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viernes, 9 de agosto de 2024

En la vida hemos de estar atentos, hemos de volvernos más reflexivos para no llegar tarde, porque la hora de Dios está ahí y llega a nosotros y no podemos perderla

 


En la vida hemos de estar atentos, hemos de volvernos más reflexivos para no llegar tarde, porque la hora de Dios está ahí y llega a nosotros y no podemos perderla

Oseas 2, 16b. 17 de. 21-22; Salmo 44; Mateo 25,1-13

Una vez escuchaba un comentario en referencia a una persona, a su manera de ser y de hacer las cosas, pero que parecía que nunca estaba a tiempo; ‘piensa bien, decían, pero siempre llega tarde’.

Creo que esto nos lo podemos aplicar también a nosotros mismos, tantas veces que metemos ‘la pata’ y luego nos dimos cuenta de donde estaba nuestro error; no nos fijamos, nos disculpamos, pero no siempre estamos atentos y alertas a lo que nos va sucediendo, vivimos demasiado superficialmente y no reflexionamos antes de dar una respuesta, antes de emprender una tarea, y luego vemos lo que nos pasa, fallamos, no estamos a la altura, no llegamos a tiempo. Y es que en la vida necesitamos ser más reflexivos, sopesar bien las cosas, darnos cuenta de las posibilidades o y hasta dónde podemos llegar, que muchas veces es mucho más allá de lo que habitualmente hacemos, a causa de nuestra superficialidad.

Hoy Jesús nos propone una parábola que habremos medita muchas veces y de la que siempre sacamos buenas conclusiones, pero es una parábola que ahora hemos de escuchar en el hoy de nuestra vida, porque siempre la Palabra de Dios es algo vivo para nosotros y que tenemos que convertir en vida. Conocemos el desarrollo de la parábola, unas jóvenes amigas de la novia que están esperando la llegada del novio para la boda, según las costumbres de la época. El esposo tardaba y cuando llegó el momento resultó que no todas aquellas doncellas tenían aceite suficiente en sus lámparas primero para iluminar el camino y luego también la sala de la boda. Mientras fueron a buscarlo, llegaron tarde.

A muchas situaciones de la vida podemos aplicarlo, pero creo que entre otras cosas nos ayuda a que sepamos discernir la presencia de Dios en nuestra vida, que se nos manifiesta de muchas maneras y de los modos menos esperados, aun en medio de las oscuridades y tensiones con que nos vamos encontrando. Pero la hora de Dios es cierta, es segura. Dios llega en su momento para nosotros, el momento que nosotros necesitamos, el momento que es de gracia para nosotros; podríamos decir que ni es antes ni después, porque Dios tiene su hora.

No es el retraso de quien llega, sino es la poca actitud del que espera. Es sí la vigilancia, la atención que hemos de poner, pero es la seguridad de la esperanza, la certeza de la llegada del Señor a nuestra vida en ese momento que es momento de gracia para nosotros. Es el significado del aceite que hemos de tener siempre de reserva para que nuestras lámparas no se apaguen, con la imagen de la parábola.

Aunque la parábola nos habla de esas luces que hemos de mantener encendidas, creo que en nuestra reflexión podemos ir más allá para saber descubrir esos puntos de luz que Dios nos va poniendo en el camino de la vida; los mismos acontecimientos de la vida tienen que enseñarnos, lo que vamos recibiendo de los demás son también señales de Dios, las posibilidades que se abren ante nosotros, las nuevas perspectivas que nos puedan aparecer, las oportunidades que van surgiendo, podemos decir que no son cosas que nos sucedan al azar, pueden ser esas señales de Dios que necesitamos y que por nuestra inconsciencia, por nuestras prisas y carreras, por no abrir los ojos para detectarlas, las dejamos pasar, muchas veces las perdemos.

Como decíamos antes, es la hora de Dios para nosotros, pero hemos de estar atentos, hemos de volvernos más reflexivos para no llegar tarde, porque la hora de Dios está ahí y llega a nosotros y no podemos perderla. Hoy termina diciéndonos Jesús en la parábola, ‘por tanto velad, porque no sabéis el día ni la hora’.


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