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domingo, 14 de abril de 2019

Emprendamos este tramo final del camino de la Pascua con estos días de contemplación y celebración del misterio pascual que nos lleven a renacer a una vida nueva


Emprendamos este tramo final del camino de la Pascua con estos días de contemplación y celebración del misterio pascual que nos lleven a renacer a una vida nueva

Lucas, 19, 28-40
‘Los niños hebreos, llevando ramos de olivo salieron al encuentro del Señor, extendían sus mantos por el camino y aclamaban: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor’. Así se canta en una de las antífonas de esta fiesta recogiendo el sentir de lo que nos cuentan los evangelistas de la entrada de Jesús en Jerusalén.
En la bajada del Monte de los Olivos enfrente de la ciudad santa por el camino que venia del Jordán y por el que confluían los peregrinos que venían de Galilea se arremolinaban las gentes que conociendo los hechos inmediatos de lo realizado por Jesús – la resurrección de Lázaro de Betania – ahora le aclaman con cánticos de profundo sentido mesiánico. Algunos incómodos querrán acallar a la multitud e incluso se lo piden al Maestro. ‘Os digo que si estos callan, gritarán las piedras’, responde Jesús.
Suenan aires de triunfo, se canta la gloria del Señor, se aclama a Jesús como el que viene en nombre del Señor. Si un día Jesús no había permitido que allá en el descampado cuando la multiplicación de los panes le aclamasen como Rey, ahora lo permite porque sabe Jesús que es el inicio de la Pascua, de la verdadera Pascua. Son los sentimientos que también nosotros dejamos traslucir en este domingo de Ramos en la pasión del Señor. No podemos perder el sentido de este domingo con el que iniciamos la Semana que culmina con la Pascua.
Jesús había anunciado repetidamente que subía a Jerusalén donde iban a acontecer muchas cosas, que los discípulos les costaba comprender. Ahora mientras subía desde Galilea el evangelista nos dice que Jesús iba caminando delante, como si llevara prisa por lo que había de suceder. Había anunciado que el Hijo del Hombre iba a ser entregado en manos de los gentiles, que habría de sufrir pasión y muerte pero que al tercer día habría de resucitar. Quizá los discípulos más cercanos que recordaban bien las palabras de Jesús ahora no terminaban de comprender lo que estaba sucediendo, y pareciera que les dieran la razón de que lo anunciado por Jesús no tenia por qué suceder. El triunfo y la gloria que ahora se proclama es el preanuncio de lo que había de ser la verdadera victoria. Todo se iría desarrollando a su tiempo porque llegaba el tiempo de la verdadera pascua, la pascua nueva y eterna de la nueva Alianza.
Este es el pórtico de esta semana que llamamos santa por los grandes misterios que en ella celebramos. Cuarenta días de subida hemos ido realizando a través de toda la Cuaresma para prepararnos para la celebración del Misterio Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Desde el principio hemos escuchado también ese anuncio de la subida a Jerusalén, camino que hemos querido ir haciendo con Jesús, dejándonos iluminar por su Palabra cada día. Llega ahora el momento de la celebración, de la contemplación, de hacer vida en nosotros esa Pascua de Jesús que también nos transforme y nos haga renacer a una nueva vida con la renovación de nuestro compromiso bautismal en la noche de la Pascua.
Son días de contemplación pero cuando hay verdadera contemplación hay transformación interior porque iremos rumiando una y otra vez en nuestro interior todo este misterio pascual. Iremos poniéndonos en cada situación y en cada momento – como hoy con aquellos niños hebreos que alfombraban el camino de Jesús – para hacernos presentes y de ninguna manera de forma pasiva en cada uno de esos momentos.
Necesitamos una predisposición en nosotros para no quedarnos en superficialidades o meros sentimientos compasivos. Muchas cosas podrían distraernos aun en medio de las celebraciones y los actos que vivamos en estos días a pesar de la buena voluntad. Tenemos que llenarnos de los sentimientos de Cristo Jesús, tenemos que dejarnos asombrar por la maravilla del misterio que contemplamos, tenemos que saber hacer silencio interior, tenemos que centrarnos de verdad en lo que es fundamental.
Es una contemplación que no hacemos como meros espectadores, porque nos pueden encandilar las manifestaciones artísticas que a la manera de catequesis a través de los tiempos han ido adornando y llenando de contenido nuestras celebraciones. Es una contemplación que hacemos del misterio de Dios y tenemos que dejarnos envolver por ese misterio que al mismo tiempo se acerca a nosotros y se mete en nuestra vida. Por eso tiene que ir surgiendo la verdadera oración que es también escucha, que se hace alabanza, que compromete nuestra vida, que despierta nuestra fe.
Vayamos día a día empapándonos de ese misterio, que es empaparnos de amor, que es dejarnos transformar desde lo más hondo de nosotros, que es comenzar a vivir con toda intensidad esa vida que se nos ofrece. Siempre tenemos que ir descubriendo la grandeza y la maravilla del amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús, en su entrega, en su pasión, en su muerte en la Cruz. Así podremos resucitar a una vida nueva y cantar con la alegría más profunda el aleluya de la resurrección.

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