Jesús
como buen amigo siente como suyo cuanto nos sucede en el camino, pero nos
transforma por dentro llenándonos e inundándonos de su amor
Hechos de los apóstoles 22, 30; 23, 6-11;
Salmo 15; Juan 17, 20-26
Solo el amigo que nos ama de verdad
estará junto a nosotros sean cuales sean las circunstancias de la vida en las
que nos encontremos. No nos fallará, estará siempre a nuestro lado, será
nuestro estímulo y nuestra fuerza, comprenderá nuestras decisiones y perdonará
nuestros errores, será mano que nos levante y apoyo en nuestro camino.
Intentamos hacer las cosas bien,
queremos en verdad ser agradables para los que nos rodean, tenemos buena
voluntad en lo que hacemos, pero a veces renqueamos, a veces fallamos, se nos
rompen los hilos que nos unen, aparecen desavenencias y contratiempos, parece
que todo se nos viene abajo y fracasamos. Es entonces cuando más necesitamos
ese apoyo, ese sentir que el amigo está a nuestro lado, que somos capaces de
salir adelante a pesar de los nubarrones que puedan aparecer en la vida;
necesitamos tener claridad de ideas y saber por donde andamos.
No olvidemos que Jesús en la misma última
cena que han venido celebrando los ha llamado amigos. ‘No os llamo siervos,
os llamo amigos’, nos había dicho. Ahora de nuevo necesitamos escucharlo,
pero no como palabras que lleguen de forma agradable a nuestros oídos, sino
como algo que palpamos en nuestra vida. Así se nos manifiesta Jesús. Todo eso
que veníamos diciendo de nuestros sueños y deseos, pero también de nuestras
carencias y nuestras debilidades, de esos tropiezos que nos vamos encontrando
en nuestra vida, de lo que sucede en nuestro interior que hace que no siempre
vivamos en el mismo amor y la misma unidad que Jesús pide y quiere para
nosotros.
El está ahí. Es lo que manifiesta esa oración
que Jesús está dirigiendo al Padre, una oración por sus discípulos, por sus
seguidores, porque aquellos que decimos que creemos en El, pero que muchas
veces nos sentimos débiles y nos rompemos por dentro. Necesitamos mantenernos
en ese amor y en esa unidad. Porque además sería la señal más palpable de que
Dios está con nosotros, o que nosotros no hemos abandonado el camino que nos ha
señalado Jesús. Será el mejor testimonio que nosotros podamos presentar. Será
la señal que demos para que el mundo comience de verdad a creer, nuestra
comunión y nuestra unidad.
Es lo que Jesús está pidiendo. Que eso
nos parezcamos a Dios, que en eso nos parezcamos a Jesús, que eso sea el gran
signo con que manifestemos nuestra fe en El. ‘No solo por ellos ruego, sino
también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean
uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado’. Así ora Jesús por nosotros,
por su Iglesia. ‘Que todos sean uno, como tú, Padre, en mi y yo en ti’.
No siempre damos ese testimonio. No
siempre somos ese signo del amor de Dios y de su presencia en medio de
nosotros. Aparecen fácilmente esas grietas que desestabilizan nuestras vidas,
porque aparecen desconfianzas, porque nos llenamos de orgullo, porque nos
hacemos insolidarios, porque nos encerramos en nosotros mismos. Lo estamos
viendo en tantas sombras que van apareciendo en nuestra vida; nuestras
comunidades se resquebrajan muchas veces, los hermanos nos distanciamos, los
que parecíamos que caminábamos unidos comenzamos a ir cada uno por nuestro
lado, las envidias comienzan a corroer nuestras relaciones, se nos rompe la
comunión.
Pero Jesús seguirá estando a nuestro
lado queriendo sanar esas heridas, queriendo poner remedio a esos males,
curando con su amor esas enfermedades que aparecen en el alma y tanto nos
debilitan. No nos dejemos arrastrar por las rutinas; no nos dejemos envolver en
esas bolsas de egoísmo e insolidaridad, no nos sintamos confundidos con tantos
cantos de sirena que quieren ofrecernos algo mejor, pero que no nos llevarán
nunca por caminos del bien.
Dejémonos envolver por el amor de
Jesús. Es el amigo que nunca nos falla, que siempre estará haciendo el camino
junto a nosotros para ser luz que nos haga enderezar nuestros caminos, corregir
nuestros errores, emprender caminos nuevos que nos transformen de verdad. El
siente, como buen amigo, como suyo cuanto nos sucede en el camino, pero nos
transforma por dentro llenándonos e inundándonos de su amor.
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