Diferente
es el terreno donde cae la semilla porque así lo quiere el Señor con la
esperanza de que un día demos fruto
Jeremías 1,1.4-10; Salmo 70; Mateo 13,1-9
Comenzaré por decir que cada uno somos
una clase de terreno distinta donde hacer la siembra; no se trata de que seamos
más buenos o más malos; es la característica de lo somos, diferentes, con
nuestros valores personales, con nuestros sueños y aspiraciones, con nuestras
flaquezas y debilidades que nos hacen tropezar, con nuestros problemas contra
los que tenemos que luchar, con nuestras rutinas y costumbres, con nuestra
historia personal llena de aciertos y de fracasos, de penas y de alegrías, de
frustraciones y de esperanzas, de la gente que nos rodea cada día y de aquellos
que al relacionarse con nosotros van dejando su impronta y su influencia. Y por
esa tierra pasará el sembrador echando a voleo la semilla. Porque el sembrador
sabiendo incluso que la semilla puede encontrar diferentes respuestas, ahí, en
nosotros, quiere sembrarla.
Es la parábola que hoy nos ofrece el
evangelio. Muchas veces, no sé si excesivamente, cargamos en lo negativo de
esas diferentes tierras resaltando mucho la dificultad de que esa semilla
enraíce o no en esa tierra para que un día pueda dar fruto. Yo quiero pensar
que Dios que conoce bien de qué tierra estamos hechos cada uno de nosotros,
sigue confiando y en esos diferentes terrenos sigue desparramando su semilla.
¿Diferentes las cosechas? Veremos que incluso en la tierra buena, que es más
factible que produzca buenos frutos, lo recogido tiene cantidades diferentes
porque una tierra dio el ciento por uno, pero otras buenas tierras solo dieron
el sesenta o el treinta.
Y por aquí quisiera yo coger el meollo
de la parábola que nos ofrece hoy Jesús en el evangelio. Muchas veces la hemos
meditado y rumiado en el corazón; siempre está ahí esa riqueza nueva que nos
ofrece cada día la Palabra de Dios. No nos la podemos dar por sabida, porque
entonces no sería evangelio para nosotros. Es evangelio porque es noticia y
noticia buena que ahora, hoy, en este momento estamos recibiendo de parte de
Dios. Si le quitamos eso, le quitamos todo su sentido, y se quedaría en una
palabra bonita, en un bonito ejemplo, en una página ejemplar, en la belleza de
sus palabras y poesía. Pero nosotros buscamos algo más.
Insisto en lo que hemos venido
considerando de los diferentes terrenos que somos cada uno de los que lo
escuchamos. Ni más malos ni más buenos, sino con nuestra realidad- Y en el
terreno de esa realidad se siembra la Palabra de Dios. Cada uno tenemos
nuestras piedras o nuestros abrojos, cada uno mostraremos en un momento
determinado la dureza de nuestro corazón y la sequedad del terreno – no siempre
nos encontramos en el mismo grado de fervor – y nos mostraremos también con
esos aspectos buenos, esos buenos momentos de mayor fervor o de mayor apertura
del corazón. Y eso lo conoce el sembrador, eso lo conoce Dios y a nosotros en
esa realidad quiere llegar con su semilla.
Con humildad tenemos que reconocer
nuestra situación, que además no siempre es la misma; no podemos catalogarnos
con eso de que siempre soy así, porque no siempre soy de la misma manera; las
circunstancias que vivimos en cada momento nos marcan nuestros estados de ánimo
y nuestras respuestas. Empezar por esa humildad de reconocernos en nuestra
realidad es el primer paso para labrar ese terreno; si nos falta esa humildad
entonces sí que se volverá más endurecido e infecundo.
Abramos, sí, ese nuestro corazón
herido, marcado por muchas cicatrices que la vida ha ido dejando en él, muchas
veces encallecido o con la costra de nuestras rutinas o nuestra tibieza, muchas
veces también frío e insensible porque nos parece que ya lo que queremos es
pasar de todo, y dejemos que esa semilla comience a germinar en él y vaya
echando raíces con la esperanza de que brote firme la nueva planta que un día
produzca sus frutos. Es el Señor que quiere enraizarse en nuestro corazón tal
como es o tal como está. El Señor puede realizar maravillas en nosotros.
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