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viernes, 2 de agosto de 2024

Nos acostumbramos a las mismas veredas y no tenemos ánimo para descubrir los nuevos caminos que el Espíritu va abriendo ante nosotros con la novedad del evangelio

 


Nos acostumbramos a las mismas veredas y no tenemos ánimo para descubrir los nuevos caminos que el Espíritu va abriendo ante nosotros con la novedad del evangelio

Jeremías 26, 1-9; Salmo 68; Mateo 13, 54-58

‘¿De donde saca todo eso?’, lo habremos dicho también. Nos sentimos sorprendidos porque no pensábamos que aquella persona pudiera tener aquellos razonamientos. Quizás incluso le dimos la mano, como se suele decir, en sus comienzos animándolo a hacer cosas distintas, a emprender algo que parecían ser sus sueños, a que intentara al menos hacer algo aunque le pareciera que le salía mal, dándole confianza para que creyera en si mismo. Pero ahora nos sentimos sorprendidos, sus apuntes de reflexiones tienen una profundidad que no pensábamos que esa persona pudiera lograr.

Y claro por nuestra parte caben también varias reacciones, porque incluso nos encontramos divididos en nosotros mismos; y aunque le dimos el impulso, vemos que está llegando a donde no imaginábamos, y hasta se nos pueden meter unos celos ahí dentro de nosotros, porque esa persona logras cosas que no pensábamos que fuera capaz; ¿tendremos miedo que nos haga sombra? Cosas así se nos pueden meter en la cabeza y hay el peligro que nuestras reacciones no sean tan positivas; somos humanos.

Me hago esta reflexión partiendo de cosas que realmente así nos pueden suceder en la vida y contemplando la reacción de las gentes de Nazaret ante la presencia de Jesús en su sinagoga. Es cierto, lo habían visto de niño y de joven entre ellos. ¿Destacaría en aquel Jesús, el hijo del carpintero? No vamos a dejarnos llevar por las imaginaciones que nos encontramos en los evangelios apócrifos que tan poco valor histórico y teológico nos presentan, pero es cierto por otra parte que algo podrían haber descubierto en aquel niño, en aquel joven sus convecinos de Nazaret. Sin embargo era solamente el hijo de María, el joven carpintero de Nazaret.

Ahora les habrán llegado noticias de las andanzas de Jesús, por Cafarnaún, por los alrededores de Tiberíades, por los pueblos y aldeas de Galilea, que sabían que iba anunciando la llegada del Reino nuevo de Dios y su predicación iba acompañada de signos y milagros. ¿Qué esperan que haga en Nazaret? ¿Tendría que hacer algo especial allí, pues en fin de cuentas era su pueblo y por allí andaban sus parientes?

Admiración sienten, porque se preguntan que de donde ha sacado todo eso, pero sus dudas tienen por dentro que llena sus corazones de desconfianza. No terminaban de creérselo. ¿Qué era eso que Jesús anunciaba que por lo que podían intuir les tendría que hacer salir de sus rutinas y de su modorra? Es que Jesús hablaba de cambio, de conversión, mientras ellos estaban bien como estaban. Si aquel profeta no producía la revolución que ellos esperaban para verse liberados del yugo opresor de los romanos, nada les hacía que creyeran en El. Por eso marcan sus distancias, recordando que ellos sabían bien quien era, porque era solo el pobre hijo del pobre carpintero, que a nada de lo que eran sus aspiraciones había llegado. Sus caminos parecían divergentes.

¿Andaremos también por caminos de ese calibre donde en cierto modo mantenemos también nuestras distancias de la Palabra que escuchamos en el evangelio? ¿No querremos nosotros también permanecer en nuestras modorras, en nuestras rutinas, en nuestras viejas costumbres que parece que con ellas tan bien nos iba?

Cuando nos llega la Palabra que nos hace despertar porque la sentimos como un grito en el alma, también tratamos de calmar nuestros ánimos, porque nos decimos que no es para tanto, que tenemos que hacer nuestras interpretaciones, que tenemos que conjugar la novedad que ahora escuchamos con lo que hemos hecho siempre. Nos acostumbramos a las mismas veredas y no tenemos ánimo para descubrir los nuevos caminos que el Espíritu va abriendo delante de nosotros.

Nos cuesta arrancarnos, despertarnos, salir de lo mismo que siempre hacemos; parece que se acaban las iniciativas, que no terminamos de ver la novedad del evangelio, que nos encontramos en la disyuntiva del camino que hemos de tomar.

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