Una
nueva Epifanía para saber hacernos los regalos de una generosa acogida también
entre aquellos que no nos conocemos
Isaías 60, 1-6; Salmo 71; Efesios 3, 2-3a. 5-6; Mateo 2, 1-12
Aquella comitiva de tres extranjeros
que se adentra por la calles de Jerusalén haciendo preguntas que para algunos
resultan ignotas, mientras en otros producen cierta inquietud me hace pensar en
situaciones semejantes que no sé si terminamos de acostumbrarnos pero que también
de manera semejante se nos dan hoy en nuestras calles.
Es cierto que en el mundo globalizado
en que nos encontramos ya no es extraño encontrarnos en nuestro entorno
extranjeros que nos hablan idiomas para nosotros desconocidos, pero también
algunos nos producen cierta inquietud y nos preguntamos a donde vamos a llegar,
porque muchas veces nos parece poco menos que una invasión; en la tierra donde
vivo, en nuestras islas, ya no nos es extraño encontrarnos gentes de otras
razas y lugares, extranjeros que llegan a nuestras cosas desde diversos motivos
que a muchos, es cierto, llenan de inquietud, a unos llamamos turistas, otros
llamamos inmigrantes, algunos los consideramos incluso ilegales y es grande la presión
que está sufriendo la demografía de nuestras tierras. Cuando nos cruzamos con
ellos, ¿cómo nos sentimos? ¿Qué pensamos quizás que tenemos que hacer? ¿A dónde
vamos a llegar?
Un revuelo semejante se armó aquellos
días en Jerusalén con aquellos personajes que llegaron a Jerusalén y que no
eran precisamente judíos provenientes de la diáspora, tampoco los podían
considerar prosélitos, aunque unas preguntas inquietantes venían haciendo que
tendrían que descifrar su significado y que les llevó incluso a la consulta de
las autoridades religiosas para entender qué es lo que preguntaban. ¿Un recién
nacido rey de los judíos? Pero no parecía que fueran cosas que sucedieran en el
palacio de Herodes, aunque en las profecías fueron a buscar respuestas.
Conocemos bien el texto del evangelio
que tantas veces hemos escuchado y meditado. A Belén se dirigieron y allí
encontraron lo que buscaban en aquel niño envuelto en pañales en brazos de
María a quien ofrecieron sus ofrendas. Con la resonancia de las profecías y de
los salmos para nosotros se han quedado como los reyes magos, pues el
evangelista ha hablado de unos magos venidos de oriente, con su especial
significado.
Para nosotros este texto se ha
convertido en evangelio, en buena noticia, porque nos está hablando del
nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre en aquel hijo de María y de José que
para nosotros será Jesús, porque será el Salvador de nuestras vidas.
Pero el evangelio hoy no se nos puede
quedar para nosotros en un recuerdo de antiguos acontecimientos, sino que en
eso que nos está sucediendo cada día hemos de saber leer el mensaje de este
evangelio, en eso que cada día nos está sucediendo en nuestro entorno hemos de
saber leer y encontrar una buena noticia de salvación para nosotros hoy.
¿Habrá evangelio, habrá buena noticia,
habrá una llamada de Dios en lo que ahora mismo está sucediendo en nuestro
mundo? Algo seguramente tiene Dios que decirnos. Y en aquel que por nosotros se
hizo emigrante y hasta desterrado - ¿no habían venido sus padres desde la
lejana Galilea hasta Judea y hasta Belén y allí nacería aquel niño?, ¿no lo
contemplaremos luego poco menos que desterrado a Egipto en donde habrá de
refugiarse en su huida de aquel rey Herodes que atentaba contra la vida del
niño? -, en aquel Niño, pero en esto que
nos está sucediendo en nuestro entorno con emigrantes o desplazados, con
turistas o con gentes que nos visitan Dios quizás tiene una Buena Noticia, una
llamada para nosotros. Es en lo que tenemos que detenernos, lo que nos tiene
que hacer pensar, lo que hemos de saber descubrir, aunque no sea fácil.
Para nosotros los creyentes las cosas
no suceden porque sí, no son tampoco un destino fatal, no tienen que ser cosas
que irremediablemente tienen que suceder, detrás podremos descubrir un plan de
Dios, detrás podríamos o tendríamos que descubrir una buena noticia de
salvación para nosotros.
Es lo que tenemos que llevar a nuestra
oración, es lo que tenemos que saber escuchar en lo hondo del corazón, es lo que tenemos que
aprender a leer en los acontecimientos de la vida. ¿Nos estará todo esto
pidiendo unas nuevas actitudes ante la gente nueva y desconocida que nos rodea?
¿Tendremos que aprender a acercarnos a ellos de otra manera haciendo que haya
una acogida desde lo más profundo de nuestro corazón? ¿Cuántas veces nos hemos
detenido ante esas personas, no simplemente para enseñarle una dirección de un
monumento artístico, sino para interesarnos por su vida, por sus preocupaciones,
por los sufrimientos que muchas veces podemos ver marcados en su rostro?
Aquí tiene que haber una nueva Epifanía
del Señor para nuestra vida. No es solo una celebración que nos lleve a
hacernos regalos entre los que nos queremos. ¿No tendría que ser una invitación
en esa nueva Epifanía a hacernos el regalo de nuestra mejor acogida mutua
también entre aquellos que no nos conocemos? Da que pensar.
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