Dios
sigue preguntándonos ‘¿dónde estás?’ y saliéndonos a nuestro paso, hoy viene a
nuestro encuentro en esta festividad de la Inmaculada Concepción de María
Génesis 3, 9-15. 20; Salmo 97; Efesios 1,
3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38
‘¿Dónde estáis?’ Permítanme decirles que esto me recuerda aquellas
chiquilladas que de niños hacíamos, pero tras el momento del entusiasmo de
juego y de nuestras diabluras nos sentíamos pesarosos y renuentes a entrar a
casa, o si lo hacíamos poco menos que nos escondíamos en el último cuarto
temiendo el encuentro con nuestra madre. ¿Dónde estás?, era el grito con el que
nos llamaba y al que evitábamos responder; nacían las desconfianzas, las
culpabilidades y las culpabilizaciones, el miedo temeroso al castigo aunque al
final tuviéramos que afrontar las consecuencias.
Es lo que nos relata el libro del
Génesis en aquellas primeras páginas de la historia humana que pronto se llenan
de sombras. Tras la desobediencia viene el respeto, y aunque Dios viene al
encuentro del hombre, como dice tan bellamente, a la hora de la brisa de la
tarde, Adán y Eva se han metido en lo más profundo del jardín. ‘Me dio miedo y
me escondí’, fue su respuesta; se habían dado cuenta que aquello que le había
prometido el tentador se quedaba en un vacío, se dieron cuenta de que estaban
desnudos y les entró la vergüenza ciñéndose con unas hojas de higuera.
Es nuestra realidad y la realidad de la
humanidad. Cuando el orgullo domina la vida del hombre a continuación
aparecerán las oscuridades y los miedos; ya no nos mostraremos con la misma
libertad los unos a los otros en unas relaciones verdaderamente humanas
apareciendo todo un mundo de hostilidades; nos sentiremos abrumados por la
culpa, pero pronto buscaremos disculpas para nosotros pero otros a quien echar
la culpa; un abismo frío de muerte se mete por medio de nuestras relaciones y
el amor deja de ser el rail por donde camine nuestra vida, porque aparecerán
los intereses y las divisiones; dejaremos de sentir la felicidad de la vida y
todo hasta lo más esencial para la vida se convertirá en carga pesada sobre
nuestros hombros de lo que siempre querremos liberarnos.
¿Pero eso se quedará ahí sin remedio
como un peso muerto para siempre o habrá algún destello de esperanza de que
todo eso un día pueda cambiar? Dios nos sale al encuentro como lo hizo un día
con Adán y Eva en el paraíso después de su pecado. Y es lo que hoy celebramos y
contemplamos. La historia de la salvación en ese venir de Dios a nuestro
encuentro, aunque muchas veces nosotros sigamos escondiéndonos o haciéndonos oídos
sordos a sus llamadas.
Así llegó el ángel de Dios a Nazaret,
como hoy escuchamos en el Evangelio. En el lenguaje bíblico se habla con
frecuencia de esa visita de los ángeles, como una manera de expresarnos esa
visita de Dios. Diríamos que es una forma de expresar esa cercanía y no
sentirnos abrumados por la inmensidad de Dios, de manera que los antiguos
pensaban que quien veía a Dios moría. Por eso en aquellas manifestaciones
grandiosas de Dios con el pueblo que camina por el desierto y en el Sinaí, le
piden a Moisés que les hable en nombre de Dios, porque sea Moisés el que tenga
ese encuentro cara a cara con Dios. Así resplandecía luego su rostro, como se
nos señala en la Biblia.
Pero en aquella visita del ángel de
Dios en Nazaret, María no se escondió, no tuvo que preguntar el ángel, ‘¿dónde
estás?’ porque aunque María se siente sobrecogida por las palabras del
ángel no rehuye su presencia y se queda en diálogo con él. Aunque siente su
pequeñez e indignidad, aunque no termina de entender todo lo que el ángel de
parte de Dios le está trasmitiendo María dice sí, María, aunque humilde esclava
del Señor, acepta que se cumpla en ella cuanto el Señor le manifiesta. ‘Hágase
en mi según tu palabra’, será su respuesta final.
Dios sigue abriendo caminos para venir
a nuestro encuentro y María se convierte para nosotros en modelo y ejemplo de
cómo ponernos en ese camino de Dios empezando por acogerle en nuestra vida, no
hacernos sordos a su llamada y a su presencia. Necesitamos aprender, necesitamos
entrar en esa sintonía de Dios, necesitamos abrir los oídos y las puertas de
nuestro corazón porque el Dios que viene a nosotros es un Dios de amor.
Habremos hecho tantas veces en nuestra vida esas chiquilladas que ponen en
nosotros esa tendencia a escondernos, a rehuir nuestra culpa o a buscar a quien
culpabilizar; tenemos que ser conscientes de nuestra desnudez y de nuestro
vacío cuando estamos sin Dios, cuando queremos caminar en la vida sin seguir
las sendas de Dios, sino creyéndonos nosotros dioses. Ha dejado Dios el mundo
en nuestras manos, como lo hizo con Adán y Eva, a pesar de que es bien palpable
nuestra debilidad y los desvíos que tantas veces se producen en nuestro corazón,
pero Dios sigue queriendo confiar en nosotros, en la humanidad; pero no olvidemos
una cosa, Dios se pone a nuestro paso para que no nos falte esa luz; a nosotros
también el ángel del Señor nos dirá que Dios está con nosotros; Jesús nos lo ha
prometido y eso no fallará.
Miramos hoy a María abriendo su corazón
a Dios y aceptando el plan que Dios tiene para ella. ¿Seremos capaces nosotros
de abrir así nuestro corazón y aceptar el plan de Dios para nosotros? este
camino de Adviento que estamos haciendo es una buena oportunidad para pensar en
ello y que esta próxima venida del Señor a nosotros en esta navidad que vamos a
celebrar sea también el comienzo de una humanidad nueva. Es una esperanza que
queremos hacer vida en nosotros.
Dios sigue preguntándonos ‘¿dónde
estás?’ y saliéndonos a nuestro paso. Hoy nos está saliendo a nuestro encuentro
en esta festividad de la Inmaculada Concepción de María.
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