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sábado, 20 de abril de 2019

Ahora en silencio, a la sombra de la cruz y poniéndonos junto a María, esperamos la mañana luminosa de la resurrección


Ahora en silencio, a la sombra de la cruz y poniéndonos junto a María, esperamos la mañana luminosa de la resurrección



Hoy quiero quedarme a la sombra de la cruz. En silencio. Allí cerca está el sepulcro aun sellado. Jesús murió en la cruz y hombres buenos y mujeres piadosas lo depositaron en el sepulcro nuevo. María en silencio contemplaba todo lo que hacían. El dolor que atravesaba su alma de madre le hacia sufrir en silencio. En ella había una esperanza.
Las piadosas mujeres se fijaban en todo lo que hacían, cómo quedaba el sepulcro y en él encerrado el cuerpo de Jesús. Aunque Nicodemo había traído aquellas cien libras de perfume, no habían podido realizar todos los ritos necesarios para su sepultura. En la tarde del viernes, era la parasceve, se hacía tarde y llegaba la hora del descanso del sábado. Tenían intención de volver en la mañana del primer día para completar todos los ritos del embalsamamiento del cuerpo muerto de Jesús. Pero María tenía una esperanza, creía en las palabras de su Hijo.
Junto a su corazón atravesado una vez más por una espada quiero yo ponerme en silencio en esta mañana del sábado. No son necesarias las palabras, no son necesarias muchas palabras para imaginar todo cuánto está pasado por la mente y el corazón de María. Como todos hacemos cuando nos falta alguien, vamos desgranando todos los momentos de su vida. Así María, la dejamos en silencio y queremos aprender de su serenidad y de su paz a pesar de dolor; queremos llenarnos de su esperanza; queremos aprender como ella a poner amor en el corazón.
Nosotros también esperamos. Creemos en la palabra de Jesús que había anunciado cuanto había sucedido. Ya los profetas habían descrito el dolor y el sufrimiento del Mesías que había de venir, aunque no habían sabido entenderlo. Ahora lo hemos contemplado reflejado en el cuerpo de Jesús, en su pasión. Pero Jesús habían había anunciado que al tercer día resucitaría. Por eso con esta esperanza estamos nosotros a la sombra de la cruz, en la cercanía del sepulcro al que no podemos acercarnos por allá están los guardias que han puesto los pontífices del pueblo, pero esperamos el resplandor de un nuevo amanecer que sabemos que será bien luminoso.
Nos quedamos en silencio rumiando cuánto hemos vivido. Lo que ha sido la contemplación de la pasión de Jesús, pero también cuanto nos ha enseñado. Por eso queremos rumiar ahora y hacer nuestra la pasión de los hombres, el sufrimiento de nuestros hermanos, el dolor de nuestro mundo, la angustia de tantas gentes que sufren sin esperanza. Queríamos contagiarlos a todos de esperanza; queríamos trasmitir algo de lo que nosotros sentimos por dentro, porque detrás de todo estamos contemplando lo que es el amor de Dios.
Que nuestra paz en medio del dolor, que la serenidad que exhalamos de nuestro espíritu en los momentos difíciles que nosotros podamos vivir sean un signo para cuantos nos rodean, sea una luz, aunque sea pequeña, con la que encendamos la luz de la esperanza en cuantos nos rodean, la luz de la esperanza para nuestro mundo angustiado en medio de sufrimientos y miserias, para nuestro mundo inquieto porque parece que ha perdido el norte, para nuestro mundo que parece desorientado entre tanta turbulencia de todo signo.
Necesitamos esperanza de que sea posible ese mundo nuevo. Sabemos que el nuevo amanecer que mañana contemplaremos será un signo de que ese mundo es posible. Esperamos que la resurrección de Jesús insufle nuevas esperanzas e ilusiones; esperamos en la resurrección de Jesús para sentirnos hombres nuevos que realicemos un mundo nuevo.
Ahora en silencio, escuchando la palabra de Jesús en nuestro corazón y poniéndonos al lado de María, esperamos la mañana de la resurrección.

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