Quien
es humilde de verdad no le importa el lugar en que esté o que le asignen porque
su único gozo es servir, no andamos en la carrera de un concurso de méritos
Eclesiástico 3, 17-20. 28-29; Salmo 67;
Hebreos 12, 18-19. 22-24ª; Lucas 14, 1. 7-14
¿Un concurso de méritos? ¿Será en eso
lo que hemos convertido nuestra vida? Es cierto que tenemos que aspirar a ser
el mejor y que seguramente cuando busquemos un colaborador para nuestros
proyectos busquemos siempre lo mejor. Los buenos valores tenemos que saber utilizarlos,
quien tiene las mejores cualidades ha de saber desarrollarlas. Claro que
seguramente tenemos que preguntarnos qué entendemos por ser el mejor, cuáles
son esos valores tan valiosos – y valga la redundancia – o las mejores
cualidades de la persona.
El evangelio de hoy y toda la Palabra
de Dios proclamada nos da pautas que tenemos que saber entender. La ocasión de
las palabras de Jesús ha venido desde los codazos que El contempla que se dan
los invitados por conseguir los mejores puestos, o los puestos de honor en
aquel banquete al que han sido invitados. Y nos habla de humildad, no como una
táctica para obtener posteriores reconocimientos sino como un sentido de vida
en la verdad y en la autenticidad. ¿Será por ahí por donde nos chirríen
nuestros engranajes y nuestras maneras de entender la vida?
La humildad es una actitud interior, no
es mera apariencia, no es ocultar nuestra realidad ni nuestros valores, es
reconocimiento de sentirnos amados aunque nos parezca que somos pequeños, es un
constatar el regalo que hemos recibido simplemente porque somos amados. ¿No
reconocía María que en la pequeñez de una esclava Dios había realizado obras
grandes? Humildad que tampoco es pasividad ni conformismo; humildad que nos
hace fuertes para ser generosos y nos dará una nueva lucidez a nuestra vida
para saber valorar a los demás, sean quienes sean, o tengan lo que tengan.
Quien es humilde tampoco necesita de la aprobación de nadie para hacer lo que
él considera que debe hacer. Quien es humilde de verdad no le importa el lugar
en que esté o que le asignen porque su único gozo es servir.
Igualmente nos dice que actuemos con
humildad y generosidad no para ir consiguiendo réditos y méritos. Nuestra
generosidad no puede terminar en arrogancia porque ya le quitaríamos su valor.
Simplemente nos damos porque nos sentimos amados y con ese mismo amor nosotros
queremos amar. Nos corresponderán o no nos corresponderán, pero nosotros
seguimos amando, seguimos siendo generosos porque la satisfacción nos la dará
el que por nosotros mismos seamos capaces de amar. Ojalá siempre sepamos
gozarnos en nuestro interior por el bien que hacemos o por los caminos de
crecimiento interior que logramos para los demás. Y es que el amor nunca es
interesado, el amor peca siempre de generosidad y nunca se sentirá culpable de
amar.
Hoy Jesús les dice a los invitados que
no anden así con esos raquitismos de andar peleándose por esos honores
mundanos. ¿Será ocupar un puesto de honor en la vida y recibir reconocimientos
o serán también esas actitudes y posturas que de alguna manera tratamos de
disimular para escoger con lupa a aquellos con quienes nos juntamos? ¿No nos
sucede muchas veces que no queremos que nos vean con determinadas personas o
con ciertos sectores de la sociedad para que, decimos, la gente no se confunda
al vernos y piensen que todos somos de la misma calaña? Ya procuramos hacerlo
con mucha sutileza pero de alguna manera son costumbres demasiado arraigadas en
nosotros.
Jesus hoy aparece rompiendo moldes,
tanto por lo que le dice a los invitados como por lo que le dice también al que
realiza la invitación. No invites, les viene a decir Jesús, a quienes pueden
ofrecerte una compensación por tu invitación invitándote ellos también a ti.
Invita, les dice, a los que no pueden corresponder con una invitación, a los
pobres, a los lisiados, a los que nada tienen, a los que incluso no te darán
las gracias, porque eso sucede también muchas veces.
Son los caminos de la gratuidad que
muchas veces no entiende el mundo que nos rodea, porque siempre parece que todo
se hace por interés, todo lo que hacemos ha de tener una ganancia o sacar unos
beneficios. Y cuidado que puede ser una tentación en la que fácilmente caigamos
en aquellas cosas buenas que queremos hacer por los demás. Algunas veces
pudiera parecer que vamos acumulando puntos porque en el Reino de los Cielos
vamos a presentar la cartilla para ver qué mejor lugar podemos ocupar. Hasta en
las cosas espirituales podemos ser interesados.
Nuestro premio es el Señor y teniéndolo
a El, qué más da el lugar o la altura del pedestal, porque el gozo es el Señor.
No andamos en la carrera de un concurso de méritos.
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