La
mirada de Dios hacia la humanidad es la mirada de amor que se nos manifiesta en
Jesús para hacernos a nosotros también hijos en el Hijo de Dios
Eclesiástico 24, 1-2. 8-12; Salmo 147; Efesios
1, 3-6. 15-18; Juan 1, 1-18
La mirada de Dios hacia la humanidad es
la mirada de amor que se nos manifiesta en Jesús, como la mirada que nos lleva
a conocer a Dios es a través de Jesús, que es revelación de Dios, que es
Palabra de Dios, Palabra del amor de Dios para la humanidad. En Jesús hemos
sido bendecidos con toda clase de bendiciones celestiales, como nos dice la
carta a los Efesios, hemos sido elegidos y amados, y estamos llamados y predestinados
a ser sus hijos. Hijos de Dios en el Hijo, en Jesús que nos hace participes de
la vida de Dios por la fuerza de su Espíritu.
Es el mensaje maravilloso de la Navidad
que seguimos viviendo y celebrando. Es la Sabiduría de Dios que nos llena de
vida, que se hace luz y salvación, que se hace verdad y se hace gracia, que nos
revela todo el amor de Dios que nos engrandece y nos hace hijos; es la
participación en el misterio de Dios, Palabra de Dios que se hace carne y que
planta su tienda entre nosotros, como estamos viviendo en la Navidad. Mucho más
allá que en la cueva de Belén Dios quiere plantar su tienda en nosotros cuando
nosotros le recibimos y le acogemos, porque a aquellos que le reciben les da el
poder ser hijos de Dios, como escuchamos hoy en el mensaje del evangelio.
Nos encontramos hoy ante una de la páginas
más bellas y profundas del evangelio; es lo que llamamos habitualmente el prólogo
del evangelio de san Juan donde se nos está revelando y ofreciendo como en un
hermoso resumen toda la teología del misterio de la Encarnación. San Juan no
nos narra el misterio del nacimiento de Jesús con la tradición de los otros
evangelistas, pero sí nos está expresando todo ese misterio del Dios que
existiendo desde toda la eternidad quiere encarnarse y hacerse hombre para ser
nuestra Sabiduría y nuestra Salvación, nuestra Luz y nuestra Vida, gracia que
nos salva y que nos redime, gracia que tenemos que acoger porque al encarnarse
Dios en nuestra carne a nosotros nos eleva para hacernos también sus hijos.
Aparecen en medio de la sombras de
nuestra vida, como las tinieblas que rechazan la luz, que no quieren recibir la
luz, pero nos abre el camino para que finalmente nos dejemos envolver por esa
luz, nos dejemos inundar por esa gracia, podamos alcanzar también la vida.
Es el camino de la redención, el camino
de la Salvación que Dios nos está ofreciendo. Es el camino de sabiduría que se
abre ante nosotros cuando acogemos su Palabra. Esa palabra que nos revela lo más
profundo de Dios, igual que con nuestras palabras estamos manifestando lo que
llevamos dentro de nosotros mismos, expresamos nuestros pensamientos o nuestros
deseos, reflejamos lo que somos y lo que sentimos, estamos diciendo nuestro
propio yo, así nos revela Dios en su Palabra lo más profundo de su ser.
Como nos dice es la Palabra por la que
se hizo todo cuanto ha sido hecho, la Palabra de la creación, pero es también
la Palabra que ilumina cuanto existe y nos da el sentido de todo, Palabra que
es revelación, y es también la Palabra que nos levanta y nos redime ofreciéndonos
la gracia y el perdón, es Palabra de Salvación. ‘Basta una sola palabra
tuya, le decía el centurión a Jesús, y mi criado quedará sano’. ¡Qué
bien lo expresaba la fe de aquel centurión romano! Es la Palabra que en Jesús llega
a nosotros para levantarnos y para salvarnos, para inundarnos del amor de Dios
y para hacernos hijos de Dios.
No terminamos de considerar lo
suficiente tanta maravilla, tanto amor, tanta gracia. Por algo nos decía san
Pablo que en Jesús hemos sido bendecidos con toda clase de bendiciones
espirituales y celestiales. Hoy nos invita el apóstol a dar gracia a Dios, que
es reconocer humildemente toda la maravilla del amor de Dios. ¡Bendito sea Dios
que así nos ha enriquecido con tanta gracia! ‘Santificado sea tu nombre’,
bendito sea el nombre del Señor, como decimos en el padrenuestro.
Pero nos enseña también cuál ha de ser
nuestra mejor oración. Que nos dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo,
e ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprender cuál es la esperanza
a la que nos llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a sus santos.
¿Será así nuestra oración? ¿Será esa la
forma en que bendecimos a Dios y pedimos la sabiduría de su Palabra? ¿Cuál es
la esperanza que tenemos en nuestro corazón y la verdadera riqueza que buscamos
para nuestra vida?
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