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sábado, 13 de abril de 2013


El servicio del amor esencial en el anuncio de Cristo resucitado

Hechos, 6, 1-7; Sal. 32; Jn. 6, 16-21
Cuando vamos recorriendo el camino del libro de los Hechos de los Apóstoles enseguida vamos apreciando que en la medida en que va creciendo la fe en Jesús, se va propagando el anuncio de Cristo resucitado y van surgiendo las primeras comunidades cristianas vemos al mismo tiempo cómo va floreciendo el amor. Una comunidad, y una comunidad que se siente convocada y reunida en el  nombre del Señor Jesús si le falta el amor le faltaría algo esencial que tiene que nacer de esa fe en Cristo resucitado como es la comunión de los hermanos.
Ya hemos contemplado como va floreciendo ese amor y son capaces de vivir en comunión y en sincero compartir para que nadie pase necesidad. Hace poco hemos visto como vendían sus posesiones y lo ponían a disposición de los apóstoles para ese bien común y para la atención sobre todo de los huérfanos y las viudas que en aquella sociedad se sentían totalmente desamparados.
Pero en toda comunidad, aunque sea una comunidad cristiana que intenta vivir intensamente su fe en Jesús y su amor surgen los problemas y está el peligro de que alguien no sea debidamente atendido. Es la queja que surge en Jerusalén en la que cierto sector de la comunidad se siente desatendido. Los Apóstoles no pueden estar en todo y es como surgirá la diaconía, el servicio de aquellos que de manera especial en nombre de la comunidad van a atender a los pobres y más necesitados.
‘No podemos desatender el anuncio de la Palabra de Dios’, dicen los apóstoles, ‘escoged a siete de entre vosotros, hombre de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría y les encargaremos de esta tarea…’ Y se nos hace la relación de los siete que fueron escogidos, ‘que presentaron a los apóstoles y les impusieron las manos orando’. Nació así el diaconado, ese ministerio de servicio dentro de la comunidad cristiana. Origen, podríamos decir, de los diversos ministerios y servicios que van surgiendo en medio de la comunidad y para el servicio de la comunidad.
Escuchando y meditando este texto pensamos, por supuesto, en ese ministerio participación de Sacerdocio de Cristo Sacramento de Salvación, que son los diáconos - precisamente en este día en nuestra diócesis son ordenados dos nuevos diáconos para nuestra Iglesia diocesana -. Pero con una mirada amplia, sin reducirla al sacramento, podemos pensar en cuantos ejercen en el seno de la comunidad cristiana ese servicio pastoral de la caridad. Pensamos en nuestras parroquias en los agentes de Cáritas para la atención de los pobres y necesitados; pero podemos pensar en el ámbito de nuestras parroquias en los que atienden y visitan a los enfermos en una atención pastoral, aunque aquí cabría pensar en todos los que realizan una acción pastoral en medio de nuestras comunidades que en fin de cuentas es un servicio a la comunidad eclesial.
Pero podemos pensar en tantos y tantos religiosas y religiosas que en hospitales, Centros de Mayores, Asilos, residencias de ancianos o de enfermos, casas de acogida, atención a discapacitados físicos o síquicos y así una lista interminable están ejerciendo este ministerio de la caridad, del amor cristiano. Creo que tenemos que abrir bien los ojos para descubrir y ver ese ejército innumerable de religiosos y religiosas, como de tantos voluntarios también viven para los demás en un servicio de amor a los más pobres y necesitados. Es la diaconía de la Iglesia que se sigue realizando y que sigue dando ese testimonio de lo que es el amor cristiano vivido sin límites, con una donación y dedicación total.
Hay quien se atreve a poner en duda la acción de la Iglesia y cierra los ojos - ¿de manera interesada quizá? - y no es capaz de ver toda esta maravillosa acción social, pero acción desde la justicia y el amor que realiza la Iglesia. Bueno, no importa que no nos lo reconozcan, no se puede mermar la intensidad de nuestro amor y seguiremos amando y dándonos porque sabemos que nuestro premio y recompensa lo tendremos en el Señor cuando nos diga ‘venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me diste de comer… porque estaba enfermo y solo, y me atendiste’.

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