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miércoles, 15 de mayo de 2024

Con Jesús, con su oración nos sentimos confortados, porque sabemos que no nos faltarán las fuerzas, Dios está con nosotros, seamos signo para los demás

 


Con Jesús, con su oración nos sentimos confortados, porque sabemos que no nos faltarán las fuerzas, Dios está con nosotros, seamos signo para los demás

 Hechos de los apóstoles 20, 28-38; Salmo 67; Juan 17, 11b-19

Seguramente habremos escuchado más de una vez de parte de una persona que nos tenía en gran aprecio que nos decía, ‘yo rezo por ti’. Cualesquiera que fuera la circunstancia por la que estuviéramos pasando o el momento en que nos dijeran tal cosa, seguramente sentimos una hermosa emoción interior, al ser consciente de que alguien pensara en ti y te tuviera presente en su oración delante del Señor. Es un gozo grande el que sentimos en nosotros, una gratitud espontánea se desprende del alma, nos sentimos unidos de una manera especial con personas así y seguramente será un impulso espiritual grande el que sentimos dentro de nosotros, sea cuales fuera, como decíamos, la situación o el estado de nuestro animo en esos momentos. Y si además sentíamos que se avecinaban momentos difíciles más profundo sería la esperanza que se despertaba dentro de nosotros y grande sería la fuerza espiritual que sentiríamos.

Es lo que contemplamos y escuchamos en estos textos del evangelio de Juan que se nos van a proclamar en estos días. Fue al final de la cena pascual, después de todas las emociones vividas, después de las palabras de recomendación y despedida de Jesús, tras los anuncios que se habían ido haciendo que barruntaban momentos difíciles. Y Jesús les dice que ora por ellos al Padre, es más, le contemplamos y escuchamos en esa oración que Jesús dirige al Padre.

La llamamos oración sacerdotal, porque era de alguna manera el momento en que el Pontífice estaba haciendo su ofrenda en el comienzo y consumación del sacrificio; comenzará ahora está oración que se prolongará a través de toda la pasión y entrega que se va a desarrollar y culminará con aquel ‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’.

En esa oración ofrenda no podían estar ausentes aquellos que con El habían estado y cuya misión de El habían de recibir. Es consciente Jesús del momento supremo y solemne que van a vivir, pero es consciente también de lo difícil de aquel momento. La cruz y la pasión siempre asustan y aunque pongamos todo nuestro amor lágrimas no nos faltarán. Es inmensa la tarea que han de realizar y es importante la unidad que han de manifestar. No va a ser fácil.

El mismo Jesús querrá que pase de él aquel dolor y aquella pasión aunque llegará el momento de la obediencia filial y final donde todo lo deja en las manos del Padre. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’, como enseñándonos a decir nosotros aquello que ya nos había enseñado para nuestra oración, ‘hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo’.

Podemos tener la tentación de la huida y del escondernos, como incluso les pasaría a aquellos discípulos más fieles. Tantas veces en la vida frente a las dificultades con que tenemos que enfrentarnos queremos escondernos, queremos irnos a otra parte, pensamos que en otro lugar lo tendríamos mejor; nos sucede en muchas circunstancias de la vida.

Pero tenemos que saber cuál es nuestro momento y cual el lugar que hemos de ocupar en ese momento; aunque sea duro y doloroso, aunque nos parezca difícil superarlo. Pero con nosotros está la oración de Jesús que estamos escuchando y contemplando. Y con Jesús, con su oración nos sentimos confortados, porque sabemos que no nos faltarán las fuerzas, porque Dios está con nosotros. Seamos también signo para los demás.

Y a pesar de todos los pesares queremos seguir adelante, asumimos en nuestras manos y en nuestro corazón la tarea que se nos va a confiar. Queremos caminar al paso de Jesús. Y de Jesús aprenderemos también a rezar por los demás.


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