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sábado, 15 de junio de 2024

Aprendamos a confiar los unos con los otros; vayamos con la verdad por delante siempre; mostremos la sinceridad de nuestra vida, hagamos brillar la lealtad

 


Aprendamos a confiar los unos con los otros; vayamos con la verdad por delante siempre; mostremos la sinceridad de nuestra vida, hagamos brillar la lealtad

1 Reyes 19, 19-21; Salmo 15; Mateo 5, 33-37

¿Por qué nos costará tanto en el mundo en que vivimos creer en la palabra de los demás? Será quizás porque ya voy siendo mayor que recuerde aquellos tiempos en que no eran necesario ni papeles ni contratos para llegar a un acuerdo entre las personas incluso hasta en la compra de terrenos; bastaba la palabra dada, y como se solía decir entonces, aquella palabra iba a Misa. La garantía era la palabra, la honradez, la rectitud. Ahora demasiado vivimos en un mundo de desconfianzas; oímos tantas cosas que luego no se cumplen, escuchamos tantas promesas que no llegan a nada; se está creando un mundo de fantasía y de mentira, no hay sinceridad.

Es doloroso que tengamos que vivir así. Vivimos tras las apariencias, y porque sabemos que hay un velo de apariencia que todo lo tapa, desconfiamos. Necesitamos aprender a vivir en sinceridad y en rectitud. Quien obra rectamente actuará con sinceridad, no tiene nada que oculta, nada de lo que avergonzarse. Es cierto que podemos equivocarnos, cometemos errores, pero sin con sinceridad vamos por la vida, no tenemos que avergonzarnos sino aprender de esos errores reconociendo nuestra debilidad, nuestra posibilidad de errar, y creo que quien se presenta así con sinceridad delante de los demás, también con sus errores, será más apreciado y valorado.

Tenemos que saber apreciar la valentía de quien sabe levantarse, quien tiene valor para decir que se ha equivocado y pide disculpas, quien es capaz de recomenzar de nuevo para tratar de hacer las cosas bien; ahí está la verdadera rectitud, no en las apariencias, no en la ocultación.

Hoy Jesús en el evangelio nos está enseñando a actuar con esa rectitud y con esa sinceridad tan necesaria en la vida. ‘Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no’. Es la forma de actuar rectamente. Jesús sale al paso con esta enseñanza al tema de los juramentos. Jurar es poner una garantía, es poner a algo o alguien como testigo de la verdad de aquello que decimos o del compromiso serio y cierto de cumplir aquello a lo que nos comprometemos. El juramento, por así decirlo, más sublime es poner a Dios por testigo de la verdad que decimos o prometemos. Es algo serio, algo grandioso, pero con lo que no podemos jugar. Por eso nos dice Jesús que vaya por delante nuestro si o nuestro no, que no es suficiente más.

Por eso en nuestra ética más fundamental sabemos que no hemos de jurar sin necesidad. Y no hay necesidad si estamos acostumbrados, como se suele decir, a ir siempre con la verdad por delante, a hablar y actuar siempre con sinceridad, a actuar siempre con rectitud alejando de nosotros toda falsedad o toda apariencia, sea lo que sea lo que hagamos. Por eso a la persona que actúa siempre con rectitud no es necesario pedirle el juramento. Basta la palabra, que está avalada con la verdad de su vida.

Peor es cuando en el juramento no hay ni verdad ni sinceridad en nuestro compromiso. Pecado grande contra Dios es ponerle por testigo de algo que no es verdad, de algo falso, de algo en lo que no queremos actuar con sinceridad. Por eso en nuestra ética está como condición para un juramento necesario y auténtico el hacerlo con justicia, hacerlo con verdad.

Aprendamos a confiar los unos con los otros; vayamos con la verdad por delante siempre; mostremos la sinceridad de nuestra vida, aunque tenga también sus limitaciones; esa sinceridad será lo que nos hará grandes a pesar de nuestra pequeñez. Es la lealtad con que hemos de aparecer siempre en la vida. Nos ganaremos el respeto y la confianza, sabremos colaborar mejor los unos con los otros, estaremos haciendo un mundo mejor desde la verdad.


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