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martes, 10 de septiembre de 2013

Queremos tocar a Jesús con nuestra oración para llenarnos de su vida

Col. 2, 6-15; Sal.144; Lc. 6, 12-19
‘Subió a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios’. Lo vemos repetidas veces en el evangelio y es bueno que nos detengamos a contemplar esa escena. Todo tiene que estar en referencia a Dios, porque El es el primero, hemos reflexionado estos días. Así contemplamos a Jesús y el evangelista nos lo resalta sobre todo en momentos de especial trascendencia. Este es uno de esos momentos. Cómo tendríamos que aprender.
‘Cuando se hizo de día llamó a sus discípulos, escogiendo a doce de ellos y los nombró apóstoles’. A continuación el evangelista nos da la relación de los doce Apóstoles. Allí están todos los que le siguen, pero de entre ellos escoge a doce. Son los que van a estar más cerca de El porque a ellos les va a confiar una misión especial. ‘Los nombró apóstoles’, es decir, enviados. A ellos de manera especial los enviará en su nombre por todo el mundo. Ahora, sin embargo, van a estar en una especial cercanía. Le veremos como a ellos los instruye de manera especial; se los lleva aparte en muchas ocasiones.
Pero seguimos con el texto del evangelio. ‘Bajó Jesús del monte con los doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo…’ Allí han venido de diversas partes, de toda Palestina, porque los hay también de Judea y Jerusalén, pero hay también de más allá, porque los hay ‘de la costa de Tiro y de Sidón’, al norte, al borde del Libado y del mar mediterráneo.
‘Venían a oírlo y a que lo curara de sus enfermedades…’ Allí está Jesús, Palabra viva de Dios, trasmitiendo el mensaje de la salvación, la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo que seguiremos escuchando en los próximos días es paralelo al texto del sermón del monte que nos narraba san Mateo. Pero también se están realizando las señales del Reino. ‘Los atormentados por espíritus inmundos eran curados’. Jesús que vence el mal; van apareciendo las señales del Reino de Dios que llevará a plenitud en su muerte y resurrección.
‘Y la gente trataba de tocarlo, porque salía de El una fuerza que los curaba a todos’. Jesús es la Vida y la Salvación; el encuentro con Jesús nos llena de esa vida y de esa salvación. El evangelista nos lo expresa de esa manera, diciéndonos que todos deseaban tocarlo para llenarse de esa fuerza de Dios, de esa vida de Dios. Recordemos el caso de la mujer de las hemorragias que pensaba que con solo tocar la orla de su manto se llenaría de vida y salud; y así fue.
Quizá nosotros ahora también, mientras estamos en este encuentro con Jesús de nuestra Eucaristía y escuchando su Palabra, sentimos esos mismos deseos; queremos tocar a Jesús, porque queremos llenarnos de su vida. ¿No tendremos nosotros la oportunidad de hacerlo como lo hacía la gente que estaba a su lado entonces?
Sí podemos hacerlo; claro que podemos acercarnos a Jesús y tocarlo para llenarnos de vida. Vayamos al principio de este texto y de nuestra reflexión de hoy. Contemplábamos a Jesús orando a Dios. Ahí tenemos el medio y la forma; con nuestra oración podemos sentirnos inundados de esa vida de Dios, porque en fin de cuentas nuestra oración es inundarnos de su presencia. Lo tenemos en la oración como lo tenemos en toda celebración de los sacramentos. Hagamos en verdad de nuestra oración ese sentirnos llenos e inundados de la presencia de Dios.
Cómo tenemos que aprender a saborear nuestra oración, sintiendo de verdad la presencia de Dios. Qué importante la oración para nuestra vida. Cuidemos nuestra oración. No nos reduzcamos a repetir fórmulas aprendidas de memoria. Siempre decimos cómo  no podemos iniciar nuestra oración sin detenernos a hacer un acto de fe en la presencia de Dios.
Esa señal de la cruz con que iniciamos nuestras oraciones hemos de hacerlo con toda devoción, con toda fe, dándonos cuenta de cómo estamos invocando a Dios, invocando su presencia, la presencia de la Santísima Trinidad ante quien nos postramos en adoración profunda desde lo más hondo de nosotros mismos. Y esto no lo podemos hacer si lo hacemos a la carrera, sin fijarnos bien en lo que hacemos y decimos. Nunca las prisas fueron buenas en las cosas que queremos hacer en la vida con toda intensidad y nunca las carreras en nuestros momentos de oración son buenos porque terminaremos de una forma rutinaria y no siendo conscientes de la presencia de Dios en nosotros que nos llena de vida y de salvación.

Sintamos, sí, cuando estamos en oración que estamos como queriendo tocar a Dios, y Dios toca nuestra vida y nuestro corazón llenándonos de su vida.

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