salmo 36; Lucas 17, 7-10

¿Queremos tener fruto de todo lo que hacemos? Parece normal, vivimos en una sociedad de intercambio, yo sé hacer una cosa, tu sabes hacer otra, con lo que yo hago contribuyo a lo que tú puedes tener, y con lo que tú realizas puede servirme a mí; nacen así unas relaciones, llamémoslas comerciales, en donde por lo que yo hago recibo un beneficio, salario lo llamamos y no vamos ahora a entrar en el origen de la palabra, para que yo pueda vivir y pueda adquirir aquellas cosas que no tengo pero que otros han realizado. Son las relaciones, decíamos de intercambio o comerciales, que mantenemos los unos y los otros con lo que vamos realizando y construyendo nuestra sociedad.

¿Pero todo lo podemos o tenemos que fundamentar en ese tipo de relaciones, donde entran los beneficios y las ganancias? Muchos se preguntan cuando le piden un servicio, que realice algo que es capaz de hacer, ¿cuánto voy a ganar yo por esto? Pero creo que nuestra mirada tiene que ir mucho más allá de todos estos intereses cuando nos sentimos responsables de la vida y del mundo en el que vivimos.

No solo tenemos que mirar por nosotros mismos y esos beneficios gananciales por llamarlos de alguna manera que vamos a obtener, sino que tendríamos que ir pensando en el bien que hacemos, los beneficios que ya no tenemos que medirlos en ese plano material y económico sino en lo que me puede enriquecer humanamente a mi, pero también en el grado de humanidad que yo voy a ir poniendo en las relaciones entre unos y otros. Eso cuesta algunas veces.

Es necesario tener otra altura de mirada, o si queremos decirlo de otra manera, otra mirada más alta, con una nueva perspectiva. Cuando nos ponemos en un plano muy horizontal algunas veces nos tapamos los unos a los otros, o se nos ponen como espejos delante de nosotros aquellas cosas que vamos haciendo y no somos capaces de mirar más allá, será como una cortina que se nos interpone; por eso decíamos que tenemos que tener otra perspectiva, tener una mirada, por ejemplo, más alta, mirar desde otra altura, y ya no se nos interpondrán por medio tantas cosas, y ya podemos ver todo en su conjunto. Desde lo alto de la montaña podemos ver mejor la amplitud del valle, con todas sus variaciones, con todos sus colores, con toda su variada riqueza, podríamos decir.

Creo que esta reflexión que me vengo haciendo nos puede ayudar a encontrar un sentido más genuino y más profundo incluso de la vida; creo que nos puede ayudar también a entender el mensaje que hoy Jesús nos quiere trasmitir desde el evangelio. Habla de aquel que tiene que hacer su trabajo desde su responsabilidad, desde ese sentido que tiene su vida, y por lo que no tenemos que estar buscando agradecimientos ni homenajes.

Es la responsabilidad de su vida, son los valores que hay en él con sus cualidades y capacidades, con su saber hacer y con toda la riqueza que lleva en su interior y que va a reflejar en aquello que realiza. Por sí mismo en lo que está haciendo tiene que sentir su satisfacción interior, pero no lo hará buscando esa ganancia de unas alabanzas, sino que se sentirá enriquecido en sí mismo por haberlo realizado.

Nos dirá Jesús en una frase a la que queremos darle muchas interpretaciones, pero que hemos de tomárnosla incluso con toda la crudeza de sus propias palabras. ‘Siervos inútiles somos y no hemos hecho otra cosa que lo que teníamos que hacer’. Eso, lo que teníamos que hacer, y en esa responsabilidad con que vivimos, ya nos sentimos enriquecidos, ya sentimos el gozo del corazón. No siempre lo que hacemos tiene que ser buscando esas ganancias materiales.

Creo que tenemos que aprender mucho de la gratuidad, y para eso nos fijamos también en la gratuidad del amor que el Señor nos tiene. Como nos llegará a decir san Juan, no es que nosotros hayamos amado a Dios y por eso Dios nos ama, sino que Dios nos amó primero, incluso cuando nosotros no lo merecíamos a causa de nuestro pecado. Jesús es el que muere no por un justo, sino por nosotros aun siendo pecadores.


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