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domingo, 5 de abril de 2009

Ha llegado la hora, celebremos nuestra redención


Mc. 11, 1-10;

Is. 50, 4-7;

Sal. 21;

Fil. 2, 6-11;

Mc. 26, 14-27, 66

‘Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Hosanna en el cielo!’
Con esas aclamaciones comenzamos hoy la celebración y todos terminaremos proclamando ‘Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre’. Creo que este pensamiento bien podría ayudarnos a centrar el verdadero sentido de todas las celebraciones que vamos a tener estos días.
Pero ¿cuándo vamos a proclamar que Jesús es el Señor? Cuando lo hayamos visto pasar por su pasión y muerte y contemplemos la gloria de la resurrección.
Lo que estamos haciendo podemos decir que es como un anticipo si no fuera porque nuestra fe nos dice que cada vez que celebramos la Eucaristía anunciamos la muerte y proclamamos la resurrección del Señor, porque en ella siempre hacemos memorial de la Pascua del Señor. Y ya sabemos que cuando decimos memorial no decimos simple memoria, porque es algo mucho más hondo. Es memoria y es presencia. Es el actuar de Dios aquí y ahora en nuestra vida, porque en la celebración se hace presente todo el misterio de Cristo, toda su salvación.
Pero, aún así, podemos decir que en cierto modo es anticipo porque la celebración del domingo de Ramos, con la que iniciamos todas las celebraciones de la Semana Santa y del Triduo Pascual sobre todo, une la entrada triunfal y mesiánica de Jesús en Jerusalén aclamado por el pueblo, con la pasión del Señor que hemos escuchada proclamada en el Evangelio y celebrado en la Eucaristía.
Están los hosannas y las aclamaciones, con ese sentido mesiánico que en aquella entrada de Jesús en Jerusalén, montado en un borrico, alfombrado el suelo con los mantos y de las ramas de los árboles – lo había anunciado el profeta –; ahí están los gritos de los niños y de los grandes reconociéndolo como el que venía en nombre del Señor a instaurar el Reino nuevo de Dios y a realizar plenamente su obra redentora.
El reino de Dios anunciado por Jesús desde el principio de su actuación apostólica – convertíos, se acerca el Reino de Dios, creed en la Buena Noticia del Evangelio – explicado y significado en la predicación y en el actuar de Jesús a través de todo el evangelio, y ahora instaurado e inaugurado en la pasión y la muerte de Jesús. ‘Bendito el Reino que llega’, gritaban a su entrada en Jerusalén. No eran quizá conscientes del todo de lo que estaban expresando pero sí era algo que se estaba haciendo palpable en la pasión y la muerte de Jesús. Y ya lo hemos repetido la mayor manifestación de la gloria de Dios la tenemos en la pasión y la muerte de Jesús.
Hemos contemplado en la proclamación de la pasión, al que se rebaja, toma la condición de esclavo, se hace el último porque El es en verdad el Señor. Como nos lo había enseñado. Lo contemplamos en su pasión y su muerte, lo contemplamos en su entrega de amor. Es lo que día a día iremos contemplando en esta semana de pasión. Es el Misterio de amor del que vamos a irnos empapando en la vivencia de nuestras celebraciones.
Será necesario, sí, que nos detengamos a contemplar y meditar la pasión del Señor en momentos de oración personal, en la participación en las celebraciones, en las imágenes sagradas que contemplaremos en las procesiones de cada día, donde no podemos sentirnos nunca como meros espectadores sino que sean siempre un medio para contemplar y meditar el misterio del amor de Dios que se nos manifiesta.
Todo tiene que hacernos crecer en el amor. Estas celebraciones alimentan nuestra fe para que sea cada día más viva en nuestra vida. Todo nos conduce a vivir ese camino de santidad que Dios nos pide. Por eso, tenemos que arrancar de una auténtica conversión del corazón; vaciarnos de nosotros mismos y de nuestro pecado para dejarnos inundar de la gracia del Señor. Cristo llega con su salvación, su perdón, su gracia, su vida. Cristo nos quiere santos y es a lo que tenemos que sentirnos comprometidos cada vez más. Cuando lleguemos a celebrar y cantar a Cristo resucitado en el día de la Pascua, lo hagamos porque nos sintamos cada vez más impulsados a seguir ese camino de gracia y santidad.
Vamos, pues, a meternos de lleno en la celebración de la Pascua, de todo el misterio Pascual de Cristo.
‘Ha llegado la hora, ya está aquí’, dijo Jesús en Getsemaní cuando comenzaba la pasión con el prendimiento. Ha llegado la hora tenemos que decir nosotros y no podemos desaprovechar esta hora de gracia que el Señor nos concede cuando un año más celebramos la Semana Santa. Entremos de lleno en la celebración del Misterio de Cristo.

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