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domingo, 31 de agosto de 2025

Quien es humilde de verdad no le importa el lugar en que esté o que le asignen porque su único gozo es servir, no andamos en la carrera de un concurso de méritos

 


Quien es humilde de verdad no le importa el lugar en que esté o que le asignen porque su único gozo es servir, no andamos en la carrera de un concurso de méritos

Eclesiástico 3, 17-20. 28-29; Salmo 67; Hebreos 12, 18-19. 22-24ª; Lucas 14, 1. 7-14

¿Un concurso de méritos? ¿Será en eso lo que hemos convertido nuestra vida? Es cierto que tenemos que aspirar a ser el mejor y que seguramente cuando busquemos un colaborador para nuestros proyectos busquemos siempre lo mejor. Los buenos valores tenemos que saber utilizarlos, quien tiene las mejores cualidades ha de saber desarrollarlas. Claro que seguramente tenemos que preguntarnos qué entendemos por ser el mejor, cuáles son esos valores tan valiosos – y valga la redundancia – o las mejores cualidades de la persona.

El evangelio de hoy y toda la Palabra de Dios proclamada nos da pautas que tenemos que saber entender. La ocasión de las palabras de Jesús ha venido desde los codazos que El contempla que se dan los invitados por conseguir los mejores puestos, o los puestos de honor en aquel banquete al que han sido invitados. Y nos habla de humildad, no como una táctica para obtener posteriores reconocimientos sino como un sentido de vida en la verdad y en la autenticidad. ¿Será por ahí por donde nos chirríen nuestros engranajes y nuestras maneras de entender la vida?

La humildad es una actitud interior, no es mera apariencia, no es ocultar nuestra realidad ni nuestros valores, es reconocimiento de sentirnos amados aunque nos parezca que somos pequeños, es un constatar el regalo que hemos recibido simplemente porque somos amados. ¿No reconocía María que en la pequeñez de una esclava Dios había realizado obras grandes? Humildad que tampoco es pasividad ni conformismo; humildad que nos hace fuertes para ser generosos y nos dará una nueva lucidez a nuestra vida para saber valorar a los demás, sean quienes sean, o tengan lo que tengan. Quien es humilde tampoco necesita de la aprobación de nadie para hacer lo que él considera que debe hacer. Quien es humilde de verdad no le importa el lugar en que esté o que le asignen porque su único gozo es servir.

Igualmente nos dice que actuemos con humildad y generosidad no para ir consiguiendo réditos y méritos. Nuestra generosidad no puede terminar en arrogancia porque ya le quitaríamos su valor. Simplemente nos damos porque nos sentimos amados y con ese mismo amor nosotros queremos amar. Nos corresponderán o no nos corresponderán, pero nosotros seguimos amando, seguimos siendo generosos porque la satisfacción nos la dará el que por nosotros mismos seamos capaces de amar. Ojalá siempre sepamos gozarnos en nuestro interior por el bien que hacemos o por los caminos de crecimiento interior que logramos para los demás. Y es que el amor nunca es interesado, el amor peca siempre de generosidad y nunca se sentirá culpable de amar.

Hoy Jesús les dice a los invitados que no anden así con esos raquitismos de andar peleándose por esos honores mundanos. ¿Será ocupar un puesto de honor en la vida y recibir reconocimientos o serán también esas actitudes y posturas que de alguna manera tratamos de disimular para escoger con lupa a aquellos con quienes nos juntamos? ¿No nos sucede muchas veces que no queremos que nos vean con determinadas personas o con ciertos sectores de la sociedad para que, decimos, la gente no se confunda al vernos y piensen que todos somos de la misma calaña? Ya procuramos hacerlo con mucha sutileza pero de alguna manera son costumbres demasiado arraigadas en nosotros.

Jesus hoy aparece rompiendo moldes, tanto por lo que le dice a los invitados como por lo que le dice también al que realiza la invitación. No invites, les viene a decir Jesús, a quienes pueden ofrecerte una compensación por tu invitación invitándote ellos también a ti. Invita, les dice, a los que no pueden corresponder con una invitación, a los pobres, a los lisiados, a los que nada tienen, a los que incluso no te darán las gracias, porque eso sucede también muchas veces.

Son los caminos de la gratuidad que muchas veces no entiende el mundo que nos rodea, porque siempre parece que todo se hace por interés, todo lo que hacemos ha de tener una ganancia o sacar unos beneficios. Y cuidado que puede ser una tentación en la que fácilmente caigamos en aquellas cosas buenas que queremos hacer por los demás. Algunas veces pudiera parecer que vamos acumulando puntos porque en el Reino de los Cielos vamos a presentar la cartilla para ver qué mejor lugar podemos ocupar. Hasta en las cosas espirituales podemos ser interesados.

Nuestro premio es el Señor y teniéndolo a El, qué más da el lugar o la altura del pedestal, porque el gozo es el Señor. No andamos en la carrera de un concurso de méritos.

 

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