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martes, 6 de octubre de 2009

Nos multiplicamos en el amor pero también en la escucha del Señor

Jonás, 3, 1-10
Sal.129
Lc. 10, 38-42


‘Entró Jesús en una aldea – todos reconocemos que es Betanía por el relato de otros evangelistas – y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María que, sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra’. Serían los amigos de Jesús y Betania el lugar de muchos momentos de reposo y de paz para Jesús y sus discípulos en su camino a Jerusalén.
Marta que acoge y recibe a Jesús en su casa y María que se sienta a escucharle bebiéndose sus palabras. Dos aspectos complementarios de la acogida y de la hospitalidad. Una virtud muy valiosa y que los judíos como todos los orientales realizan con gran fervor.
Marta, como toda buena ama de casa sigue haciendo hoy y en todos los tiempos, ‘se multiplicaba para dar abasto en el servicio’. Pero surge la queja porque su hermana no hace nada sino sentada escuchar a Jesús. Pero si no hubiera surgido la queja no se le había dicho Jesús que estaba bien lo que estaba haciendo ejerciendo de esa manera tan intensa la virtud de la hospitalidad pero que le faltaba una parte. ‘Andas inquieta y nerviosa… María ha escogido la mejor parte…’
Seguro que a partir de ese instante a Marta no le faltarían las dos partes. No podría ser de otra manera para poder llegar un día a hacer tan hermosa profesión de fe en Jesús. ‘Yo sé que tú eres el Mesías, el que tenía que venir al mundo’. Fue cuando la muerte de su hermano y el anuncio de resurrección de Jesús para quien creyese en El. Para llegar a ese conocimiento tan profundo de Jesús había que haberse sentado también muchas veces a escuchar a Jesús, a conocer a Jesús.
La lección es clara para nuestra vida. Tenemos que abrirle las puertas de nuestra vida a Jesús ofreciéndole las mejores señales de hospitalidad. Intentaremos gastarnos y desgastarnos en nuestro amor por El y muchas veces lo porfiaremos y querremos hacer muchas cosas. Pero tenemos que sentarnos mucho a los pies de Jesús para escucharle, para bebernos sus Palabras, para impregnarnos de su vida, para llenarnos de su amor.
Sentimos la urgencia en nuestro corazón de tantas cosas que hay que hacer a favor de nuestros hermanos, para mejorar nuestro mundo, para realizar el anuncio del Reino de Dios. pero tenemos que ser también contemplativos del misterio de amor del Señor. Porque sólo desde el amor del Señor podremos hacer todo eso bueno que es nuestra tarea. La urgencia de todo lo que hay que hacer no nos exime de esa oración en la que nos empapemos de Dios cada día, porque de lo contrario ¿qué sería lo que iríamos a llevar a los demás? Porque no nos vamos a llevar a nosotros mismos sino a Dios, a Jesús. No nos vamos a anunciar a nosotros mismos, sino el Reino de Dios.
Testimonio de ello tenemos ante nuestros ojos en tantos que se consagran a Dios por el Reino de los cielos, los que viven su consagración en la vida religiosa. Han optado por un seguimiento radical de Jesús cuando se han consagrado a servir a los pobres, a los enfermos, a las tareas de la evangelización de la Iglesia en múltiples tareas. Quizá admiramos su entrega, su servicio a los pobres, su gastarse por los demás, pero hay algo que quizá no vemos, lo que está detrás y que es el motor de toda su entrega.
Los religiosos, aunque no vivan tras los muros de un monasterio sino quizá cercanos a nosotros en esa múltiples tareas eclesiales que realizan, sin embargo son unos contemplativos. Muchos momentos de oración intensa para contemplar y llenarse del misterio de Dios, para poder vivir su entrega en total plenitud. Contemplativos en sus momentos de oración repartidos a través del día, pero contemplativos aunque los veamos en sus tareas de servicio a los demás, porque siempre se sienten en la presencia de Dios y a través de todo lo que hacen están también contemplando el rostro de Dios.
Hago mención a su testimonio, pero como estímulo para lo que tiene que ser la vida de todo cristiano que siempre tiene que sentirse también en la presencia del Señor, que ha de dedicar ese tiempo a la oración y contemplación del misterio de Dios para vivir luego esa entrega que desde el amor todo seguidor de Jesús ha de realizar.
Marta y María en el hogar de Betania son para nosotros un bien ejemplo, testimonio y estímulo para el crecimiento de nuestra fe y nuestra mejor acogida al Señor y a su Palabra.

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