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lunes, 29 de julio de 2024

En el amor de Dios desaparecen los signos de muerte, en el amor de Dios porque creemos en El tendremos vida para siempre, nos sentimos inundados de amor

 





En el amor de Dios desaparecen los signos de muerte, en el amor de Dios porque creemos en El tendremos vida para siempre, nos sentimos inundados de amor

1 Juan 4,7-16; Salmo 33; Juan 11,19-27

Allí donde hay amor hay vida, las sombras de la muerte no pueden perturbar el resplandor de la vida; donde hay amor estaremos siempre abocados a la resurrección aunque medien por medio – valga la redundancia – signos de muerte. Donde hay amor verdadero nos llenamos de Dios y con Dios siempre habrá vida en nosotros, porque Dios es amor y nos regala su vida; será el amor el que sane las heridas de muerte en que nos vayamos metiendo en nuestra existencia, es la medicina que nos sana y que nos llena de vida.

Es hermoso lo que estamos considerando a la luz de la Palabra de Dios que hoy se nos ofrece, pero es triste al mismo tiempo que no seamos capaces de vivirlo, porque muchas veces buscamos esas sombras, porque muchas veces en nuestro vivir damos demasiadas señales de muerte cuando nos olvidamos del amor. Qué distinto sería si lo llegáramos a comprender, pero no solo a meterlo intelectualmente en nuestra cabeza sino hacer que esos sean los latidos de nuestro corazón.

De ese amor nos habla la carta de san Juan en la primera lectura, pero en esas señales de muerte nos hace pensar el texto del evangelio que hoy se nos ofrece. Hoy estamos celebrando la fiesta de unos amigos de Jesús, los hermanos de aquel hogar de Betania donde tantas veces vino Jesús a descansar, Lázaro, Marta y María, aunque la liturgia hace hoy especial hincapié en Marta. Eran los amigos de Jesús, donde tan a gusto se sentía cuando se detenía a su paso por aquel hogar de Betania, o donde tantas veces le sirvió como de refugio y descanso cuando subía a la cercana Jerusalén. Por distintos caminos hemos recordado muchas veces esa estancia en el hogar de Betania o incluso más tarde el banquete que le ofrecerán que en cierto modo es como un anticipo de la pascua ya cercana.

Lázaro está enfermo y el aviso que le envían a Jesús que se había retirado más allá de Jordán a causa de los acontecimientos que se avecinaban es decirle ‘tu amigo está enfermo’. No es de muerte, les dirá Jesús a los discípulos, sino como un sueño, como diría un día también en referencia a la niña de Jairo, ‘no está muerta, sino dormida’. Los discípulos que no comprenden dirán sin embargo en buena sintonía que si no es sino un sueño, ya despertará. No olvidemos en nuestra consideración y seguimiento del episodio lo que hemos venido diciendo del amor, y allí había amor, porque eran los amigos de Jesús.

Cuando finalmente llega Jesús a Betania Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Por medio están las cariñosas quejas y reproches de ambas hermanas, primero Marta y luego  María cuando también salió al encuentro de Jesús, ‘si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano’.

‘Tu hermano resucitará’, responde Jesús que había dicho que aquella enfermedad no era de muerte. Pero no se trata de la resurrección del final de los tiempos como viene a responderle Marta, sino que Jesús nos habla de quien cree en El tendrá vida para siempre. Creer en Jesús es algo más que decir ‘yo creo’. Creer en Jesús es ponerse en su onda de vida, creer en Jesús es entrar en lo que es la voluntad del Señor, creer en Jesús es dejarnos inundar de Dios, porque ya nos dirá que en quien cumple su Palabra el Padre y El vendrán y harán morada en su corazón. Y quien se deja inhabitar de Dios está lleno de vida, está inundado por el amor.

No es solo el amor con el que yo puedo y debo responder, sino en el amor que parte de Dios. El amor de Dios es primero. El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó y se entregó por nosotros, nos ha dicho san Juan en su carta. ¿Cómo puede haber muerte en nosotros? Creemos en El y tenemos vida para siempre, creemos en El y tienen que desaparecer de nuestra vida todos los signos de muerte. En el amor de Dios encontramos el perdón, la gracia, la vida divina. En el amor de Dios nos dejamos inundar de amor y eso es lo que tenemos que vivir. ‘Por eso todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios’ y tendremos vida para siempre.

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