Encontremos
ese momento para estar con Jesús, escucharle en nuestro corazón, disfrutar de
su presencia, sentirnos renovados en el espíritu porque El está con nosotros
Jeremías 23, 1-6; Sal. 22; Efesios 2, 13-18;
Marcos 6, 30-34
‘Mira, estás estresado, estas viviendo
una tensión muy fuerte, mejor te vas unos días a descansar y luego hablamos’,
quizás hemos dicho alguna vez a alguien que venía con sus agobios y problemas,
no sabíamos por donde hacer algo por él, y pensamos que lo mejor es que tuviera
ese tiempo de descanso para que él mismo se aclarara y luego poder hablar para
encontrar soluciones. Es lo que le dice el padre al hijo que está viviendo un
momento malo y no hay por donde hablar, y le dice ‘vete, duerme esta noche, y
mañana estarás más tranquilo y podemos hablar’. Muchos ejemplos de situaciones así
podíamos seguir poniendo en las relaciones de la pareja y del matrimonio, en
los problemas de los amigos, en la tensión del trabajo cuando las cosas no
salen y parece que todo puede ir al fracaso.
¿Es esa la solución y los protocolos
técnicos que podamos tener para esos casos? Nos hablarán los sicólogos, nos
hablaran los asistentes sociales, los consejeros matrimoniales, los asesores en
recursos humanos… para todo tenemos protocolos y respuestas, que en esta reflexión
no entro a valorar.
Solo quiero fijarme en este pasaje del
evangelio que este domingo se nos propone. Jesús había enviado a los discípulos
a hacer el anuncio del Reino e incluso les había dado autoridad, como en otros
momentos hemos reflexionado, para curar enfermos y para expulsar demonios. Es
el regreso de la misión que Jesús les había encomendado, vienen contentos por
lo que han realizado en nombre de Jesús, pero sabe El que después de aquella
actividad necesitan un descanso. Además eran tantos los que iban y venían que
nos les daban tiempo ni para comer. ‘Vamos a un sitio aparte, a un lugar
desierto, para descansar’.
¿Tú, duerme y descansa ahora que luego
hablamos? No es eso lo que quiere Jesus. ‘Vamos’, dice, porque El va con
ellos; vamos a un lugar apartado, pero será un lugar, al menos es lo que
pretende, donde podamos estar juntos, donde podamos disfrutar de nuestro
descansa, donde podamos tener tiempo de compartir. Vamos, que yo estaré con
nosotros.
Podíamos recordar otro pasaje del evangelio
donde Jesus invita a los que están cansados y agobiados a ir con El, porque en
El encontrarán su descanso, a ir con El, porque de su mansedumbre han de
aprender para mantener la paz en el corazón, porque en El nos vamos a sentir
fuertes frente a todos los embates, frente a todos los agobios y carreras,
frente a todas las luchas que habremos de mantener, porque no es que no nos
dejen ni comer, es que no nos dará cuartel ni descanso ese mundo que tenemos
enfrente y del que no nos podemos desentender.
No es el descanso solo de meternos
dentro de nosotros mismos y quizás querer olvidarnos de todo, es el descanso de
estar con Jesus porque en El encontraremos la fuerza que necesitamos,
recargamos nuestras pilar como decimos tantas veces; pero no es algo externo
que venga a nosotros sino que será Dios mismo el que estará dentro de nosotros;
es inundarnos de Dios, dejarnos empapar de Dios y de su Palabra, dejarnos
conducir por Dios porque su espíritu estará con nosotros inspirando y haciendo
nueva nuestra vida. El es nuestra paz, como nos decía san Pablo. El es el
Pastor que en verdes praderas nos hace recostar y repara nuestras fuerzas, como
decíamos en el Salmo.
No es aislarnos para nadie nos moleste,
mientras resolvemos nuestras cosas, sino abrir nuestro espíritu de manera
distinta para que sea el espíritu de Dios el que inhabite en nosotros; no es
aislarnos para olvidarnos de ese mundo que nos rodea con sus problemas y con
sus aspiraciones, sino aprender a tener una mirada distinta para conocerlo
mejor y para también para mejor darle una respuesta. Solo lo podremos haces
desde Dios, solo lo podremos hacer si aprendemos a hacerlo con la mirada de
Dios.
En aquella travesía que hicieron
entonces los discípulos con Jesus para encontrar aquel lugar apartado y de
silencio no tuvieron tiempo de muchas cosas, porque al llegar a aquel sitio se
encontraron que ese mundo estaba esperándolos. Y Jesús no se desentiende, se
puso a enseñarles y a curar a sus enfermos; y los discípulos tuvieron ya con la
fuerza de lo que habían estado con Jesús que comenzar a realizar también su
tarea. Ya escucharemos en próximos domingos la continuación de este relato del
evangelio.
Quedémonos aquí, o mejor, vayamos con
Jesús, porque El quiere que estemos con El. Encontremos, sí, ese momento para
estar con Jesus, para escucharle en nuestro corazón, para disfrutar de su
presencia, para sentirnos renovados en el espíritu porque sabemos que El está
con nosotros.
Que el domingo, día del Señor, día para
ir y estar con el Señor de manera especial como El nos llama, sepamos
aprovecharlo; no lo convirtamos en un cumplimiento que despachamos en unos
minutos; mucho más tendría que ser nuestro encuentro con el Señor y su Palabra
en la Eucaristía dominical, el prepara para nosotros una mesa, nos unge con
perfume y nos ofrece una copa que rebosa. ¿Sabremos disfrutar de ese banquete
del Señor que nos ofrece el Señor? Es mucho más que los protocolos de la vida
nos puedan ofrecer.
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