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martes, 4 de enero de 2011

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús

1Jn. 3, 7-10;
Sal. 97;
Jn. 1, 35-42

‘Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús’. El que había venido a preparar los caminos ahora estaba señalando el camino concreto que conducía hasta Jesús. ‘Este es el Cordero de Dios’, les había dicho. Había contemplado al Espíritu que bajaba sobre El en forma de paloma y se posó sobre El. Ahora podía señalarlo. El que lo había enviado a bautiza le había dicho ‘Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre El, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo’ y ahora podía dar testimonio.
‘Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús’. Recogieron el testimonio. Recogieron el testigo. Se pusieron en camino. Todavía tendrían que hacer preguntas. ‘¿Dónde vives?’ Pero sabían que tenían que seguir a Jesús. Lo siguieron, estuvieron con El, y ya podrían ellos al día siguiente comenzar también a hacer el anuncio. ‘Hemos encontrado el Mesías’.
Se nos está señalando a Jesús, ¿seremos capaces de ponernos en camino también para seguirle? Algunas veces nos cuesta levantarnos. Nos cuesta ponernos en camino. ¿Tendremos miedo a lo que nos vayamos a encontrar? ¿Tendremos miedo de salir de nuestra instalación? Quizá nos encontramos tan cómodos en lo que hacemos o somos que eso de ponerse en camino y cambiar, nos cuesta más. Nos cuesta arrancarnos porque quizá nos asusta con lo que nos vamos a encontrar.
Esa decisión valiente y decidida de aquellos dos discípulos de Juan que iban a ser los dos primeros discípulos de Jesús es un buen ejemplo para nuestras determinaciones. No vale decir es que yo ya soy bueno, soy una persona muy religiosa, es que yo ya hago muchas cosas buenas. Andrés y Juan Zebedeo ya eran discípulos del Bautista y podían contentarse con quedarse allá junto al Jordán esperando. Pero tuvieron la valentía de ponerse en camino. Pero con Jesús siempre tenemos que estar en camino, con deseos de más, con interrogantes y preguntas que nos hagan aspirar a más.
Cuando no tenemos esa inquietud en el corazón y no nos dejamos conducir por esas inspiraciones que sentimos en nuestro interior, podemos caer en la rutina que nos lleva a un enfriamiento, a una desgana y hasta a una muerte espiritual. Nos pasa a muchos cristianos que nos contentamos con ser gente del montón. Pero un cristiano de verdad tiene que tener sueños de cosas grandes, tiene que estar aspirando a más y más alto, tiene que ponerse en una actitud de búsqueda que le haga sentir allá en lo hondo del corazón esas llamadas que nos va haciendo el Señor. Cuánto nos cuesta.
Pero es que además enseguida tenemos que convertirnos en mensajeros. Como el Bautista tenemos que señalar, ahí está el Señor; como Andrés tenemos que decir ‘he encontrado al Mesías, he encontrado la luz y la salvación’. O como los ángeles que les anunciaron a los pastores que en Belén les había nacido un Salvador. O como la estrella que vamos a ver estos días guiando a los Magos de Oriente venidos de lejos y señalar donde está el verdadero camino de Belén. O como aquellos que fueron capaces de leer e interpretar las Escrituras para señalar que en Belén había de nacer el Mesías. Ya lo reflexionaremos, pero no podemos ser como aquellos sacerdotes y doctores de Jerusalén que sabían donde había que buscar el Mesías, pero se quedaron tranquilos en el templo entretenidos en sus cosas de siempre. Tenemos que ponernos en camino.
Juan y Andrés no sólo escucharon el anuncio y la indicación del Bautista, sino que cuando Jesús les dijo que fueran con El para que vieran donde vivía, ‘fueron, vieron donde vivía y se quedaron con El’. Tenemos que finalmente quedarnos con Jesús porque en El vamos a encontrar no solo lo que nosotros buscamos sino mucho más, todo lo que Jesús quiere ofrecernos con su camino de salvación y con su evangelio. No temamos quedarnos con Jesús. El nos llevará a la plenitud.

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