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domingo, 12 de mayo de 2024

Con la ascensión recibimos la misión de ir a todo el mundo y anunciar a toda la creación la buena nueva de la salvación

 


Con la ascensión recibimos la misión de ir a todo el mundo y anunciar a toda la creación la buena nueva de la salvación

Hechos de los Apóstoles 1, 1-11; Sal. 46; Efesios 1, 17-23; Marcos 16, 15-20

‘A Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo constituyó Señor y Mesías por su resurrección de entre los muertos’. Así anunciará Pedro en el día de Pentecostés la Buena Nueva del Evangelio de Jesús. Así lo hemos venido celebrando intensamente nosotros en esta Pascua desde el día de la resurrección del Señor; así lo proclamamos hoy cuando celebramos su Ascensión al cielo.

Durante cuarenta días, nos dirá san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, los discípulos de Jesús fueron viviendo intensamente la experiencia de Jesús resucitado en medio de ellos. Pero El nos había anunciado que del Padre venía y al Padre volvía; es lo que hoy estamos viviendo, estamos experimentando, estamos celebrando. Pero su vuelta al Padre no es dejarnos huérfanos, no es dejarnos solos, porque prometió que estaría con nosotros siempre, hasta el fin de los tiempos. Y vamos a seguir sintiendo y viviendo la presencia de Jesús. La señal la tendremos cuando el próximo domingo celebremos Pentecostés donde de manera especial se va a hacer presente el Espíritu de Dios con nosotros. Pero será una vivencia que hemos de tener y de sentir para siempre.

Pero nos deja con una misión. Lo que vivimos y sentimos no nos lo podemos guardar para nosotros. Como se dice en un dicho filosófico el bien por si mismo se difunde. El bien que tenemos en nosotros con nuestra fe en Jesús no lo podemos encerrar, se ha de difundir, se ha de expandir, no lo podemos callar ni contener, tenemos que llevar ese mensaje a todos, somos unos testigos que tenemos que dar testimonio de lo que vivimos.

Cuando somos conscientes de la realidad de nuestro mundo, cuando contemplamos tantas sombras, tantas amarguras, tanto sufrimiento, tenemos que ser luz, tenemos que ser consuelo y palabra de esperanza, tenemos que ser paño de lágrimas, pero también quienes lleven la medicina que cure y que sane, que llene de vida y que ponga salvación. No nos podemos cruzar de brazos, no podemos quedarnos impasibles sin poner esa mano que levante, sin poner ese aliento que llene de vida, sin contagiar con esa medicina maravillosa del amor que llevamos en nosotros, que llevamos con nosotros.

No bastan los buenos deseos sino que tenemos que poner la efectividad de nuestro amor y nuestro compromiso; frente al error y la confusión tenemos que encender la luz de la verdad; en medio de la violencia de todo tipo que todo lo destruye, tenemos que ser instrumentos de paz. Ahí tienen que estar nuestros gestos sencillos pero comprometidos, nuestro nuevo estilo de vida que tiene que convertirse en signo de que algo nuevo es posible, ahí tiene que hacerse presente nuestro amor expresado de mil maneras para contagiar una nueva manera de ver las cosas que nos haga entrar a todos en caminos de solidaridad.

No es solo la palabra valiente que proclamamos anunciando a Jesús como nuestro camino de salvación y única salvación para nuestro mundo, que también tenemos que decir aunque muchos traten de silenciarla, sino que será también ese testimonio de fe que se va a reflejar en lo que hacemos para llenar de sentido espiritual nuestra existencia y hacer que nos elevemos por encima de ese materialismo que nos pueda hacer arrastrarnos por los caminos de la vida sin altas metas que eleven nuestro espíritu. No podemos permitir que se silencie el nombre de Dios por una imposición del ateísmo con que muchos quieren vivir su vida y poco menos que convertirlo en ley para nuestra sociedad.

Los discípulos, nos dicen los Hechos de los Apóstoles, se quedaron mirando a lo alto mientras Jesús ascendía al cielo. Los ángeles que se les manifiestan les dicen que tienen que volver a caminar sobre aquella tierra que tienen bajo sus pies, pero les anuncian que Jesús volverá, que Jesús estará con ellos en ese camino, que no pueden olvidar esa mirada al cielo, pero que tendrá que ser ahora una mirada que se ha llenado de luz para iluminar esos caminos de nuestro mundo.

Desde ese contemplar la glorificación de Jesús sentado a la derecha del Padre en el cielo tiene que comenzar a realizarse un nuevo camino ahora muy lleno de esperanza, ahora muy iluminado por esa luz que viene de lo alto, porque estamos comprendiendo la esperanza a la que nos llama, como nos decía san Pablo, cual es la riqueza de gloria que nos da en herencia y cual es la extraordinaria grandeza que Dios pone en nuestra vida cuando nos ha hecho sus hijos.

Y eso no lo podemos callar, eso tenemos que proclamarlo para que todos puedan conocer y vivir esa dignidad grande que Dios nos concede. Es la misión que pone en nuestra manos para que vayamos a todo el mundo y que tenemos que anunciar a toda la creación para que alcance la salvación.

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