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sábado, 27 de julio de 2024

No podemos esperar a que alguien haga algo sino que tenemos que comenzar por poner a disposición los cinco panes de nuestra pobreza

 





No podemos esperar a que alguien haga algo sino que tenemos que comenzar por poner a disposición los cinco panes de nuestra pobreza

2Reyes 4, 42-44; Sal. 144; Efesios 4, 1-6; Juan 6, 1-15

¡Que alguien haga algo! ¿No suele ser esa la reacción primera cuando sucede algo como un accidente, o cuando contemplamos una situación alarmante en la que pensamos que realmente habría que hacer algo? Que hay guerras y violencias, que los poderosos hagan algo; que hay situaciones extremas de pobreza y de miseria, que vendan todos esos tesoros y con eso podemos darle de comer a toda esa gente; que sentimos que nos llegan los inmigrantes ilegales y ya no sabemos que hacer, que pongan remedio, que los políticos se mojen, que haya barreras que impidan esa invasión que nos está llegando… y podríamos pensar en mil situaciones más. ¿Cuál es el remedio? ¡Que alguien haga algo! Siempre estamos esperando que sean otros los que comiencen a hacer algo. ¿Nos podemos quedar en eso?

Somos muy buenos para tirar los balones fuera, como se suele decir, pero apuntar a ver qué es lo que yo puedo o tengo que hacer, eso es algo que nos cuesta más pensar. ¿Estaremos definiéndonos así sobre el sentido y el valor que le damos a la vida, a nuestra vida y a la implicación que nosotros tenemos o tendríamos que tener? Cuando nosotros pasamos por situaciones así, en ese accidente, esa violencia, en esas miserias, ¿con qué nos contentamos? ¿Simplemente nos resignamos? Algunas veces destacamos por la mucha pasividad que hay en nuestras vidas; qué difícil se nos pone el salir de esa pasividad.

Escuchamos hoy una página muy hermosa del evangelio que está muy llena de mil detalles que nos tendrían que hacer pensar. No la podemos leer de corrido, dando por sentado que ya la conocemos y nos la sabemos. Es evangelio hoy para nosotros, luego es noticia de salvación y de vida hoy para nosotros y como tal tenemos que escucharla, de lo contrario estaríamos destrozando el evangelio, cuando le hacemos perder esa novedad, esa buena noticia que tiene hoy para nosotros.

Jesús se ha puesto en camino con los discípulos, en este caso haciendo una travesía, para ir más allá, para ir al otro lado. Allí se van a encontrar con algo distinto e inesperado; tenemos que salir también, ponernos en camino, saber ir al otro lado… pero entonces nos dice el evangelista que Jesús subió a la montaña. Ir al otro lado y hacer una ascensión a un lugar más alto, nos dará una nueva perspectiva; sabemos bien que una mirada desde la altura nos hace situar las cosas y los lugares con más precisión y de distinta manera. ¿Tendrá ya esto algún significado para nosotros? ¿No estaremos quedándonos siempre en el mismo sitio y con la misma perspectiva y por eso no seremos capaces de ver algo nuevo?

¿Qué se encuentra Jesús? Una multitud hambrienta; siempre decimos la gente tenía ganas de escuchar a Jesús, es cierto, pero es algo más. Allí estaba aquella gente con sus necesidades, con sus problemas, con sus dificultades para la vida y también estarían esperando una respuesta. Pero además aquella multitud tenía hambre, habían caminado mucho para llegar a donde encontrarse con Jesús y las provisiones parece que habían sido pocas.

‘¿Con qué compraremos panes para que coman estos?’ Es la pregunta que, como decíamos antes, nos hacemos también ante las necesidades, los problemas, todo eso que vemos en la vida. ¿Serán otros los que tienen que resolverlo? Y cuando los discípulos se hacen sus cálculos de cuanto necesitaría para alimentar a toda aquella gente, además si hubiera un sitio donde conseguirlo que allí en el desierto no lo tenían, es cuando Jesús les dice que le den ellos de comer. No hay que ir a busca a ningún sitio, sino que ellos tenían que darle de comer. ¿Nos dice algo?

Mientras Felipe se entretiene haciéndose sus cálculos, Andrés viene diciendo que por allí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces. ‘¿Pero qué es eso para tantos?’ Como con lo que tenemos no podemos alcanzar, ¿nos lo guardamos? ¿Nos quedamos con los brazos cruzados? ¿No le damos importancia ni valor a lo que son las cosas pequeñas? ¿Vamos a despreciar la oferta de aquel muchacho porque eso no da para todo lo que se necesita?

Ya vemos que el actuar de Jesús no va por esos caminos. Aquellos cinco panes de cebada, los panes de los pobres, sí van a ser aceptados. Por eso Jesús pedirá que la gente se siente en el suelo y ya conocemos todo lo que sucedió a continuación. Comieron todos hasta saciarse y al final hasta sobró. ‘Recoged los pedazos que han sobrado para que nada se pierda’, les dice Jesús.

¿Cuándo vamos a pensar en ser ese muchacho de los panes de los pobres? Es que yo no valgo, es que yo no tengo, es que lo necesito para mí, es que… y cuantas disculpas nos vamos poniendo, porque no nos hemos puesto en camino, porque no hemos ido más allá, porque no hemos subido a la altura, porque seguimos con nuestras rastreras perspectivas. Y seguimos viniendo a la Iglesia, y seguimos de la misma manera; y celebramos la Eucaristía pero se nos queda en un rito que no nos impulsa a algo más; y seguimos diciendo que venimos a comulgar en la Misa, pero no comulgamos con los hermanos; y nos damos la paz ritualmente en la celebración, pero luego no buscamos la manera de llevarnos bien con el vecino o con el pariente con quien no nos hablamos…

Cuánto nos cuesta arrancar, cuánto nos cuesta arrancarnos de nosotros mismos, cuánto nos cuesta hacer Eucaristía de nuestra vida. Seguiremos en los próximos domingos que vienen a ser continuación de este signo de hoy de la multiplicación de los panes.

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