Una
buena noticia que no
s trae Jesús en el hoy de nuestra vida que se ha de
extender como un reguero de pólvora que a todos llegue y a todos les afecte
1Tesalonicenses 4, 13-18; Salmo 95; Lucas 4,
16-30
Las noticias suelen correr como reguero
de pólvora, y si son buenas noticias que nos llenan de esperanza ante la
situación que vivamos mucho más; es cierto que algunas veces somos lúgubres y
parece que nos gustan las malas noticias, porque enseguida les damos pábulo y
pronto también nos hacemos eco y portavoces. Pero cuando estamos pasando por
situaciones difíciles, por ejemplo, el que nos anuncien que aquello acabará
pronto, que se van a solucionar los problemas o que encontramos un camino,
aunque sea costoso, para salir de aquella ocasión, hace renacer la alegría y
esperanza en nuestros corazones y pronto estaremos hablando de ello o comunicándola
a cuantos nos quieran escuchar.
Jesús cuando comenzó a predicar decía
que anunciaba una buena noticia – evangelio lo llamamos porque eso es su
significado – y entre la gente se fue despertando la esperanza. El camino de la
historia de Israel no había sido fácil, la esclavitud en Egipto, un duro
desierto que atravesar en búsqueda de caminos de liberación, pero todo lo que
les había costado establecerse en aquella tierra, que Dios les había prometido,
con tantos incidentes a través de los siglos de su historia; ahora tampoco eran
fáciles los momentos que vivían, y todo lo que anunciaba Jesús les sonaba a
liberación; podían salir de aquel mundo de sombras.
Pero no siempre sabían interpretar el
anuncio que Jesús les hacía. Muchas veces se quedaban solo en lo material, le
llevaban a los enfermos con toda clase de enfermedades, sentían llegada la hora
de la liberación que lo que significaba vivir bajo el yugo de pueblos extranjeros,
y les parecía que eso eran lo inmediato. ¿Era realmente eso lo que Jesús les
anunciaba?
Una buena noticia quería anunciarles
Jesús y decía que estaba inundado del Espíritu de Dios para poder realizarlo.
Hablaba sí de curación y de liberación, hablaba de un año jubilar, de jubilo y
liberación, año de gracia porque era un regalo de Dios, año de comenzar algo
nuevo y distinto. Y la curación tenía que comenzar por ellos mismos, de esos
males que dejamos meter dentro de nosotros mismos que son peor que una
invalidez o una lepra, liberar nuestro corazón de angustias y desesperanzas,
liberarnos interiormente de esas heridas que guardamos en nuestro corazón
cuando no entendemos del perdón, esas heridas que en nuestras desconfianzas
hacen que estemos poniendo abismos entre nosotros, una libertad que no es hacer
solo lo que queremos hacer por capricho sino para saber caminar sin dejarnos
influir por nada ni por nadie fieles a nosotros mismos y fieles a ese Dios en
quien creemos que es el que nos traza las sendas para nuestra vida.
De nada nos vale que no utilicemos
muletas para poder caminar o nos levantemos de la camilla del enfermo, si
seguimos enfermos dentro de nosotros porque ni nos perdonamos a nosotros mismos
ni sabemos ofrecer el perdón de una manera generosa a los demás; de nada nos
vemos liberados de una lepra, si seguimos con el corazón lleno de podredumbre
porque no somos capaces de quitar malicias y resentimientos. Es la salud que
Cristo viene a ofrecernos, es el regalo de libertad que quiere darnos, es la
gracia de la paz que quiere sembrar en nuestros corazones.
Escuchemos en todo su sentido esta
buena noticia que nos trae Jesús en este evangelio, que es para nosotros hoy
anuncio de salvación para nosotros y para nuestro mundo. No nos hagamos sordos,
creemos en esa buena noticia y también como un reguero de pólvora hacemos que
llegue a los demás, pueda llegar a todos los hombres.
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